Periodistas bajo Trump: ¿pueden informar la verdad sin temor?

Alocución presentada en el evento «El interés público en la libertad de expresión: una conversación con la comisionada de la FCC, Anna Gómez», organizado por FreePress.net, dirigido por Jessica González, y publicado en la versión original en su sitio.

¿Podemos los periodistas informar la verdad sin temor a represalias del gobierno? Diría que sí, en general.

No hay autocensura en los editoriales o comentarios o análisis que escribo para Hispanic L.A. o para La Opinión. No hay restricciones para informar sobre familias latinas cuyo padre es deportado por parte de los reporteros. Sí, el editor tiene cuidado de publicar solo la verdad verificable, pero eso hace siempre. ¿Y la autocensura? Todavía no.

¿Pero por cuánto tiempo? No lo sabemos.

Porque en la época tan interesante que ya vivimos, como dice la maldición china, nos están llevando a un estado basado en el culto a la personalidad, la corrupción, la represión y un mar de mentiras con el que la libertad de prensa es incompatible.

Muchos estadounidenses creen que esto pasará en menos de cuatro años.
O con el inevitable paso del tiempo. O gracias a la Primera Enmienda de la Constitución. Hay muchos que piensan que Estados Unidos es tan pero tan excepcional que ya no hay que hacer nada, porque el fascismo nunca ocurrirá aquí.

Eso no es cierto.

Comparo esto con quienes bailaron en el Titanic pensando que no podía hundirse.

Hoy, los periodistas deben darse cuenta de que esta situación no es normal y que no hacer nada ya no es una opción.

El entorno en el que trabajan los periodistas hoy en día es de confusión. Lo que nos marea es la rápida secuencia de los ataques. Como los ladridos de una ametralladora. La historia se acelera. Los cambios son rápidos. Esta es una guerra relámpago, un blitzkrieg como llamaron los alemanes a sus ofensivas que conquistaron en semanas la mitad de Europa. Como en el blitzkrieg histórico, se trata de intentar establecer hechos sobre el terreno antes de que alguien reaccione. Y un impedimento para la reacción es la sensación de incredulidad. Nos paraliza.

También a este pequeño núcleo que escribe, en Estados Unidos, en español para la comunidad latina. Un grupo amplio de la población que estuvo en la mira de esta Administración desde su primer día de gobierno, cuando retiraron la versión en español del sitio web oficial de la Casa Blanca.

No lo reemplazaron con nada. Solo decía: «Error 404, este sitio ya no existe». Y luego: «Vete a casa» (go home). Un texto sugestivo que dudosamente fue casual. Llevó meses para que lo corrigieran a «Vete a la página principal» (go to home page)

Aquel mismo día, Trump se felicitaba por haber obtenido un apoyo masivo de los votantes latinos en las elecciones del 5 de noviembre pasado: 46%, un récord, comparado con el 32% de 2020. Era cierto.

Pero una encuesta reciente de Pew muestra un apoyo latino del 27%, incluyendo a cubanos y venezolanos. Otra dice que el 60% de los hispanos del país están descontentos con «la situación».

Pero ahora es demasiado tarde. Ahora, miramos.

Este es un gobierno de edictos, o decretos, llamados Órdenes Ejecutivas. Y lo que eso significa, por supuesto, es que el Congreso queda relegado, que es tratado como un simple sello de goma, por más que el partido de gobierno tiene la mayoría en ámbas cámaras y que el Presidente de la Cámara de Representantes es un lacayo incondicional- al grado que parece chiste –  de Trump. Poder Legislativo, a un lado. Neutralizado.

Así las cosas, ¿quién se quejará si en el futuro uno de los edictos disuelve el Congreso? ¿A quién le importará?

¿Quién se quejará si encarcelan a periodistas que cubren una protesta? ¿O si los van a buscar a casa, a cazarlos como animales? Después de todo, Trump los ha llamado «enemigos del pueblo» por años. Y si bien no acuñó el término sino que lo apropió para sus propios fines, el hoy Presidente hizo enormemente popular el término «fake news«. Con todo ello ha logrado desprestigiar a la prensa.

¿Quién se va a quejar entonces si en el futuro uno de esos edictos cierra periódicos de oposición?

En este estado de conmoción y confusión, quienes venimos de otros países, incluso como yo hace 40 años, tenemos una ventaja.

Nuestra ventaja es que sabemos lo que pasó allí. Y es que sabemos que puede pasar aquí. Ya vimos esto o una versión de esto. Sí, seguimos siendo una sociedad democrática, pero sus garantías se están desmantelando una por una, incluso cuando el 73% de los estadounidenses afirma que la libertad de prensa es extremadamente importante o muy importante. Pero vamos mal. Muy mal.

Debemos actuar, pero primero debemos comprender y estar preparados. No nos rindamos de antemano. Y, por supuesto, preparémonos para lo peor y esperemos algo mejor.

Qué hacer, qué hacer

En 1971, me expulsaron de la escuela secundaria de Buenos Aires – Número 5, Bartolomé Mitre – donde estudiaba el cuarto año. O más exacto: terminó el verano y no me dejaron volver. Uno o más de los celadores – agentes del gobierno vestidos de civil que pululaban en los patios – me vio diciéndole algo a alguien. Unos meses después me advirtieron que mi nombre estaba en una lista de pleitistas y alborotadores: troublemakers. Un año después, dejé la Argentina.

Eso, junto con casi cincuenta años de experiencia como periodista, me permitió reconocer que, aquí y ahora, vivimos en una “campaña sostenida para intimidar, manipular y amordazar a las instituciones que exigen responsabilidades al poder”, como afirmaba un editorial reciente del National Catholic Reporter.

Los ataques a la prensa pueden ser la antesala de un cambio de régimen, hacia un gobierno autoritario. Un régimen autoritario se basa en la desinformación, la desmoralización y el miedo. Y le teme a la información y a la resistencia organizada.

Nuestra primera responsabilidad es enfrentar la desinformación con información.

Para eso, dejemos de fingir que hay dos versiones iguales de cada historia y de buscar una representación, a menudo falsamente equilibrada, de cada asunto, dando siempre a cada lado la misma consideración.

Dejemos de intentar racionalizar al otro lado.

No pensemos que los periodistas y los medios de comunicación somos inmunes porque no lo somos. Al igual que los tribunales, las universidades y los abogados, los medios de comunicación son esenciales para mantener vivas nuestras esperanzas. Doblegarlos es esencial para el triunfo de la tiranía.

Y por eso podríamos ser los siguientes.

Comencemos ahora a organizar nuestra defensa legal. Creemos espacios de relativa seguridad.

En la Argentina, el ataque a la prensa de la última dictadura, la de 1976 a 1983, comenzó con autocensura, presión económica, inclusión de periodistas en listas negras, censura de publicaciones enteras, arrestos, intervenciones, expropiaciones y cierres de publicaciones, hasta la desaparición y el asesinato de 131 periodistas, sin incluir a decenas de estudiantes de periodismo que también perdieron la vida.

En consecuencia, «a partir del 24 de Marzo de 1976 todos los medios, aunque hubo excepciones, se plegaron a las directivas informativas que rigieron sobre la prensa«.

No es lo que sucede aquí, no. Las bases democráticas aún son fuertes. El desafío al estado ni se parece al que desestabilizó la Argentina y provocó la convulsión dictatorial. La comparación no es completa, ni equivalente. Pero la proyección es lícita.

Inserto como cita este párrafo de la reseña de la Universidad de Cuyo, publicada en 2005:

El único documento oficial que remite al silencio que envolvió a la prensa argentina nace, el mismo 24 de marzo del 76, es el comunicado Nº 19 de la Junta Militar que establecía penas de 10 años de reclusión “al que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las Fuerzas Armadas, de seguridad o policiales”.

Aprendamos, pues, de nuestra experiencia en otros países.
Aprendamos de la historia.

Gabriel Lerner es editor emérito de La Opinión y fundador y coeditor de Hispanic L.A.

Autor

  • Fundador y co-editor de HispanicLA. Editor en jefe del diario La Opinión en Los Ángeles hasta enero de 2021 y su actual Editor Emérito. Nació en Buenos Aires, Argentina, vivió en Israel y reside en Los Ángeles, California. Es periodista, bloguero, poeta, novelista y cuentista. Fue director editorial de Huffington Post Voces entre 2011 y 2014 y editor de noticias, también para La Opinión. Anteriormente, corresponsal de radio. -- Founder and co-editor of HispanicLA. Editor-in-chief of the newspaper La Opinión in Los Angeles until January 2021 and Editor Emeritus since then. Born in Buenos Aires, Argentina, lived in Israel and resides in Los Angeles, California. Journalist, blogger, poet, novelist and short story writer. He was editorial director of Huffington Post Voces between 2011 and 2014 and news editor, also for La Opinión. Previously, he was a radio correspondent.

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