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Don Lucas, el primer feminista que conocí en mi vida

Tijuana blues: don lucas

Don Lucas fue el primer feminista que conocí en mi vida. Todos los días antes de salir el sol, caminaba las quince cuadras que había desde su casa en la Colonia Libertad hasta la Línea Internacional, mostraba su green card al agente de migración en turno y después tomaba el trolley rojo hasta su trabajo en una lavandería industrial en Chula Vista.

A las 5:00 de la tarde volvía a casa, le daba un beso a su mujer, cocinaba la comida de sus dos perros –el Blacky y el Duque–, para después salir a regar sus claveles, sus plantas de chile, su té de limón, su granado. A las siete de la noche ya estaba preparando su lonche para el día siguiente, y a las 8:00 como un relojito ya estaba en la cama en la víspera de un nuevo día igual que el anterior. Nunca cenaba porque le daban agruras.

Los viernes sin falta entregaba a su mujer su cheque semanal completito. Ella sabría qué hacer con el dinero, él no pedía cuentas, se contentaba con su cuota semanal para pagar su transporte, no necesitaba más.

Los sábados hacía los mandados. Su esposa le tenía una lista de despensa y él, contento, caminaba hasta la tienda de abarrotes de Silverio.

Eran tantos los años en los que casi sin excepción cada sábado hacía su mandado con el solterón abarrotero, que no era necesario que Don Lucas recorriera los pasillos a buscar lo que hacía falta: un empleado de la tienda le preparaba sus bolsas, las subía en un pick up y llevaba de vuelta a casa a Don Lucas con su mandado. ¡Eso sí que era un verdadero servicio al cliente!

Don Lucas nunca fue a la escuela, apenas sabía leer y escribir cuando conoció a su esposa en aquel pueblo de Jalisco de donde venían ambos. El padre de Don Lucas pensaba que eran muy ricos para perder el tiempo en la escuela, había que trabajar las tierras.

Era un español que buscando fortuna había venido a México. La encontró en una menuda mestiza terrateniente que sin dudarlo se casó con aquel hombre ojiazul y delgado que pronunciaba las palabras con un fuerte acento castellano.

La madre de Don Lucas murió cuando él tenía ocho años, y cuentan las malas lenguas que murió envenenada y que un par de horas antes de su último respiro la amante del padre de Don Lucas había tomado la mano de la agonizante mujer para hacerle firmar los títulos de propiedad de la hacienda y de las tierras.

Después todo sería un infierno para Don Lucas y sus hermanos, pues entre el maltrato de la madrastra y la pobreza en la que los vicios del padre hundió a la familia, despertaron en Don Lucas la “ilusión de ir al otro lado”, como otros de su pueblo que ya lo habían hecho con mucho éxito.

Su sueño tuvo que ser pospuesto, pues se atravesó el amor en sus planes. Todavía tenía una casita de adobe y unas tierritas, que muy hábilmente su madre había reservado en “otros papeles” de los que su padre no tenía noticias. Entonces se quiso casar.

La familia de la esposa de Don Lucas no veía con buenos ojos su noviazgo. La mala fama del padre lo convertían en un candidato indeseable para la mayor de las hijas de Don Concho. Así que Don Lucas hizo lo que pensó que era la mejor decisión de su vida: se robó a la novia y la dejó bajo el cuidado de sus tías y sus hermanas, hasta que se pudieron casarse.

Pronto tuvieron hijos, y pronto su patrimonio se transformó en miseria, y su sueño en necesidad, así que decidió irse al “otro lado” a trabajar para alimentar a sus cinco hijos y a su mujer. Don Concho, su suegro, se fue con él.

Trabajó de todo: de jornalero en la pizca de tomate, en la pizca de naranja, en la pizca de fresa; recogiendo basura, limpiando ventanas, pintando casas. Varias veces lo “agarró la migra”, pero siempre regresó “al otro lado”.

Otras, salía por su propia cuenta pues no pasaban más de seis meses cuando ya la nostalgia lo estaba empujando en un autobús a Tijuana, otro a Mexicali y luego el tren a Jalisco para ver a su familia, hasta el día en que pudo traerlos a vivir a Tijuana.

Por fortuna al poco tiempo Don Lucas consiguió sus papeles, y aquellos tiempos en que “mexicanos al grito de ¡Migra!”, significaba evacuación temprana e inmediata de lugar de trabajo, habían pasado a la historia, Don Lucas ya estaba “emigrado”, ahora nada más faltaba esperar un poco y ,“dios mediante”, emigrar a su familia.

Pero los años pasaron y la cita de migración nunca llegó, ni para sus hijos, ni para su esposa. Así que la familia se asentó en Tijuana, y Don Lucas consiguió un empleo en Chula Vista que le permitía volver a su casa todas las tardes.

Los hijos se hicieron mayores, se casaron las hijas, llegaron los nietos y la cita de migración nunca llegó.

Don Lucas ya es ciudadano americano. A los 70 años sin haber ido nunca a la escuela, se estudió todo el temario de preguntas que pueden hacerle a quien pretenda obtener la nacionalidad americana:

¿Quién fue el primer presidente? ¿Cuántos estados tiene la Unión Americana? ¿Quién es el presidente actual? ¿Cuántos poderes existen?

Nunca pudo mostrar su nuevo pasaporte a su mujer: ella murió unos años antes, esperando su cita de migración.

Cuando murió su esposa, Don Lucas ya estaba pensionado, pero siguió entregando su cheque completito a alguien más, ahora a su hijo mayor, que por razones no-preguntables jamás se había casado. El sabía qué hacer con el dinero.

Al fin y al cabo, mi abuelo no necesitaba nada.

***

Autor

  • Marga Britto

    Aprendiz de Madre, Malabarista del tiempo, Exiliada por Opcion, Cuestionadora de todo, Objetora de muy Poco, Activista de Closet, Escritora sin oficio. Marga nació y creció en la ciudad de Tijuana, México. Actualmente radica en la ciudad de Pasadena, CA. junto a su esposo e hija de 18 meses. Es Licenciada en Comunicación egresada de la Universidad Iberoamericana, y comparte su tiempo entre vivir su maternidad a tope y escribir una columna semanal en su blog www.madresinsumisas.com.

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