Stop Vuvuzela!

Sara Spinrad, amiga de internet, de un pasado lejanísimo y como corresponde, a veces del alma, ha hecho lo inevitable: crear un grupo de Facebook con el nombre de Stop Vuvuzela y una descripción de nueve palabras: ¡por favor, déjenos gozar de este mundial de fútbol!

Y es cierto, alcanza, porque, ¿se necesita hacer más ruido para denunciar esa trompeta plástica, cuyo sonido feísimo en las canchas del Mundial de Sudáfrica no solamente nos ensordece (algo por lo demás fácilmente solucionable si se baja el volúmen) sino que simplemente no deja escuchar al narrador de los partidos. En ningún idioma, en ningún canal.

Que me expliquen, entonces, para qué los hinchas sudafricanos y sus acólitos de todo el mundo se vacían peligrosamente los pulmones. ¿Están apoyando a uno de los equipos, o repudiándolo? ¿A cual? Imposible saberlo: esa resaca de sonido sigue, dale y dale sin interrupción.

Obvio, los damnificados no son solamente los que no oimos la explicación del partido, y somos unos cuantos, sino también los protagonistas en fin del Mundial, los jugadores. No se pueden concentrar, no pueden comunicarse entre sí y no pueden descansar en los intermedios. Horrible.

Fundador y co-editor de HispanicLA. Editor en jefe del diario La Opinión en Los Ángeles hasta enero de 2021 y su actual Editor Emérito.
Nació en Buenos Aires, Argentina, vivió en Israel y reside en Los Ángeles, California. Es periodista, bloguero, poeta, novelista y cuentista. Fue director editorial de Huffington Post Voces entre 2011 y 2014 y editor de noticias, también para La Opinión. Anteriormente, corresponsal de radio.
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Founder and co-editor of HispanicLA. Editor-in-chief of the newspaper La Opinión in Los Angeles until January 2021 and Editor Emeritus since then.
Born in Buenos Aires, Argentina, lived in Israel and resides in Los Angeles, California. Journalist, blogger, poet, novelist and short story writer. He was editorial director of Huffington Post Voces between 2011 and 2014 and news editor, also for La Opinión. Previously, he was a radio correspondent.

9 comentarios

  1. Adhieran al grupo NO SOPORTA LA VUVUZELA ( LA CORNETA DEL MUNDIAL)
    http://www.facebook.com/#!/group.php?gid=115448445166609
    Un mensaje cultural para BLATTER:
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  2. ¿Hay diferencia entre los espectadores en el estadio — unos 60 mil, digamos — y los que ven el partido por televisión – unos 60 millones, ponle-? He ido a muchos partidos y gozado de la fiesta y el escenario en las gradas. El colorido de las casacas, los sombreros arlequinescos, las ocurrencias ingeniosas de carteles, los cánticos, a veces elaborados, a veces tan imponentes que los coros dejan muy por detrás al legendario del Ejercito Rojo, ¿no?
    Y las reacciones a lo que sucede en el partido: silbidos que parecen locomotoras y retahilas de insultos que ni lo parecen. Opinionólogos que de a miles y como un solo hombre pidan sacar a tal o cual jugador y reemplazarlo por uno de sus ídolos. Inigualable, en cualquier lugar donde usted se encuentre. Ese delirio popular contrasta con la aburridísima indiferencia en los partidos de baseball, por ejemplo, que son como picnics familiares, con patas de pollo y todo.
    Pero no me causa gozo, por ejemplo, los golpes entre equipos contrarios e incluso entre aficionados dle mismo equipo. Por un quítame allá estas pajas se agarran de los pelos, cabecean las caras, arrojan botellas (llenas). Dentro del estadio, pero especialmente afuera, como lamentablemente lo atestiguarían un par de mis dientes, si todavía los tuviera.
    Petardos, bombas de estruendo, granadas de humo, incendio de papeles, no, no lo gozo. Ni menos los empujones capaces de causar decenas de muerto como lamentablemente sucedió más de una vez.
    En este grupo estan las cornetas de plástico (corríjame, pero creo que en México las hacían de lata). Como decía el comentarista anterior, no responden tanto a lo que sucede dentro de la cancha de juego sino en el intercambio social en las gradas. Se desprende de la afición por el equipo, el amor al fútbol y la solidaridad social que lo caracteriza para, con total desparpajo, causar daño al prójimo. Ah, no.

  3. Mireya, creo que confundes las cosas.

    No conozco la historia de las vuvuzelas, pero no creo que tenga mucho recorrido y me imagino que es más una moda que una expresión cultural.

    Es cierto que cada afición es diferente. Cada uno tiene una forma de vivir el futbol. Recuerdo el mundial de Mexico y el espectáculo era impresionante. En Alemania, Francia, Korea, EEUU, Italia, cada uno a su manera, había un ambiente festivo.

    Pero es que esto es simplemente ruido. Se marque un gol o esté el balon en el centro del campo el sonido es el mismo, las vuvuzelas sonando sin parar. No va con el juego, no lo sigue. Sin contar que se tapa precisamente la diversidad de las aficiones, sustituyéndola por este ruido insoportable. Es un boicot a la fiesta.

    1. Nacho, no me confundo, son aproximaciones cuturales a ser ‘espectador’. ¿Se es espectador pasivo, o activo? ¿Quién determina lo correcto, lo soportable o lo insoportable en un graderío de 110,000? ¿Ruido para quién? En el estadio Azteca, y en las fiestas patrias, la afición llega a hacer ruido ADEMÁS de apoyar a su equipo. Unos soplan las cornetas sin parar, otros echan porras, otros cantan. Hacer ruido todo el tiempo es parte de la forma en como muchos viven el fútbol. Hay que ser aficionado de estadio, y no sólo de televisor, para entenderlo.
      Ojo, no digo que a mí si me guste o lo disfrute. Sólo digo que el ruido ensordecedor ya viene con el paquete de vivir el fútbol en las gradas cuando una va al Azteca.
      Por cierto, los Estados Unidos también se quejaron de las vuvuzelas en México durante las eliminatorias mundialistas, ¿se atreverá a alguien a pedirle a los aficionados mexicanos que se callen porque a sus rivales no les parece? ¿Cómo creen que respondería la gente?

  4. Entiendo la queja sobre las famosas vuvuzelas, el ruido sí es ensordecedor, sobre todos para quienes no están acostumbrados a ir a estadios o prescindir de los comentaristas en sus pantallas. De hecho, a mí me sorprende el temple tan calmado y la afición tan silenciosa en televisoras y estadios europeos.

    Pero todo tiene qué ver con las aproximaciones culturales al ruido y a la festividad. El fútbol en México, por lo menos, no sólo es el espectáculo de las canchas, sino también el de las gradas. Cualquiera que haya ido al estadio Azteca a un partido de la selección o algún estadio mexicano a su máxima capacidad ya sabe que el ruido de la vuvuzela viene con la experiencia del fútbol. Lo que pasa en Sudáfrica es lo mismo que ocurre cada vez que el monstruo del Azteca se llena.

    No es que el ruido no nos sea molesto, de hecho produce el mismo efecto que a todos ustedes, dolor de cabeza, zumbido de oídos, etcétera. Pero hay reglas no escritas del papel del individuo en el mosaico colectivo. No digo que esté bien o mal, que deba ser o no, simplemente que los mexicanos hemos asimilado culturalmente que las decisiones, quejas y bienestares individuales se dejan en casa porque la experiencia de ver el fútbol se somete a la colectividad, sí, tirana, de las mayorías, y la colectividad es ruidosa y festiva. Nadie en México va a las gradas de un estadio pensando que será un paseo por un monasterio tibetano, si es así, debe comprar boletos más caros.

    Sí, el molesto sonido de abejas de panal también aparece en las transmisiones de Televisa cada vez que los narradores hacen lo propio, y no nos es ajeno, pero ya nos acostumbramos. Es parte del paquete. como cuando uno quiere escuchar un concierto de rock y no puede porque la muchedumbre le grita; o el que viene del campo y pretende que la gran urbe no tenga ruido, sirenas ni tráfico. Como todo en esta vida, uno debe adaptarse o aguantarse.

    Si las televisoras mexicanas con toda su tecnología pueden ejercer su trabajo con todo y el ruido, ciertamente significa que todos los demás pueden también, si se lo proponen. No veo intención de adaptarse, más bien de permanecer en su zona de comfort, con lo que conocen. Pretenden que África sea Alemania, USA; etc. Hay sociedades, como las europeas, que son muy centradas en el individuo, acostumbrado en sí a su rol de consumidor. Hay otras, como la africana, y hasta cierto punto la mexicana, en la que los deseos individuales deben sacrificarse por los de la colectividad.

    Si cada individuo pidiera a la FIFA que prohibiera todo lo que encuentra irritante de los partidos de fútbol, entonces ya podemos despedirnos de las vuvuzelas. Muy bien. Pero estemos conscientes que en ánimo de equidad, todos los equipos y aficionados musulmanes tienen también todo el derecho de pedir que se prohiba la venta y el consumo de cerveza, porque como dijo uno de ellos en Twitter, ‘yo tengo más miedo de los borrachos que de las vuvuzelas. En mi país nadie toma alcohol, encuentro su consumo en público totalmente inaceptable’. ¿Moraleja? Nadie tiene el derecho, así sean millones, de determinar qué irrita a todos y que no, ni cuándo algo sí se acepta (de preferencia cuando se parezca a lo que conozco en casa) y cuando no. Como el consumo de cerveza está culturalmente asimilado en Occidente, por eso se ve normal. Bueno, lo mismo aplica al ruido. Y si nadie pidió a los alemanes dejar de beber cerveza porque hay aficionados que se intimidan con su consumo (así fueran millones), tampoco nadie debe pedir a los sudafricanos a bajarle a las vuvuzelas sólo porque Occidente no está acostumbrado y sólo los mexicanos sí.

    En el fondo de la discusión lo que priva sigue siendo el pensamiento eurocentrista y colonial que considera que lo suyo (la quietud y la tranquilidad) es lo civilizado y moderno, mientras que lo ‘otro’ (el ruido) es lo primitivo y exótico. Esto se ha evidenciado con los cientos de comentarios racistas vertidos sobre el uso de la vuvuzela, y su atribución a las ‘tradiciones’ de los africanos. Me pregunto si hubiera el mismo furor si fueran holandeses los que hicieran el ruido, y no africanos? Diríamos !!Ay, esos rubios de ojos verdes cómo hacen ruido!! Yo creo que no. Ya espero con ansia qué dirán los mexicanos en Estados Unidos de los mexicanos en México, o qué, ¿ya se les olvidó cómo es el Azteca?

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