Por qué no estuve en el final de la función

Lo que pasó es que llegué después de un mes fuera. Estaba yo como tallerista de cursos de verano en un poblado a dos horas de aquí. Antes de irme él ya se estaba recuperando porque ya caminaba mejor, ya no se agotaba casi y hasta quería ir a visitarme al pueblo.

Cuando  pasó lo de su enfermedad, cuándo no podía respirar y tuvimos que ir al hospital de urgencias en la noche, en la cama del hospital él me daba indicaciones por si algo determinante y sin vuelta ocurría: los papeles importantes dónde encontrarlos, cómo quería su entierro. Al otro día ya mejor nos reímos de esto.

Y de vuelta a casa nos carcajeábamos de los algodones con alcohol que se echó a la boca por goloso, creyéndolos bombones; una exuberante demostración de su enorme repertorio de maldiciones que el alcohol no suavizó. Así era él. Corajudo y fuerte, siempre masticando y compartiendo chingadamedres  al prójimo. Ese era su personaje a representar, porque en realidad era una galleta: frágil y dulce; lo demostró incontables veces a sus nietos, a mí, a su familia adoptiva que lo desmoronó y al final se lanzó sobre las migajas.

Me hubiera gustado estar hasta el fin, pero hubo quienes ya olían la muerte y como dicen por ahí el león y el  ladrón creen que todos son de su condición, se me restringió todo contacto con él.

Como iba diciendo, cuando regresé de dar talleres fuera de la ciudad fui a verlo y ya no estaba. En su lugar había un remedo de Jorge, alguien que intentaba ser sí mismo, pero le habían robado el porte, el orgullo, la dignidad. Vi a un viejecito bebé, que no podía ni hacer del baño solo, que ya no se podía dar el lujo de preocuparse por estar guapo como siempre lo hacía, porque apenas le alcanzaba el tiempo para tratar de no morirse. Con la barba de semanas, las uñas largas y la cama mojada.

Quiso que me quedara con él, que le ahuyentara tanta ave negra, y por una semana tuvo interés por  el ensure y el llano en llamas, solo que yo sola soy débil y mis hijos muy pequeños. Pensé en una enfermera de planta que ayudara pero hubo negativa, rotunda y con el poder de decisión que otorga la sangre. Finalmente yo no la llevo.

Pronto de vuelta al hospital y de ahí en adelante no sé. Supongo que cuando abrió los ojos y escuchó de nuevo los graznidos y vio el libro abierto donde nos quedamos y no lo pudo alcanzar y  el capítulo siguiente se quedó afónico porque no pude prestarle mi voz y a veces sonaba la campanita de miedo y ellos no acudían y la almohada se le desacomodó y no volvió a estar acomodada; cuando no encontraba el bastón ni el sentido de las cosas y no vine yo le dije el día ni la hora, y ya no me senté en el sillón frente a él solo para que viera que la casa estaba más habitada que solo de él. Cuando los niños ya no pasaron corriendo por el pasillo frente a su habitación.

Entonces supongo que se le encogió el corazón, tal vez se preguntó por ultima vez, cómo tantas veces en su desesperanza y sabiendo lo que ya venía, pero para escuchar una respuesta mía, ¿y ahora qué hago?

Pero nadie le leyó los ojos.

Entonces decidió que era mejor concluir  la función.

Rosío Rendón Trujillo, Hermosillo, Sonora, 1980, poeta, con un poemario "Ojo de sol" Interesada en las tradiciones de la etnia yaqui, en Sonora. Ha tenido el honor de participar como madrina del capitán de las celebraciones de la cuaresma yaqui, en Hermosillo. Egresada de la licenciatura de literatura hispánica de la Universidad de Sonora. Nueve años impartiendo talleres para el Instituto sonorense de Cultura. Reportera en un diario local.

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