Por estar metidos en la p… pandemia se nos olvidó que un día como hoy se nos fue el gran Gabo… Lo vi un par de veces: era ya un gran personaje y quizás no me cayó muy bien, pero su forma de escribir fue genial… ¡Inigualable! Y lo mejor de todo es que su humor y su ingenio nos sacó miles de carcajadas y no millones de microbios mortales como los que avienta el maldito coronavirus… ¿Bonito nombre, no?
[bctt tweet=»Por estar escuchando pensadas caquérrimas de la politiquería casi se nos olvida el Gabo. ¿Qué no escribiría sobre la pandemia? ¡Cien Años de Soledad se quedaría chiquita! (Juan José Dalton)» username=»hispanicla»]
¿Y el puto murciélago que se cagó en el mundo? Lo peor de todo es que la cagadita del tal murciélago es como el doble de un pupú de mosca, pero así es la vida hoy, en un byte podés esconder todo el tesoro robado al mundo y lo mandás en una cápsula espacial a Marte y más allá, en una supersónica nave nuclear que vuela a años luz, pero en la tierra a la pandemia de una pequeña bestia no le hemos podido encontrar vacuna hasta que se haya paseado en toda la Humanidad y su quehacer diario, por quién sabe cuánto tiempo.
Hace poco, el 13 de abril, también fue el aniversario de la ida de nuestro gran amigo Eduardo Galeano. Pocos nos acordamos de él, por el ajolote de seguir segundo a segundo el mapa epidemiológico e interactivo cuenta-contagios y el odioso muertómetro global y, que dicho sea de paso, gracias a los adelantos tecnológicos hoy nos podemos despedir de nuestros agónicos familiares por medio de tablet o de los celulares o móviles; además de ver en tiempo real los entierros de los infelices inmigrantes en cajas sin nombres.
¡Cuánta falta nos hacés, querido Eduardo, no sólo por el cálido abrazo de siempre, sino porque a tus Los Hijos de los Días le hubieras tenido que agregar días sin fin de un calendario oculto o quién sabe cuántos capítulos develando las grandezas y las infamias que nos rodean.
Y por estar metidos en esta maldita y más maldita pandemia… Y que nuestro santo me perdone, porque ni una velita le pudimos ir a poner a Monseñor Romero este 24 de marzo. Romero hoy ya en los altares y sus asesinos, intelectuales y materiales, que sobreviven, se frotaron las manos de alegría con que no hubiesen actos del 40 aniversario del magnicidio del ahora santo.
Santo en el cielo y crimen impune en la tierra.
Por ratos pienso que esta pandemia es un castigo divino, pero no… ni a mi peor enemigo se la deseo. ¡Ah! Y aquí los dejo porque me tengo que ir a lavar las manos.
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