Motín espiritual

Las 11:20. Las luces artificiales compiten con el sol. Solo se escucha el zumbidito de una computadora encendida, el teclear del compañero y la   tosecita insistente de una mujer que hojea una revista publicitaria.

Es un edificio todo de paredes blancas. Está fríamente planeado; cada silla, cada escritorio parece haber sido acomodado con previo cálculo. Parece como una fortaleza en la que no entra ni el polvo. No hay plantas. La algarabía se deja antes de entrar.  Aquí reina la geometría.

La mirada se revela de vez en cuando volteando a las ventanas donde se alcanzan a mirar las puntas de los árboles que parecen amigos parados en puntitas, invitándome a formar parte de la vida. Los cerros de pronto medio verdes, medio grises, son como señores bonachones que vigilan con paciencia las travesuras de los hombres.

Me sorprendo peleando conmigo misma: pienso en lo afortunada que soy por tener un trabajo estable; no tendré motivo de morderme las uñas por un recibo sin pagar.

Pero mi imaginación poncha esta reflexión cuando me veo corriendo, atravesando la puerta ante la sorpresa de todos, que no saben por qué me levanto y me salgo así, sin más explicación que mi risa.

Me imagino atravesando los campos vecinos y el sol felicitándome con una palmada en la cabeza. Los cerros me llaman y yo voy obediente a peinar sus plantas, a escuchar lo que el cardenal tiene que decir, a inspeccionar el trabajo del pájaro carpintero.

Las serpientes se enorgullecen de tenerme cerca para hacerlas sentir temibles, como pocas veces tienen la oportunidad de exhibirse ante un humano.

El teléfono me trae de vuelta. Y las 11: 38. El día no puede moverse con tanta libertad aquí. Pienso en abrir una ventana y caigo en la cuenta de que están selladas. Así que mando mi espíritu a que escape, que deje mi cuerpo trabajar como autista y que se vaya, que vuele lejos.

La presa está cerca, ¡vete a bañar, espíritu!, atrapa ranas, pesca, mira como los mochomos en fila india avanzan con su botín y un par se enfrasca en lucha.

¡Envuélvete en viento, espíritu y álzate! Ve que  los humanos  no somos muy distintos a las hormigas. Si quieres después regresa a mí, pero si no quieres, déjame y la gente pensará que me volví eficiente y responsable y subiré de puesto pronto y me darán una oficina propia, y mi teléfono tendrá agenda repleta, me buscarán personas importantes y mi ropa será más sobria y cara.

Entonces usaré gafas oscuras de diseñador para que no se note tu ausencia.

Rosío Rendón Trujillo, Hermosillo, Sonora, 1980, poeta, con un poemario "Ojo de sol" Interesada en las tradiciones de la etnia yaqui, en Sonora. Ha tenido el honor de participar como madrina del capitán de las celebraciones de la cuaresma yaqui, en Hermosillo. Egresada de la licenciatura de literatura hispánica de la Universidad de Sonora. Nueve años impartiendo talleres para el Instituto sonorense de Cultura. Reportera en un diario local.

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