Soy un ser de luz. No tiene nada que ver con la divinidad. Es algo más como la esencia de un espíritu irremediablemente valiente, resiliente y optimista. No soy un ente.
Soy una mujer con ovarios que sangran y se encienden. Tiendo al blanco, aunque bailo sobre los grises sin llegar nunca a la ausencia de la esperanza que envuelve lo negro. Pero, no te equivoques: Soy intensa y abrumadoramente positiva.
Otra mirada ante la adversidad
Entiendo, a veces a la mala, que la vida no es justa; la justicia, tampoco ciega. No todos empezamos en la misma línea de salida ni nos golpea la suerte (buena o mala) a la misma vez.
Libramos muchas batallas personales en silencio y las profesionales por todos los vientos. Peleamos en la intimidad, pero vociferamos en esas guerras que nunca se terminan, que nos recuerdan la complejidad humana siempre imperfecta y a veces malévola. Aun así, tengo fe.
Vivimos en una sociedad de muchas sombras y tendemos a escapar de la luz. Nos asusta no tener rincones donde esconder lo que nos duele y lo que nos quiebra.
Estamos acostumbrados a construir desde la rabia, dejando que las grietas de las desazones, de las grandes guerras, nos consuman. Se nos caen muchos en esos abismos y no volteamos a recogerlos. Tendemos manos cuando queremos ver y escuchar, pero son más las veces que ignoramos. Somos una sociedad que edifica sobre los muertos.
Trabajo -en parte- en el oficio del pesimismo. Me han enseñado a dudar de todo, pero sobre todo de mí misma. ¿A quién culpamos de que se nos muera la inocencia?¿Es demolerse y erigirse una muestra de fe? Estoy segura.
Recobrar el asombro para construir desde la luz
Cuando el mundo se partió en pedazos durante la pandemia, yo me reconstruí; lo hice con las piezas de una comunidad a la que conocía por encima y me ha llenado de goce. Por eso me lo he replanteado todo, esta vez creo que me hago las preguntas correctas.
Me cansé de que fuera la rabia o desazón, los pesares y las tragedias las que movieran mi pluma; no me sacudí el asombro ni la indignación, no me hice inmune al dolor, solo decidí afrontarlo diferente. Y por eso, hoy lo entiendo todo distinto. En medio de todo el caos, siempre hay un rayo que se cuela y prefiero aferrarme a él.
Construir desde la alegría y la prosperidad no se nos da natural. Nos han enseñado a ponerle medallas de sufrimiento. Hay que reconocer en voz alta que el agradecimiento a veces engrandece y otras también pesa y hiere. Somos los hijos del flagelo: La nota roja para vender, el sensacionalismo para ganar, la tragedia ajena y la destrucción paulatina del mundo para no desaparecer nosotros mismos.
¿Será que siempre hay un pero? La incomodidad no debiera ser nuestro estado natural. Quizá encontrar la alegría en todos esos grises y negros sea nuestro mayor acto de rebeldía.
Me hago hoy porque no nos reinventamos, en lugar de los pesares y los problemas, de la rabia y esta molestia social de no poder lograrlo nunca, de no tener lo suficiente, de ser evaluados y abusados, de ser violados y mentido siempre.