Afortunadamente, nos encontramos en una relativa pausa del COVID-19. Desde hace unos meses los números de nuevos casos, hospitalizaciones y decesos han caído.
Aunque siguen falleciendo un promedio de 390 personas cada día a causa del mal.
Supuestamente, hemos vuelto a la normalidad. Más de la mitad de los estadounidenses creen que el riesgo ha desaparecido. Son escasos los que llevan mascarilla, se hacen la prueba y mantienen distanciamiento social.
Sí, se han hecho avances gigantescos, incluyendo el veloz desarrollo de las vacunas y sus refuerzos, las terapias que redujeron sustancialmente la mortalidad entre los enfermos, la disponibilidad de pruebas para toda la población y el desarrollo de sistemas de detección a nivel nacional.
Pero las señales que detectan los expertos no son optimistas. Por una parte, está el problema del llamado COVID largo, una grave afección potencialmente incapacitante cuyos síntomas persisten o surgen después de mucho tiempo.
Por la otra, nuevos linajes y variantes del virus se han estado desarrollando.
La semana pasada, la Organización Mundial de la Salud anunció que en la actualidad hay más de 300 subvariantes de Omicron en el mundo, que compiten por convertirse en la próxima cepa dominante. Es cuestión de tiempo hasta que se detecten nuevamente en la población.
Pueden ser menos letales que los actuales, o más; las vacunas y terapias del momento pueden ser eficientes, o no.
Es entonces muy probable que se avecine otra crisis de salud. La Casa Blanca misma reconoce en un documento que no estamos suficientemente preparados para lo que se venga.
Es que las autoridades nacionales de salud han priorizado el regreso a la normalidad. El CDC (Centro de Control de Enfermedades) ya no recomienda el distanciamiento social, el uso de máscaras o las pruebas de detección. Los no vacunados ya no necesitan estar en cuarentena si están expuestos al virus.
Y hace solo pocos días, en una entrevista de 60 Minutos el presidente Joe Biden dijo que “la pandemia ha terminado”, aunque “todavía tenemos un problema con el COVID”.
Tememos que el presidente desee más que nada calmar a la población. Y la proximidad de las elecciones nacionales del 8 de noviembre seguramente influye en sus declaraciones.
Pero el riesgo subsiste.
Según el mismo CDC, uno de cada cinco contagiados del coronavirus (el 40% de la población) sufre síntomas del COVID Largo y en riesgo de desarrollar otras enfermedades crónicas: cardíacas, asma y diabetes.
El COVID prolongado puede tomar muchas formas, incluido el agotamiento, la disfunción cognitiva, los problemas neurológicos y el dolor crónico
Incluso si el ejecutivo quisiera ampliar suficientemente los preparativos, el Congreso se niega a aprobar sumas necesarias para prevenir otra crisis.
A fines de marzo, la Casa Blanca solicitó al Congreso más de 88,000 millones de dólares durante cinco años para prepararse adecuadamente para la próxima pandemia.
Esto sucede cuando ambas cámaras están todavía en poder del partido del presidente, el Demócrata. Las encuestas de opinión arrojan que es probable que los republicanos asuman el control de al menos una de ellas.
En ese caso, la probabilidad de que se apruebe la necesaria inversión en preparación podría reducirse notablemente.
Es un error. Así como se aprueba el presupuesto del Pentágono en billones de dólares aún en tiempos de paz, el presupuesto para derrotar al COVID no puede mermar.
Es igualmente importante alertar a la población para que sepa cómo protegerse.