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Mujeres que recogen la historia en un bordado, un fotoreportaje de José Orlando Castro

María Braulia Guillen bordadora desde el Refugio de Mesa Grande, hoy es parte del colectivo de mujeres de Las Vueltas

En inmensas caravanas marchan los fugitivos
de la vida imposible. Viajan desde
el sur hacia el norte y desde el sol naciente
hacia el poniente. Les han robado su lugar
en el mundo. Han sido despojados
de sus trabajos y sus tierras”.
Eduardo Galeano

Las Vueltas, El Salvador.– En plena guerra, viviendo en un campamento de refugiados en Honduras, las mujeres de esta población del departamento de Chalatenango aprendieron a contar sus historias en dramáticos tapices.
Eva Guardado, de 79 años, internada en el refugio de Mesa Grande en Honduras en la década de los 80, alude a un bordado en el que se recoge el terror vivido en carne propia.
“Me trae a la memoria una manta alusiva al 16 de enero de 1980, cuando la Fuerza Armada bajó al poblado de Yurique, y nos tuvieron boca abajo con mi esposo, apuntándonos en la cabeza mientras disparaban y asesinaban a cinco personas. Por suerte nos dejaron con vida y nos refugiamos en Honduras. A los tres meses fue la masacre del río Sumpul”.
María Braulia Guillén fue otra refugiada que puso en el lienzo las experiencias que ella y su familia pasaron. “En Mesa Grande hacíamos mantas para hacer tortillas, para la iglesia y otras relacionadas con nuestro sufrimiento”.

Mesa Grande, Colomoncagua y San Antonio alojaron a decenas de miles de campesinos pobres obligados a abandonar sus casas en Chalatenango por la represión gubernamental. Los campamentos de refugiados estaban bajo protección del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Según ACNUR, 43,000 refugiados salvadoreños huyeron a Honduras escapando de las tácticas de tierra arrasada del Ejército de El Salvador. En poco más de una década, más de dos millones de salvadoreños, la quinta parte de la población, huyó a Estados Unidos, Europa, México y Centroamérica.

“En ese entorno las mujeres comienzan a contar sus historias a través de las telas y lo que no podían decir con sus palabras lo expresaban con los bordados para denunciar al mundo los bombardeos y represión”, recuerda Carlos Henriquez Consalvi, director del Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI).

Teresa Cruz, que empezó a bordar en el refugio cuando tenía 12 años, fundó hace un año el taller de bordado de Las Vueltas. En él participan 22 mujeres cuyas edades van de los 14 a los 80 años.
Cruz es también promotora cultural del MUPI, y desde allí apoya los emprendimientos económicos de mujeres en esta remota población.

“El objetivo es promover la memoria histórica, expandir la convivencia con las mujeres de diferentes generaciones y buscar un aporte para nuestra economía frágil. Expresamos situaciones vividas durante la guerra, y también las vivencias familiares de hombres y mujeres. Nuestra identidad cultural también esta apegada a principios y valores”, explica Elia Guillén, profesora y responsable del Colectivo de Mujeres de Las Vueltas.

Hace un año, el MUPI desplegó una campaña internacional de repatriación de 60 de esos históricos bordados que se encontraban en otros países. La gestión, movida en las redes sociales, apeló a la ayuda de funcionarios en Estados Unidos, Canadá y Europa.

Algunas de las piezas se exhibieron en el Museo Reina Sofía en Madrid. Teresa Cruz fue invitada de honor de esa muestra. Otros tapices de las mujeres de Chalatenango se exponen actualmente en el Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

La represión que sufrieron los pobladores campesinos de Chalatenango a manos del Ejército y sus redes paramilitares ha dejado hondas cicatrices emocionales en las víctimas.

“Yo siento que la única forma de sacar esos traumas es bordando. Muchas veces no los podemos expresar porque nos duele el alma, y lo hacemos a través de dibujitos y bordados. Me encanta compartir todos los miércoles con todas, tomarnos un cafecito y continuar trabajando”, resume Elia Guillen.

Orlando Castro es fotoperiodista salvadoreño.

Autor

  • José Orlando Castro es de El Salvador. Realizó sus estudios de periodismo en la Universidad de El Salvador. Antes de ingresar a la academia fue corresponsal de guerra independiente. Con la firma de los Acuerdos de Paz estudió diversos talleres de guion y dirección cinematográfica y artística, y obtuvo diplomados en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera. Sus exposiciones fotográficas se han mostrado en el Museo de Antropología MUNA con la temática Rehabilitación de mujeres y hombres en los centros penitenciarios (2016). En el campo audiovisual se han proyectado cortometrajes y documentales entre estos, Nos las vemos a palitos, Solidaridad sin fronteras, El Trifinio, Rechacemos la violencia, entre otros.

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