Este fin de semana, los ciudadanos mexicanos nuevamente salimos a las calles a recuperar nuestra dignidad. La Marcha Nacional por la Paz con Justicia y Dignidad a la que convocó el poeta Javier Sicilia y otras víctimas de la criminalidad, tuvo el poder de convocatoria que ningún otro movimiento social (y no político) había tenido. El Zócalo de la ciudad de México se llenó en torno a una sola aspiración: recuperar el bienestar social que, por obra de Felipe Calderón y su séquito, se había perdido.
La Marcha Nacional por la Paz con Justicia y Dignidad fue y es la voz que le demanda a Felipe Calderón que cumpla y haga cumplir la ley; pero esto no quiere decir que deba utilizar la ley como el mazo que destruya los derechos fundamentales, ni gobernar en un Estado policíaco, ni mucho menos dirigir un país con temor a base de violencia y sangre. La emotividad de las personas que se sumaron a la Marcha no está pidiendo se deje en paz a los criminales. Tampoco pedimos que se pacte con ellos doblegándose a sus intereses… lo que se le pide a Felipe Calderón es que cambie la fallida estrategia que hasta la fecha ha arrojado la cifra de más de cuarenta mil muertes de seres humanos.
Sin embargo, Felipe Calderón es un hombre obstinado, que no escucha, que se comporta como un dictador autoritario ante la voz sensible de los ciudadanos mexicanos. Desafortunadamente si algo caracteriza a Calderón es ser un personaje que siembra el miedo, la discordia y el encono. Desde su campaña de denostación a su más cercano adversario a quien tachaba de peligroso y salía al paso con su frase “haiga sido como haiga sido”, ya demostraba que es un hombre que sólo entiende a su razón. De ahí que le escuchemos declaraciones como que está gobernado con “la fuerza de la ley y toda la razón”, cuando lo que menos se aplica es la ley y la razón no se usa.
Es indigno que el presidente de un país en crisis se burle de los ciudadanos que le reclaman justicia y dignidad, respondiendo con discursos vacíos de sentido e impregnados de retórica anodina. Pero más indigno es que se tenga un presidente cobarde que se escude en los vicios del pasado para justificar su guerra y que cuando siente que todo está perdido rebote la responsabilidad y culpa de sus erradas decisiones a los ciudadanos bajo la lógica de que quienes no están con él, están contra él. Y como son pocos quienes están con él, entonces la culpa es de todos los demás…
México nunca había tenido un presidente tan testarudo y quisquilloso; si se pensó que entre Fox y De la Madrid se tenía la dupla de los dos peores presidentes de la historia moderna del país, es porque aún no conocíamos la intransigencia de Calderón. Cuando sólo se le pide modifique la estrategia, él entiende cosas que sus fantasmas le dictan. Cambio de estrategia no significa dejar de combatir al crimen, pero sí comenzar por evaluar que hasta el momento las acciones de su política de seguridad no han tenido éxito. La exigencia de pedir la renuncia del ingeniero mecánico Genaro García Luna proviene precisamente del hecho que no ha dado resultados positivos.
No hay estrategia de combate. De vez en cuando llegan a capturar a un capo de la mafia que los medios suelen poner en el escándalo, pero pronto las células criminales se reorganizan y siguen operando como si nada hubiere pasado. No se ataca las estructuras financieras de los criminales porque la policía de García Luna protege esos oscuros sistemas financieros. Las muertes de personas inocentes están justificadas en un manual no escrito que dicta que ante la impericia e insensatez se debe ligar toda muerte al crimen organizado, sin investigar de por medio.
Es lamentable que los ciudadanos mexicanos salgamos a las calles a desahogar la frustración que los políticos (como bien lo dijo el poeta Sicilia) de todos los partidos y los funcionarios públicos han anidado en nuestras formas de vida social. El “ya basta” y el “estamos hasta la madre” son expresiones que debieran atenderse de forma inmediata y sin cortapisas, pero lo que se tiene por respuesta es la insensatez de quien sólo le interesa militarizar al país e intentar resolver por la vía de la violencia la misma violencia, cuando se sabe simplemente que lo único que genera es más violencia.
Desde luego que Felipe Calderón hará caso omiso a la exigencia de solicitar la renuncia del secretario millonario Genaro García Luna. De hecho, en la respuesta que dio a conocer a la opinión pública después de la Marcha, dijo que con gusto hablaría (sólo eso) con los organizadores de la marcha, claro, a su regreso del viaje a Estados Unidos donde por cierto recibirá un premio que le reconoce la forma en que ha enfrentado el crimen organizado. Pero lo cierto es que no se observa ningún indicio que señale un cambio en Felipe Calderón. Al contrario, ya se comienza a observar que ha echado a andar la maquinaria de periodistas y líderes de opinión que tiene a sueldo, quienes ya comienzan a cuestionar la validez y legitimidad del movimiento encabezado por el poeta Don Javier Sicilia.
Insisto. Nunca como antes, los ciudadanos mexicanos nos hemos reunido en torno a un reclamo social legítimo y necesario. Pero como siempre, sólo tendremos el valor de un voto electoral y seremos escuchados y atendidos con la promesa de llevar y depositar una vez más nuestra confianza en quien se supone traerá el bienestar social que sus antecesores no han robado. Quizá sea momento de recuperar nuestra dignidad y no debamos ofrecer nuestro voto y la construcción de nuestra incipiente democracia al primer idiota que se pasee fuera de nuestras casas o aparezca en las pantallas de televisión diciendo que tiene las manos limpias y al poco tiempo descubramos que sus manos son las de un sanguinario carnicero…