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Llega fin de año y como una niña me hace feliz cuando las familias programan el festejo de Navidad y fin de año.
Si vendrá éste o aquel pariente. O tal amigo. Y en los preparativos, se producen acercamientos entre familiares o allegados que por años, quién sabe por qué, no se hablaban. Llegan estas fiestas y queremos cambiar para ser mejores. Se piensa en los que están lejos y en los que se fueron.
Pero en mi Argentina este año en muchas casas no habrá árbol de Navidad con luces y guirnaldas brillantes como antes. Faltarán regalos para los niños. La comida en la mesa no será mucha.
El corazón y el alma se preparan. Pero los bolsillos son muy flacos y no alcanza. Es cierto que el problema económico es global, pero acá casi siempre una parte del pueblo tuvo más dificultades que la otra.
De niña me encantaba cuando en Navidad salíamos todos los chicos a las veredas y nos enseñábamos los regalos que habíamos recibido. La bicicleta de colores brillantes, la muñeca de ojitos celestes y el autito nuevo de mi primo Julián.
Ahora, las madres cuidan a sus niños y no les dejan salir a la calle. Hay peligro de que los secuestren o entren a las casas a robar. O que te maten. En mi Argentina, ahora roban y matan por 20 pesos.
El papá trabajaba y lo que traía alcanzaba para los gastos y para guardar algo en una cuenta de ahorro a nombre del niño. La mamá se quedaba en casa a educar a sus hijos.
¡Qué tiempos lejanos e inolvidables!
Sí, el 2010 se está yendo, con muchas penas pero poca gloria. Esperamos que el 2011 sea mejor. ¿Qué podemos hacer?
Provoquemos sonrisas en los demás y hagamos felices a los que nos rodean. Así mi Argentina y el mundo será más lindo, al menos un poco. Y golpean la puerta; ya están llegando.