Resistir para contar

He perdido la cuenta de las veces que me han maldecido en inglés por ser mexicana; con mensajes me han querido deportar un día sí y otro también; me han insultado por hablar español en voz alta y, bueno, soy periodista, también me han levantado el dedo acusatorio de noticias falsas, si lo que escribo no se alinea con la postura presidencial en turno. No me sorprende. En un sentido mórbido e injustificable, lo he normalizado.
Pero lo que no tolero es el intento de criminalizar nuestro trabajo de periodismo en español, de resistencia y resiliencia, de libertad de plumas y voces. No justificaré jamás la xenofobia, la intimidación, la censura y las ganas de cerrarnos los ojos, las bocas y los medios a la fuerza. Callarnos no es una opción.

El fin de semana, un colega salvadoreño fue arrestado mientras cubría una protesta en Georgia. Su detención quedó grabada en el mismo Facebook Live en el que transmitía en directo para miles de personas. Se identificó como prensa, evitó el contacto físico con los uniformados, no confrontó y obedeció; aun así, terminó arrestado y, aunque le fijaron una fianza, no pudo salir en libertad: las autoridades migratorias decidieron detenerlo.

Mario, a quien conozco desde hace poco menos de 10 años, tiene una autorización de empleo y un camino a la residencia permanente. Pero su estatus es un privilegio revocable, a merced de las políticas ante la falta de leyes.

Hasta hace unos meses, Mario pude haber sido yo.

Hoy, puede ser cualquiera de nosotros, que por hacer nuestro trabajo seamos etiquetados como delincuentes y terminemos en las estadísticas de esta presunta cuota de 3 mil deportados diarios, una meta establecida recientemente por la administración Trump para el ICE en ciudades lideradas por demócratas como Phoenix y Tucsón.

Lo que le pasó a Mario es un ataque directo a todos. Pasa más seguido de lo que nos gusta admitir en voz alta. Solo durante las protestas en Los Ángeles, California, la organización International Women’s Media Foundation (IWMF) documentó más de 20 incidentes de agresiones, intimidación e interrogatorios contra periodistas en tres días, al menos cuatro provocadas por armas ‘no letales’.

Pero, a veces el acoso viene de fuera, pero otras muchas pueden ser por parte de los nuestros. En California, una periodista alega que fue despedida de un periódico en San Diego por haber escrito un editorial sobre las protestas violentas en Los Ángeles; colegas en Arizona nos cuentan que no van a cubrir protestas ni marchas porque temen que su situación migratoria los ponga en riesgo y terminen siendo ellos los titulares de la nota… Todos los días es algo nuevo. Esta intimidación, desde la Casa Blanca hasta las redacciones, nos intenta sofocar.

Pero somos resilientes. Aguantamos todo; de más. El periodismo local, independiente, con contexto migratorio y cultural, que nos represente, es más importante que nunca. Estas tácticas permiten que solo otros cuenten historias de nosotros y no con nosotros. Ya no más.

Nuestras comunidades tampoco son desechables. La democracia se construye con una variedad de voces que enfrentan los conflictos desde la curiosidad y no la confrontación, no desde un autoritarismo intimidante. Tenemos el derecho de tejer nuestras palabras para hoy y para la historia; tenemos el derecho de informarnos; tenemos el derecho de hablar español y de unirnos para que nadie nos silencie nunca más.

Autor

  • Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística. Es la fundadora de Conecta Arizona, la productora del podcast Cruzando Líneas y la coproductora y copresentadora de Comadres al Aire. Es becaria Senior programa JSK Community Impact de Stanford, The Carter Center, EWA, Fi2W, Listening Post Collective, Poynter y el programa de liderazgo e innovación en periodismo de CUNY, entre otros.

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