Pese a los estragos materiales y sociales dejados por el terremoto del 27 de febrero en Chile, la popularidad de la presidenta Michelle Bachelet no bajó ni un punto y a dos días de dejar su cargo, la última encuesta le dio un 84% de apoyo popular. Tal paradoja no tiene precedentes en la historia reciente de ningún país.
Se acercaron así los preparativos finales para el traspaso de mando del 11 de marzo. Entre el 9 y la madrugada del 11 de marzo, llegó el conjunto de autoridades extranjeras invitadas junto a sus respectivas comitivas. Llegó la presidenta argentina Cristina Fernández, el presidente peruano Alan García, el presidente boliviano Evo Morales, el presidente ecuatoriano Rafael Correa, el presidente colombiano Álvaro Uribe, el Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza, el príncipe Felipe de Borbón y más presidentes, cancilleres, embajadores y autoridades de distintos países.
El día 11, y luego de los saludos protocolares y reuniones bilaterales, todos se dirigieron hasta el Congreso Nacional de Chile en la ciudad puerto de Valparaíso. Al descender de sus vehículos fueron vitoreados por la multitud congregada a una distancia prudente y brevemente entrevistados por los periodistas apostados en las afueras del edificio. Luego entraron, saludaron, tomaron asiento y esperaron el ingreso de la presidenta saliente Michelle Bachelet y el presidente entrante Sebastián Piñera.
Conversaron distendidamente durante varios minutos a la espera del inicio de la ceremonia. La presidenta se había demorado más de lo pronosticado en Santiago, pues se había acercado a saludar a la multitud que la seguía aclamando en las afueras del palacio de gobierno.
De pronto sobrevino un fuerte ruido subterráneo y las sonrisas se esfumaron de los rostros. La tierra empezó a temblar con una furia ascendente. Fue un sismo largo, interminable, y las enormes lámparas del Congreso oscilaron amenazadoramente sobre las cabezas de los dignatarios. La presidenta argentina intentó mantener la calma a la vez que hacía nerviosos gestos con las manos a sus agentes preparando la posibilidad de la huida. El presidente Lugo, pálido y asombrado, permaneció en su sitio tomándose la barbilla y mirando el techo. El presidente Evo Morales se hundió en su asiento con resignación y juntó sus manos en señal de “hasta aquí nomás llegamos”. Alan García, aterrorizado, buscaba con la vista las vías de escape, y el príncipe Felipe mantenía su mirada temerosa puesta en la estructura del techo del Congreso.
En los pasillos, los jefes de seguridad coordinaban la posible evacuación del edificio ante la alerta preventiva de tsunami. La información de la Armada se cotejaba segundo a segundo con la proveniente de los sitios meteorológicos de Estados Unidos.
A los pocos minutos ingresó Michelle Bachelet y Sebastián Piñera y comenzó la ceremonia entre una seguidilla de nuevas réplicas. Pocos prestaban atención al acto. La sangre fría que requería el protocolo no alcanzaba a ser disimulada por las expresiones temerosas de los invitados. En los ojos de los concurrentes sólo había gritos silenciosos que clamaban por la supervivencia.
La entrega de la banda presidencial y la piocha de Bernardo O’Higgins, símbolo del poder en Chile, se hizo con torpeza, con sonrisas forzadas y manos temblorosas. Entre tanto alboroto, nadie pareció recordar las normas del traspaso.
Luego, un rápido juramento, la entonación del himno nacional, un aplauso estruendoso y el fin apresurado de la ceremonia con Sebastián Piñera saliendo con tranco raudo por el pasillo, investido como nuevo presidente de Chile.
Mientras esto ocurría, en las calles de Valparaíso y de todo el litoral chileno, millares de personas corrían entre gritos y llantos histéricos hacia los lugares más altos arrancando del posible tsunami que finalmente nunca llegó.