Después del devastador terremoto que en 1985 sacudió a la ciudad de México, se generaba un éxodo masivo de capitalinos a distintas ciudades de “Provincia” (detestable adjetivo, pero indispensable para contextualizar).
Según cálculos extraoficiales [porque ya ven que somos buenísimos en México para llevar registros claros] entre 200,000 y 300,000 familias abandonaron la Ciudad de México, para radicar en otras ciudades.
Aunque principalmente la migración se enfiló hacia sitios como Tlaxcala, Puebla, Monterrey y Guadalajara, Tijuana no sería la excepción, y pronto se daría uno de los episodios más vergonzosos de intolerancia y violencia verbal de los que tengo memoria.
En Sonora se acuña la tristemente famosa frase: “Haz Patria, Mata un Chilango”, que rápidamente sería recogida y apropiada por el conglomerado peatonal, mientras que en Tijuana un conocido periodista cerraba su columna semanal de los viernes con la frase “Chilangos Go Home’, la que eventualmente pasaría del popular Semanario a las defensas de los coches mediante vistosas calcomanías.
Lo más paradójico es que el ocurrente creador de la frase “Chilangos Go Home”, mantenía abiertas relaciones amistosas con “distinguidos” miembros de la comunidad defeña establecida en Tijuana. Por cierto algunos de ellos en su momento y hasta la fecha, saldrían “salpicadísimos” tras el cobarde atentado en el que perdió la vida el periodista en 1988.
En aquellos tiempos no era raro escuchar frases como: “Mira ese chilango cómo maneja”, “¡Aguas, trae placas del DF!”, habitual advertencia de tener cuidado y mantener su distancia porque seguramente ese coche con placas “extrañas” haría un movimiento violento que nos pondría en peligro a todos.
¿Quién iba a pensar que dos décadas después Tijuana tendría los niveles de tránsito y embotellamientos de cualquier gran ciudad, y todos conduciríamos como si nuestra vida dependiera de ello?
¿Intolerancias Regionales? Quizás. Pero creo que esta campaña contra los recién llegados del sur encontraría combustible en rencores más profundos, y no tanto en el maniqueo consenso de: “chilango gandalla y preponte”.
El Cazador de Guachos, escrita por José Terán fue una popular columna en el periódico El Informador de Hermosillo, Sonora. Tan popular que se convirtió en libro y best seller en el estado en 1986. Su columna diaria era básicamente un manual para detección de “guachos”: toda persona proveniente del sur, no solo del DF. Y la advertencia siempre vigente de ¡aléjense inmediatamente! (al ver un guacho).
Tierno el sujeto, ¿no?
No es raro que las generalizaciones llevadas a extremos produzcan trágicas consecuencias. Fue precisamente en Sonora donde ocurriría la tragedia. Un nene de primaria, Juan Israel Bucio, fue golpeado por sus compañeritos. Juan Israel padecía epilepsia y tras la paliza propinada por los que debieron ser sus compañeros de juego, murió.
Su grave afrenta: ser de Michoacán, del Sur, por lo tanto Guacho: había que cazarlo.
En Tijuana no hubo muertos (en ese entonces), pero sí muchos sustos, conozco de primera mano casos como el de una familia, que mientras subían su mandado y a sus hijos al coche, un sujeto les echa el carro encima y los increpa gritándoles: ¡¡¡[inserte su insulto favorito aquí] …chilangos!!!
Casos como estos se escuchaban por montones, así como otros donde se les negaba el derecho a adquirir un inmueble en renta, porque “eran chilangos”; de igual manera aparecían sus llantas navajeadas y sus vehículos con rayas en la carrocería si tenían placas del DF, etc. etc. etc.
Las actitudes inocentes en casa no faltaban: «¡no hables como chilango!» (cuando se le ocurría al niño norteño utilizar la expresión «¡Qué padre!», aunque lo hiciese imitando el lenguaje de los protagonistas de la novela favorita de mamá).
Fue una época dura, especialmente para los más pequeños quienes no entendíamos qué tenía de malo ser chilango, si Chabelo, Capulina, Chespirito y todos los Presidentes vivían ahí, si papá le iba al América y mamá no se perdía Cuna de Lobos, donde todos los protagonistas eran, sí, chilangos.
Debo decir que no todo el que vino al norte la pasó mal. Para los Defeños de dinero esta historia nunca existió. Ellos se fueron directamente a San Diego y lo siguen haciendo seguramente por respeto a José Vasconcelos quien decía que: “La Civilización termina donde comienza la carne asada”.. Y yo digo ¡Viva la Carne Asada! y vivamos todos juntos sin estarnos jodiendo. ¿Quién dijo yo?