No lo digo yo, lo dicen los expertos. Más bien un solo experto, el periodista chileno Ruperto Concha, uno de los grandes aciertos de la cada vez más pretenciosa Radio Bío Bío.
Escucharlo cada domingo a las dos de la tarde o a las diez de la noche se ha vuelto una adicción, tal como lo fuera antes Patricio Varela en Radio Portales o el hermano Felipe Gamboa en Radio Armonía. Todos, de una u otra manera, anunciando grandes catástrofes. De extraterrestres Varela, del Juicio Final Gamboa y de conspiraciones globales Concha. Tal vez sea un mecanismo de defensa el sustituir mi propia tragedia personal por las del resto del mundo: más vale mal acompañado que solo, me he sorprendido murmurando.
Según los dichos de este decano del hipismo y el análisis internacional, el panorama no es de lo mejor para uno de los Presidentes que generó una de las mayores expectativas planetarias desde la elección de John Fitzgerald Kennedy en Estados Unidos. Hablo de su compañero de partido, el demócrata Barak Obama.
Su último viaje al Oriente de la semana pasada es visto como un fracaso tan contundente que podría quedar como la fecha en que Estados Unidos perdió la capacidad de gobernar al mundo. “Están enfermos y quiere que sean los demás los que se tomen su medicina”, comentó un ministro de Corea del Sur tras la visita del Presidente Obama. Dura pero cierta la ironía para el otrora prepotente hermano mayor americano. La frase grafica el nulo efecto que tuvo el periplo del mandatario por esas tierras, donde intentó por todos los medios, llegando antes de la hora acordada, programando encuentros de trastienda, ofreciendo apretones de mano y brindis de champaña, entre otros engañitos, a varios líderes asiáticos, revertir los magros resultados de su política económica y los efectos de su debacle electoral en manos de la derecha opositora de su país.
El gran problema de Obama es que tiene muy poco que ofrecer y mucho que pedir. Tras un año de gobierno, el crecimiento de la economía de Estados Unidos ha sido producto de estímulos artificiales como los siete mil millones de dólares inyectados para la reactivación, los dólares de regalo a cada ciudadano que entregue su cacharrito por un automóvil nuevo y el crédito por la compra de una casa nueva. Sin considerar estos empujones estatales del gobierno de Obama, ¿cuánto será capaz de crecer la economía de Estados Unidos? Si las personas no logran recuperar su capacidad de compra, la recesión seguirá siendo un fantasma de carne y hueso en sus diferentes estados.
¿Qué es lo que necesita Obama que se le vuelve tan esquivo? Que China, Alemania y Brasil acepten su receta económica de mayor competitividad y estimulen financieramente sus mercados internos para que le compren más productos. Que la India acepte adquirir más armamento de fabricación estadounidense a cambio de más participación en la ONU. Que Corea firme un Tratado de Libre Comercio para poder venderles productos agropecuarios, carnes y automóviles, haciendo caso omiso a las manifestaciones en contra por parte de la población.
Pero eso no es todo. Estados Unidos necesita que sus socios hagan la vista gorda cuando busque proteger su economía desvalorizando, por ejemplo, artificialmente el dólar -–de hecho, en este mismo momento, el billete con la pirámide monocular rueda cuesta abajo y no precisamente por la ley de Newton– al igual que lo hace China con su moneda, aunque con resultados mucho mejores que el Imperio del norte.
Obama trata de obtener en el resto del mundo, lo que no tiene dentro de sus fronteras. La última elección dejó en claro su derrota frente a los lugares comunes esparcidos por el Partido Republicano, concentrado en su facción ultraconservadora autodenominada Partido del Té (Tea Party): que Obama es un socialista irresponsable, que su reforma a la salud y la separación de la iglesia y el estado son inconstitucionales. Que el cambio climático es una gran mentira, que la tierra tiene 6.000 años de antigüedad porque lo dice la Biblia y que los fósiles de dinosaurios son una prueba de Dios Padre Todopoderoso para probar nuestra fe. No a las indemnizaciones por el derrame de petróleo, sí a los guardas camisas pardas y al secuestro de periodistas demasiado liberales. No a limitar el accionar de las grandes empresas, sí a bajar las pensiones de cesantía y las jubilaciones.
Sin embargo, la respuesta obtenida por sus pares del mundo, aunque mucho más amable y menos agresiva que la derecha republicana, fue similar a la que le dieran sus electores. Asentimiento, reverencias, buenos deseos, sonrisas comprensivas y nada concreto para firmar. Mientras los países asiáticos crecen a niveles sorprendentes, Estados Unidos sincera sin grandes expectativas su economía pasados los efectos artificiosos.
Mientras tanto, los chinos aparecen como el gran coloso de los próximos años. Su economía crece como callampa y, cada vez que pueden, muestran su poderío con actos de prepotencia y soberbia. ¿Un nuevo fantasma tras la caída del Muro de Berlín? Esperamos que no y por un detalle que ya se suena por diferentes rincones: The Chilean Way. El Presidente chileno, Sebastián Piñera, en su reciente reunión con la jerarquía comunista, de seguro condicionó los negocios de Chile al tema de los derechos humanos (imaginamos que tomó los resguardos y no lo dijo en alemán, no vaya a ser cosa que se le salga otra involuntaria alabanza nazi). Con eso, será Chile la que mantendrá a raya la nueva amenaza que tiene por las cuerdas a los antiguos alguaciles del planeta.
Podemos dormir tranquilos, más bien el mundo puede dormir tranquilo: si falla Obama, tenemos a nuestro Presidente de historieta velando por nosotros.