Hace pocos días, una noticia que pasaba desapercibida entre la maraña de sufrimientos que pueblan nuestros periódicos, me hizo detenerme unos minutos para ver con suficiente claridad, si había leído bien. Al parecer, la diputada de UPyD en el Parlamento español, Rosa Díez, propuso hace algún tiempo una reforma para la ley electoral actual que rige en este país. Bien, pues resulta que el día que llevan a votación en la cámara la mencionada reforma, Rosa Díez votó en contra de su propia propuesta; obviamente, por error; es decir, que pulsó el botón del No, cuando, en realidad, quería pulsar el del Sí.
Sin embargo, el error no fue exclusivo de la diputada, sino que Pepe Blanco, el Vicesecretario General del Partido Socialista, utilizó también el despiste como motivo principal para votar; es decir, votó “Sí”, pero él quería haber pulsado el botón “No”.
Aunque el asunto, en algún grado, me produzca un puntito de empatía por mi propio y desaforado despiste, intento considerar la circunstancia de forma objetiva, y no justificando el error con mis propios errores. Que yo haga algo mal, y otro también lo haga, no le libera de culpa, ni a él, ni a mi.
Estos pequeños actos que pasan desapercibidos en un pequeño titular al final de un periódico, son el reflejo de algo de suma importancia en el panorama político español, y su sociedad en general: la actuación poco meditada.
¿Ustedes se han dado cuenta de cómo actúan cuando alguien les increpa una determinada actitud? Por norma general, las personas o al menos los españoles lo hacemos de una forma muy visible: contestamos con una negación, incluso en las cosas más sencillas. Por ejemplo, una conversación muy común sería la siguiente:
*
–¡Qué frío hace!
–¡Qué va a hacer frío, hombre! ¡Esto no es frío!
No digamos, entonces, las respuestas que ofrecemos a cuestiones como:
–Creo que estás siendo un poco egoísta…
–¿Yo? En absoluto. A lo mejor es que el egoísta eres tú…
Contestamos sin pensar, sin meditar sobre lo que decimos, y menos aún sobre lo que nos dicen. No deja de sorprenderme la rapidez con la que las personas emitimos juicios de valor u opiniones al respecto de asuntos delicados. Se trata de tomar una posición rápida, olvidándonos de la importancia de meditar la respuesta. Por eso, cuando nos vamos a casa y pensamos sobre lo vivido, resucita instantáneamente el arrepentimiento, en el mejor de los casos.
Es posible que, efectivamente, estemos siendo egoístas, tanto más cuando ni siquiera le prestamos la suficiente atención a las palabras del interlocutor. Incluso es posible que, efectivamente, el tiempo esté frío, aunque yo sea un tipo recio acostumbrado a los aires de la montaña, y para mí no suponga más que un pequeño “refresco de verano”.
Pero siendo la temperatura una cuestión relativa al sujeto que la sufre, cualquier aseveración, a favor, o en contra, parecerá más bien “hablar por hablar”, que al fin y al cabo, es lo que hacemos, la mayoría de las veces, cuando hablamos del tiempo.
Y ante la duda de una posible certeza en las palabras del otro, el mejor método para averiguarlo es, normalmente, pensar en ello antes de responder sin más.
“El español piensa bien, pero tarde”, dice el refranero popular. El español piensa a destiempo, actúa impetuosamente; y es esta circunstancia la que nos hace vivir grandes momentos de surrealismo como el que mencionamos acerca del voto en el Parlamento.
Los políticos españoles son fiel reflejo de la actuación irreflexiva, y más aún si los observamos debatiendo. Ninguno de ellos es capaz de asumir un error, de detenerse a meditar sobre aquello que le reprocha el contrario. Se toman el tiempo suficiente como para tratar de contestar con una nueva bala, más afilada que la de su contrincante, para quedar dignamente y ser vitoreado por la caterva de fieles que tienen entre la población.
*¡Eso, eso! ¡Muy bien dicho! – contestará el ciudadano desde su sillón, contemplando la contienda.
Pero no se tomarán el tiempo necesario para meditar si tienen algo de razón las increpaciones recibidas.
De todos modos, existe un importante sector de la población española que se encuentra hastiado de las actitudes de nuestros representantes. Y cada día, este sector crece más, y es un nutrido grupo de potenciales votantes, ansiosos por encontrar un ejemplar a la altura de las circunstancias a quien ofrecerle su confianza.
Pedimos actitudes meditadas, analizadas en profundidad. No queremos respuestas rápidas, afiladas como cuchillos hirientes que no pretenden otra cosa que ser más ingenioso que el oponente, y que olvidan la esencia del asunto: trabajar para la ciudadanía. No queremos respuestas “de partido”, mecanizadas, que contesten a nuestras preguntas; sino respuestas lógicas, por encima de las ideológicas.
Mientras ellos discuten… ¿Quién piensa?