El talento no basta: es preciso, además, trabajar y trabajar bien. Mira, en mi vida he conocido a personas muy talentosas, y eso lo considero un privilegio; sin embargo, casi no he conocido personas que pueda llamar verdaderos profesionales.
Es como si casi todos nosotros insistiéramos en nos esforzarnos mucho para hacer lo que debemos hacer, como si apenas un poquito bastara para conseguir resultados medianamente aceptables. Es una pena.
En México veo lo mismo: talento que brota por todas partes, riqueza de recursos naturales, oportunidades y un enorme tesoro social en el poder de la gente y sus relaciones, pero lamentablemente a todo esto hay que agregar esa grisura que los seres humanos abrazamos con fuerza, como si se tratara de una tabla de náufrago.
Te estoy hablando a ti pero también a mí, porque a menudo me siento acosado por esa tentación de abandonar mis obligaciones. Sabiendo lo que debemos hacer, como dijera San Pablo, no lo hacemos, y esa es nuestra tragedia, la de no llegar a nuestro destino sabiendo bien cuál es el camino que debemos tomar.
Tú que me escuchas ahora mismo puedes hacer mucho, pero mucho para renunciar a la mediocridad en la que muy probablemente te encuentres instalado.
Se trata de hacer que las cosas pasen, de honrar nuestra inteligencia y nuestra pasión, de hacer de nuestros actos ejemplo para los demás. La experiencia me ha mostrado algo: no usamos ni la mitad de nuestras capacidades intelectuales y humanas; luego encima nos quejamos porque en la vida no nos va como quisiéramos.
Creo que en nuestra indolencia radican todos nuestros males. Un cambio de actitud es necesario y suficiente: a poco que uno decide de verdad embarcarse en un compromiso verdadero con sus oficios, los resultados llegan, y lo que es mejor: uno se vuelve una persona más feliz.
Ahora que escribo estas palabras pienso en la gente de antes y creo que quizás ellos eran gente más comprometida y entregada a sus causas, quizás porque la vida era más dura y la disciplina, a veces brutal, era impuesta a rajatabla por los padres en las casas.
Pienso en esas señoras muy viejas que alguna vez vi levantarse desde las cinco de la mañana a trajinar todo el día y sin chistar: estamos muy lejos de todas estas cosas.
Termino con una historia familiar. En una ocasión, mi abuelo contrató a un albañil para que hiciera ciertas remodelaciones en su casa.
El hombre terminó y después de realizar sus arreglos, tomó una escoba para limpiar todo el polvo de ladrillo y cemento que había quedado en el suelo como consecuencia de sus reparaciones. Mi abuelo lo observaba atentamente sin que el hombre se diera cuenta, entonces me llamó haciendo una seña con la mano y en un tono confidente me dijo:
“Ese hombre es un profesional y no lo sabe”.
Desde entonces no puedo sacarme aquella anécdota de la cabeza y por eso busco siempre limpiar la suciedad que dejo con mi trabajo, porque quiero ser un profesional y además quiero saberlo.