Con la certeza de ser dueño de reflejos y sombras, el tiempo se reconstruye y al descuido alumbra lo fugaz de cada instante. Se sospecha que han de ser los gorriones, – pájaros grises, opacos y de mínimo brillo- quienes llevan cada atardecer hacia la noche. Así como ellos asisten cada día y sin demora ‘cuantas luces ya deben ubicarse en otro amanecer que nunca
espera’.
Y así vamos sabiendo que el coordinar ocasos, la noche con su sombra y cuánta claridad de cada aurora, nunca se cumpliría sin la disposición de los gorriones.
Tan astutos en trasladar la luz que desfallece cada tarde hacia la sombra de la noche, el prestar buena atención a los ocasos y las lluvias. Y disponer en el prodigio de los amaneceres la chillona salutación de los gorriones. Que a veces no son muy silenciosos que digamos…
Pero claro, algunos se asombrarán al saber que los gorriones son de perseguir al bicho canasto, – especie viva de ocultar su recatada vida entre la comunidad pajarera- y que además jamás los gorriones camorreros admitieron buena relación ni con el chingolo, otro volandero de familia aunque de tratarse poco…
Tal vez ese maltrato familiar instalaría el lamentoso ‘ya no cantas chingolo, dónde fuiste a parar’; alusivo a los voraces gorriones entre las arboledas y en el surco; que según las locuaces calandrias, ‘pájaros sin estirpe, otros bichos que vuelan’…
Mas al ver los gorriones de vuelo y en revuelo por mi barrio, todos me advierten ser de la mejor especie. (julio 2015)