Conversando con mi prima en un vehículo en el que iba un señor norteamericano, comentamos la muerte de un hijo de Alfredo Félix Cristiani que había sido atropellado por un camión cuando iba en bicicleta. Lo curioso era que el poderoso ex-mandatario de El Salvador no había presentado cargos por la muerte. Mencioné que, posteriormente, me había enterado que el conductor del vehículo, junto a toda su familia, habían sido asesinados.
Ante este hecho que indudablemente puede ser un chambre, y yo no tengo forma de verificar si es cierto o no, el señor norteamericano replicó: «No creo eso. Conozco al expresidente Cristiani y es una buena persona». Su respuesta dio la impresión de que yo estaba haciendo una incriminación.
En este momento la Fiscalía acusa a Cristiani por la presunta participación en la masacre de los sacerdotes jesuitas. Hasta el momento Cristiani se ha mantenido incólume en las responsabilidades que tienen que ver con los últimos años del conflicto armado en nuestro país.
De lo que nadie habla, y menos aún lo hacen los mandatarios que tuvieron participación en la guerra de muchos años, es de los que murieron. Como si no hubiesen tenido participación alguna en los atropellos contra la población civil, en lo que se llamó «la Guerra Sucia». Como si los hechos se hubiesen desarrollaron de forma natural, de manera inevitable.
Aporto con mi experiencia, lo sucedido en esa guerra, en la que indudablemente tiene responsabilidad el gobierno de Cristiani.
El Escuadrón de la Muerte
Me encontraba en una parada de autobús en compañía de Jorge Alberto Salazar (Koki), cuando se detuvieron dos vehículos. Un hombre de piel blanca y cabellos casi rubio salió haciendo señas para que abordáramos el auto. En una mano sostenía una ametralladora UZI, en la otra un cargador. Luego salieron otros y nos introdujeron al vehículo para conducirnos al cuartel de Policía de Hacienda, la temida PH.
Con las manos nos cubrían los ojos, después nos pusieron vendas. Un gordo chaparro nos dijo: “Cámbiense ropa, aquí están estas calzonetas. Rápido, rápido pues”. Apresuradamente nos quitamos la ropa y nos pusimos las calzonetas y camisetas color verde olivo.
El hombre gordo nos explicó porque estábamos allí: “Han sido capturados por el Escuadrón de La Muerte y los vamos a matar”.
La tortura
Después de esa amable bienvenida, me dieron un tremendo golpe en el estómago que me dejó sin aire. Hice una exclamación de dolor y otro dijo: “Este no va a aguantar”. Koki les dijo: “Saquen las bolsitas pues” (bolsas para hacer la capucha y provocar asfixia) y ellos respondieron: “Aquí no hay bolsitas. Nuestros métodos son modernos”.
Pusieron sobre mi cabeza un plástico ahulado negro. Aguantaba por un momento, después trataba de respirar desesperadamente. Comenzaba a ver lucesitas y perdía fuerzas mientras los torturadores me golpeaban en el estómago. Me sentí morir cuando en ese preciso instante me quitaron la capucha y volví a respirar, volví a vivir. Después del interrogatorio me pusieron en cuclillas con las manos hacía atrás, en una posición muy incómoda. Las esposas me apretaban y podía escuchar la voz de un campesino rindiendo sus declaraciones. Por su voz se notaba que era un anciano, pero eso no impedía ser tratado con la misma rudeza y barbarie.
Un diálogo desde rincones diferentes
“Mira, a mí me da pena verte en esas condiciones, no creas, pero el problema es que si ustedes nos encuentran en la calle nos matan. Yo quisiera que si nos encontráramos en la calle algún día nos diéramos la mano”.
“Mira, el problema no es personal, ustedes no son más que unos esbirros, que maltratan a la gente porque les pagan. A mí no me interesa que te mueras ahora o mañana, a mí vos no me importas como persona y es más te tengo lástima, ya me imagino estar en tu lugar y llegar a mi casa a compartir con mi esposa e hijos sintiéndome mierda, o es que no te da asco emplear todo tu talento, tu espíritu, tu conocimiento en algo tan denigrante, como puedes llamarle trabajo a esto. ¿Cómo puedes salir a la calle y presentarte ante las personas con honestidad ? Yo no podría, prefiero que me mates aquí y ahora, que asumir ese papel”.
Nuevamente me colocaron vendas en los ojos. Se acercó una enfermera que con su voz maternal, me preguntó: “¿Cómo se siente?”.
“Eso me lo hubiera preguntado cuando me estaban vergueando”, le contesté. La enfermera se cortó por unos momentos y después dijo: “Bueno, si se siente malito, ahí me llama”.
Práctica sistemática
En estos pocos párrafos no se puede describir la terrible experiencia que se sufre en la tortura y lo peor del caso es que no se trató de un hecho aislado. Fue una práctica sistemática en muchos de los países de América Latina. Para los autores de todos estos hechos tan deleznables, en El Salvador no hay siquiera una reprimenda, un mea culpa, quizás porque «son buenas personas».
Pero el presidente Bukele trabaja para cambiar la historia. Ya mandó a destruir el monumento en conmemoración de los masacrados en El Mozote, como una acción heroíca de su gobierno. Ante esto debemos recordar las palabras de André Malraux, «aún en la muerte, la cultura continúa siendo vida».