Disputas tribales de miles de años pasando por la Edad Media y el siglo XIX resucitan en el panorama geopolítico posmoderno, poscovid, posverdad. El conflicto de la autollamada República de Nagorno-Karabaj, con 70 % de armenios y controlada por Armenia, atacada por el Ejército de Azerbaiyán, de 86,600 Km2., diez millones de musulmanes y presupuesto militar de 2 mil millones de dólares anuales, ejemplifica el retorno a los arcaicos nacionalismos que la globalización y la posmodernidad dieron por cadáveres.
El supuestamente fenecido Estado-nación goza de buena salud y amenaza protagonizar los conflictos locales de esta década en el noreste del Oriente Medio, abarcando Armenia, Azerbaiyán, Georgia, norte de Irán, norte de Turquía y los pueblos musulmanes del Cáucaso Ruso como Chechenia, Osetia, Ingushetia, Abjasia, Circasia.
Armenia, 28,000 Km2., tres millones de habitantes cristianos y una diáspora de veinte millones, presupuesto militar de 500 millones de dólares anuales, luchando en desventaja contra Azerbaiyán y aliados como Turquía, Pakistán, Israel (vendedor de armas), y combatientes del Estado Islámico, rodeada territorialmente por Turquía y con un respiradero en su frontera con Irán, ha llamado a movilización general.
Como telón de fondo está el Gasoducto TurkStream que pasa por Azerbaiyán viniendo de Rusia, ricos en petróleo y gas natural, atravesará Georgia llegando a Turquía en ruta hacia Grecia, Serbia, Italia y el sur de Europa.
Tras este proyecto y el intervencionismo turco en otros países, está la nostalgia de revivir el Imperio Otomano y de islamizar la región, fomentando las luchas musulmanas integristas en los pueblos rusos del Cáucaso. La contradicción geopolítica estriba en que la fuente gasífera y energética es Rusia.
Francia, Rusia y Estados Unidos abogan por un alto al fuego en Nagorno-Karabaj que beneficie a Armenia. La Unión Europea (UE) está contra la injerencia turca en el conflicto, que tiene uno de sus puntos álgidos en el Holocausto Armenio o Gran Crimen que entre 1915-1923 costó la vida a 1,5 millones de armenios asesinados por el ejército y la población de Turquía, que se niega a reconocer este genocidio, una de las razones que vetan su ingreso a la UE.
La diáspora de 1.5 millones de armenios en Estados Unidos, 2.5 millones en Rusia y 1 millón en Francia, constituyen los apoyos financieros, logísticos y de lobby político armenio, al grado que EE.UU. reconoció la culpa de Turquía en el Holocausto armenio en diciembre de 2019 así como más de 30 países entre ellos Alemania y Francia.
Turquía es actor clave en este conflicto de Nagorno-Karabaj, pues apoya con armas y hombres a Azerbaiyán. Obsesionado por reeditar el Imperio Otomano, su presidente Recept Tayyip Erdogan ha desafiado a Rusia con su injerencia en Siria, Libia, Azerbaiyán, a Irán apoyando a los separatistas sunitas azeríes, a la UE provocando incidentes contra Grecia y Chipre, miembros de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN), y a EE.UU. coqueteando con la compra de sistemas antimisiles S-400, la joya del Ejército ruso que Occidente mira con recelo.
Turquía, con un millón de soldados, es el ejército más numeroso de la OTAN después de Estados Unidos, y podría ponerla en crisis debido al rol desestabilizador de Erdogan en Grecia y Chipre.
El factor Estado-Nación en Armenia, Azerbaiyán, Turquía y otros territorios del Cáucaso ruso pueden detonar el siguiente polvorín mundial.