Terremoto en Chile: Estamos en estado de shock

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Lea aquí: Terremoto en Chile, un país que se fue al carajo

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Empieza otra noche en el centro de Chile. La electricidad de las calles aún no ha sido repuesta. La penumbra de la ciudad puerto de San Antonio recibe el resplandor de una veintena de barcos iluminados que se acumulan en la bahía a la espera de la reparación de los muelles. Es un espectáculo tan bello como tenebroso.

Desde el terremoto, una extraña calma tórrida, un cielo anaranjado y un mar sin olas, apenas interrumpido por las fuertes réplicas, nos mantienen en recelosa alerta. Cada nuevo sismo en un potencial nuevo terremoto. Pocos han logrado dormir. La energía está volviendo lentamente a los hogares. Millones de chilenos recién se están enterando de la magnitud del terremoto en el resto del país. Las imágenes que se muestran son elocuentes, no hay lugar a la manipulación con los estragos dejados por un movimiento telúrico grado 8,8 en la escala de Richter.

La Nasa ha difundido que la fuerza liberada fue tal que el eje terrestre se desplazó 8 centímetros acortando con ello la duración de los días.

El gobierno, la oposición y las instituciones abocadas a las emergencias, están enfrascados en paralizantes dimes y diretes. La improvisación, el oportunismo político y los muñequeos ideológicos parecen un juego macabro de niños malcriados. Todos se culpan por la lenta y torpe reacción. El aviso del gran tsunami que arrasó la mitad de las costas de Chile dependió de un fax ambiguo y borroso emanado desde la oficina de alerta temprana de la Armada chilena. Nadie pudo interpretarlo adecuadamente a tiempo. Nadie pudo dar una señal clara a la población para que escapara. El que arrancó y se salvó, lo hizo impulsado por su propio instinto de supervivencia.

La capacidad productiva del país está detenida. Las personas siguen en estado de shock. Miles de personas se desplazan varias veces al día hacia los camiones aljibes para recibir un poco de agua limpia. Caminan por las calles como almas en pena, ojerosas, desgreñadas y malolientes. Sus ropas y sus manos siguen cubiertas de polvillo de cemento. Las abuelitas que hacen fila apenas pueden transportar un par de botellas. Son para el tecito de la tarde, dicen. Son ellas las más tranquilas y en sus ojos serenos se vislumbra un agradecimiento religioso por seguir vivas. Los niños han despertado de su sopor electrónico y han redescubierto el sol, los objetos y las pelotas abandonadas. Cómo suele suceder en estos casos, las personas comunes, al ser protagonistas de la tragedia, observan o escuchan con cierto desdén y hasta risotadas las imbecilidades apaciguadoras que se transmiten desde el gobierno y las televisoras.

Las réplicas se siguen sucediendo con intermitencias de pocos minutos. Los muros que no se habían caído con el terremoto, se han caído con las réplicas de 5, 6 y hasta 7 grados Richter. Casi todas las iglesias del centro sur de Chile cayeron o quedaron con serio peligro de derrumbe. No podrán volver a ocuparse. La mitad de los colegios, la mitad de los hospitales y casi todos los museos, teatros y bibliotecas públicas están en el suelo. Los almacenes siguen cerrados y apenas unos pocos se han atrevido a atender por minúsculas y bien resguardadas ventanillas. Tienen poco que vender. Los parques que no fueron enteramente destruidos se han llenado de carpas con las familias que perdieron sus casas. Los perros andan libres pues cayeron casi todos los muros delimitadores. Las casas se han vuelto transparentes y en las noches las personas hacen grandes fogatas frente a sus casas y comparten té y alcohol con sus vecinos. Los niños siguen jugando entre los escombros hasta las tres o cuatro de la madrugada, acompañados por el ruido de las réplicas que siguen pasando bajo nuestros pies como aterradores trenes subterráneos.

Se amanece muy temprano. El temblequeo de la tierra espabila rápidamente el sopor matutino. Miramos por la ventana y durante unos segundos intentamos pensar que no fue más que una horrenda pesadilla, pero la claridad del sol nos apaga esta ilusión y nos muestra una nueva realidad teñida de dolor y precariedad.

Las murallas también cayeron sobre los jardines. Nadie ha vuelto a regar las plantas que sobrevivieron. Las flores son pisoteadas y los prados de los parques están sufriendo su amarillo tránsito hacia la muerte.

Escritor chileno. Licenciado en Historia en la Universidad de Chile. Nació en San Fabián de Alico en 1972. Ha publicado ensayos, crónicas y relatos en diversos medios americanos y europeos. Es autor de las novelas Ameba y El odio, y de los libros de relatos La vida continúa y El insomnio de la carne. Todas sus obras han sido publicadas por Sanfabistán Editores. Columnista en HuffPost Voces (EEUU) e HispanicLA (EEUU) y controvertido bloguero político cuya voz independiente se ha expandido a todo el mundo hispanohablante. Se le ha descrito como un autor de pluma corrosiva, provocadora y amarga.

4 comentarios

  1. ¡Qué tristeza tan grande! Primero, Haiti, ahora, Chile.Hemos y seguirmos colaborando con los hermanos de ambos países. Me asalta, sin embargo, una pregunta: ¿Por qué hubo tantos robos y saqueos en un país tan rico que si bien está en desgracia ahora, pero que durante el terremoto mostró una población pobre que robaba televisores, artifactos eléctricos, etc.?¿Hay pobre pobres en Chile?
    Chile, estamos contigo, hemos y seguiremos ayudando. Margarita Noguera.

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