Tras el debate que se ha generado en las últimas semanas, ya no cabe duda que Rush Limbaugh es la voz de los conservadores estadounidenses y, como tal, el líder de facto del partido Republicano.
Pero a no equivocarnos, la voz de Limbaugh, a diferencia de ilustres conservadores como William Buckley Jr., es una voz peligrosísima que promueve la intolerancia y que, en muchos sentidos, recuerda otras voces que a lo largo de la historia empujaron a sociedades contemporáneas a crisis desvastadoras.
La última barbaridad articulada por el popular locutor del The Rush Limbaugh Show (KFI AM-640) fue cuando en enero recibió un pedido para que, en cuatrocientas palabras, se expresara la esperanza que la gente tiene en la presidencia de Barack Obama.
Limbaugh contestó que él no necesitaba tantas palabras y que podía resumir sus sentimientos en solamente cuatro: «Yo espero que fracase.»
Y si cabía alguna duda sobre su aseveración, el fin de semana pasado, en la Conferencia de Acción Política Conservadora, en Washington, DC, Limbaugh reafirmó sus palabras ante una manada de lobos conservadores que aullaban cada vez que su líder vomitaba un ataque contra el liberalismo, los demócratas y el programa ‘socialista’ de la administración Obama.
El astronómico ascenso de Limbaugh, de pesimo estudiante (su madre dijo que nunca aprobó ninguna materia y terminó abandonando la universidad), a una de las voces más reconocidas en Estados Unidos, con 14 millones de escuchas semanales y un contrato que le rinde $33 millones de dólares anuales, está colmado de controversia, subjetividad periodística, ataques raciales, insultos e intolerancia.
En 2003, Limbaugh fue despedido por ESPN cuando hizo comentarios que fueron interpretados como racistas al criticar al jugador afroamericano Donovan McNabb. Después, en 2007, se vio involucrado en otro problema cuando caracterizó como «falsos soldados» a veteranos que se oponían a la Guerra de Irak.
Para generar confusión y caos en las elecciones primarias del año pasado, Limbaugh organizó una campaña que motivaba a los electores republicanos a que votaran en la primaria de los demócratas por el candidato que iba perdiendo.
Pero el ejemplo más grotesto de la insensibilidad de Limbaugh se dio en octubre de 2006 cuando el locutor imitó el temblor del actor Michael J. Fox, que padecía Parkinsons, sugiriendo que Fox estaba fingiendo los efectos de su enfermedad.
El presidente Barack Obama no está inmune a los ataques y burla de este señor. El 19 de marzo de 2007, Limbaugh caracterizó a Obama como un «negro mágico» en relación a su capacidad de poder conectar con el electorado estadounidense.
El comentario fue seguido por una canción de Paul Shanklin, «Barack the Magic Negro», que fue cantada burlonamente con el tono de la famosa melodía infantil «Puff the Magic Dragon».
Antes, Limbaugh se había referido a Obama como un «Halfrican American» en referencia, obviamente, a su raza.
Limbaugh no es un caso aislado sino que es parte de un fenómeno mediático que, en la última década, ha crecido considerablemente en Estados Unidos. Con voces ultraconservadoras como las de Limbaugh, Sean Hannity, Glenn Beck, Anne Coulter, la derecha estadounidense ha conseguido popularizar su discurso político a través de radios y estaciones de televisión que, en gran medida, están asociadas con Clear Channel y Fox Broadcasting Corporation. En ellas, pareciera que estos sujetos se sienten como profetas iluminados que tienen la misión redentora de salvar a la nación a cualquier precio.
Esto implica una visión unidimensional, simplista, quasi religiosa, de la compleja realidad político-social; una visión que, entre otras cosas, no acepta a la oposición como otro sector de la sociedad política sino que la caracteriza como el enemigo.
Esta demonización de la izquierda, demócratas, sindicatos, académicos, inmigrantes, feministas, medioambientalistas, progresistas, keynesianos, pacifistas, hace imposible todo diálogo político y conduce a un ataque virulento, insultante, para deshumanizar al «enemigo» de esa utopía ultraconservadora que, en última instancia, es una América blanca y anglosajona.
Limbaugh y sus asociados no son los primeros en darse cuenta de la importancia histórica de la radio como medio de propaganda ideológica. El maestro tal vez haya sido el diabólico Joseph Goebbels quien, en la década de 1920-30, ayudó a promover al nazismo en una República de Weimar agobiada por la crisis económica y la desintegración política.
La libertad de expresión, como en numerosas ocasiones lo estableció la Corte Suprema de Justicia, no es un derecho constitucional absoluto.
Tal era la importancia acordada a este relativamente nuevo medio de comunicación que la Alemania del III Reich subsidió la fabricación de un nuevo aparato radial, la Volksempfanger, o la «radio del pueblo», que a mitad de precio que los modelos de la competencia, pudo ser adquirido por la mayoría de las familias alemanas que, de esa manera, quedaron conectadas con los electrificantes discursos del Fhűrer que condujeron al horror del Holocausto y la destrucción de la II Guerra Mundial.
Un ejemplo más reciente del monstruoso potencial de este medio de comunicación se dio en Ruanda en donde, en 1994, los dirigentes hutus utilizaron la radio (el alto índice de analfabetismo de la población limitaba su acceso a medios escritos) para organizar una campaña en contra de la minoría tutsi.
A través de Radio Ruanda y Radio Télévision Libre des Mille (RTLM) se propagó un mensaje racista en contra de los tutsis, se los acusó de todos los males del mundo, se instó a su exterminio y hasta se dirigió algunas de las operaciones. En menos de 100 días, alrededor de medio millón de personas fueron asesinadas en uno de los últimos genocidios contemporáneos.
Rush Limbaugh no es Goebbels ni es uno de los genocidas de Ruanda, pero su utilización de la radio para desinformar y manipular con fines ideológicos, es más que cuestionable.
En una democracia no se silencia al adversario politico, pero la libertad de expresión, como en numerosas ocasiones lo estableció la Corte Suprema de Justicia, no es un derecho constitucional absoluto.
Cuando Limbaugh ataca racialmente, cuando Limbaugh se burla de incapacitados, cuando Limbaugh desea que el presidente Barack Obama fracase en medio de la crisis económica más seria de los últimos setenta años, es evidente que ha cruzado una línea y que debe ser neutralizado. El FCC y el Departamento de Justicia deben investigar sus comentarios raciales y se deben iniciar las acciones administrativas y criminales correspondientes.
Los promotores del programa deben repensar si están dispuestos a continuar promocionando una ideología de división. Los republicanos no deben tener miedo, como Michael Steel lo demostró, y deben desasociarse de este señor.
El público, que de acuerdo a las encuestas 62% ya tienen una opinión desfavorable del locutor, tiene que asegurarse que apaga la radio cuando llega la hora del The Rush Limbaugh Show y silencia para siempre a esta voz de la intolerancia.
Néstor Fantini es editor de La Luciérnaga Online que se encuentra en www.la-luciernaga.com .