TINTA ROJA: Prohibidos los Olés

Cataluña ha prohibido las corridas de toros. La noticia ha producido múltiples reacciones, tantas, como opiniones suscita tan controvertido tema. Y en medio de esta vorágine de razones, causas y consecuencias, yo me pregunto: ¿estamos realmente haciendo el planteamiento correcto en esta cuestión?

Porque lo que se está debatiendo hoy en España es si está bien o está mal la prohibición de las corridas de toros en Cataluña, – tanto a favor, como en contra, se están sucediendo los desarrollos-, pero, mi pregunta es: ¿no nos estamos olvidando de lo más importante?, ¿acaso no nos estamos olvidando de examinar en profundidad el tema esencial?: ¿por qué razón el ser humano disfruta, hace espectáculo y persigue la muerte del animal? Porque maltrato animal hay en todas partes, no sólo en España, (aunque nuestro caso sea más llamativo, por la vistosidad y nacionalización de “la fiesta”); desde la cacería por deporte, las peleas de gallos, la obtención de pieles como artículo de lujo, y por tanto, es un tema que nos afecta a todos.
Hasta llegar al momento en el que varios cientos de personas se reúnen en una plaza de toros, en torno a un torero vestido de luces, muleta en mano y dispuesto a convertirse en el verdugo del animal, convencido de hacer arte con sus actos, tienen que sucederse además, cientos de años de historia, de dominio, de condicionamientos sociales, de espectáculos, de aprendizaje. Y con todo ese cúmulo de acontecimientos humanos, llegamos finalmente a la plaza de toros. En nuestras mentes habita este hecho.
En las mentes de los españoles habita la tradición, y en el pensamiento de algunos, está la continuidad; en el de otros, el fin de la misma. Sin embargo, creo que ninguno de los “dos bandos” se plantea la cuestión más seria del asunto: ¿Qué siente el hombre que asiste al espectáculo en el que se mata a un animal?, ¿por qué el ser humano disfruta de un acto semejante?, ¿tan sólo la prohibición sirve para finalizar con esa terrible emoción? Creo que, detrás de ese disfrute están todos los pensamientos que, durante años, se inculcan en una determinada persona sobre la tradición, el arte, la fiesta, es decir, que el hombre disfruta el espectáculo como consecuencia del condicionamiento recibido.

Sin embargo, no podemos basar nuestras decisiones únicamente en los condicionamientos recibidos, o en las tradiciones, sino que tenemos que aprender a utilizar nuestro pensamiento de forma limpia y libre, y para ello es absolutamente necesario acudir al origen del problema.

Observemos, a modo de ejemplo, el comportamiento de los animales en la naturaleza. Ellos matan para sobrevivir. No existe espectáculo de la muerte. Por tanto, sabemos que aquel sentimiento es humano, y que viene causado por el pensamiento del hombre, que es la clave que nos diferencia. Y ese pensamiento se compone de la herencia de los pensamientos de otros hombres que, antes que nosotros, ya iniciaron la tendencia a una determinada emoción.

Tomemos, pues, el origen del mismo y observemos cómo surge esta emoción en nuestro pensamiento. Si es producto de un cúmulo de circunstancias, puedo y debo plantearme si es correcto; porque de otro modo, estaré simplemente aceptando que es cierto, porque me ha venido dado, sin hacerme ningún tipo de planteamiento, sin utilizar mi libertad para pensar, para discernir, más allá de todo aquello que me ha venido dado por la tradición de la que procedo.
Investigamos sobre ciencia, sobre los astros del universo, sobre neurología y mecánica cuántica, sin embargo, no observamos nunca el origen de todo este conocimiento.
Dejamos a un lado el pensamiento, quizás porque nos resulta más tedioso, o porque no creemos que se pueda investigar. Pero la experiencia nos da la razón. Cuando reconocemos, cuando nos enfrentamos a nuestros fallos, estamos dando el primer paso para eliminarlos, y en ese “reconocimiento” está en la observación de nuestros actos, que son el resultado de nuestros pensamientos.
¿Es, por tanto, la prohibición, una solución?

Veamos. ¿Qué consigue la prohibición? Algunos dirán, y de hecho dicen, que se trata de una decisión política, en la cual los políticos catalanes han encontrado una vía más para desvincularse de España y su idiosincrasia más típica. Pero ésta no es una cuestión de base, puesto que, aunque así fuera, sigue siendo algo accesorio al planteamiento más importante. La prohibición, en sí misma, no va a acabar con el terrible sentimiento humano que disfruta con la muerte del animal.

Muchos dicen que es un paso adelante, pero ese sentimiento seguirá ahí. Tal vez, si no tiene como objeto las corridas de toros, se pondrá otro objetivo diferente, pero continuará arraigado al pensamiento y al interior de aquellos que durante años lo han ido gestando y alimentando. Y aquí hago un inciso sumamente importante, porque muchos pueden acusar a este planteamiento de hipócrita, si va acompañado de una cena de chuletas de cordero; sin embargo, no podemos caer en la trampa de utilizar este tema para defender el espectáculo, puesto que matar a un animal como alimento, partiendo del respeto y del agradecimiento que le debemos tener por convertirse en un medio de nuestra supervivencia, no tiene nada que ver con acudir a un acontecimiento a disfrutar del sufrimiento del mismo.

Otra de las justificaciones que utilizan los defensores de los Toros, es que el animal “nace para la fiesta”. Pero, aquí hay, nuevamente, un error de base. Si yo mismo no puedo explicar para qué he nacido, ¿con qué derecho podré decirle a otro, ya sea persona, animal o planta, por qué motivo ha nacido él? No podemos convertir las consecuencias en causas.

Que el hombre utilice al animal para su supervivencia, no es la causa de su naturaleza, sino una consecuencia de la misma. Que una planta sirva para curar una enfermedad, no es la causa de su naturaleza, sino una consecuencia que beneficia al hombre. Me dirán entonces que el toro bravo no existiría de no mantenerlo a través del Toreo, y que ésa es la razón por la que “sigue naciendo”, pero ¿no es acaso el hombre el que mantiene esta situación?, ¿nace, por tanto, “de forma natural” para el Toreo? Si “sigue naciendo” por la intervención del hombre, no nace “de forma natural”, por lo que el toro, no puede nacer para el Toreo más allá de lo que lo justifica la decisión del hombre; y una decisión, no puede ser suficiente soporte para mantener una situación como la que nos ocupa.

Tenemos que observar si tal decisión es coherente con el ser humano, y no aceptarla “porque si”, porque se lleva haciendo muchos años y porque es lo que tenemos.

Por tanto, pienso que, para evolucionar realmente hacia un ser humano más “humano” y menos salvaje de lo que ahora somos, la única solución está en ver lo que somos y hacer un examen profundo de las emociones que llevamos dentro; aceptarlas, mirarlas de frente, y eliminarlas de nuestra vida, no por represión, o porque lo diga una ley, sino porque el hombre, en sí mismo, esté convencido de que aquello no pertenece a un comportamiento “sano”.

Muchos dirán que es imposible llegar a eso, y que mientras tanto hay que tomar medidas, y tendré que estar de acuerdo con ellos, en cierto modo; pero añado, y creo que es la base de todo el problema, que la prohibición, en sí misma, no está atajando el verdadero dilema, y que si a ella la dejamos inconclusa, y no realizamos el ejercicio de observar nuestras emociones, volverá a tener otro objetivo, tan incómodo o más que las corridas de toros.

Puede que ese sentimiento se vea abocado a utilizarse matando perdices por puro deporte, o cualquier otro animal donde saciar este instinto, y seguiremos en una rueda de la que no podremos salir. Podemos remontarnos al circo romano, y algunos dirán que, gracias a su prohibición, ya no se realiza este espectáculo, pero ¿no se realizan otros iguales o peores que aquel? En aquel momento no aprendimos interiormente, humanamente, que aquello era terrible, y por ello, hoy, casi dos mil años después, continuamos montando circos en torno a los cuales observar cómo se destruye a una persona -no hay más que ver la televisión- con ejecuciones retransmitidas públicamente, vídeos visitados masivamente sobre violencia real… o en otros casos, se sustituye la violencia física por la psicológica, y seguimos atacando al personaje de turno, hasta conseguir destrozar su sistema emocional.

De modo que aquella emoción del hombre que disfruta con la visión del sufrimiento, base del circo romano, continúa viva, y quizás, más activa y más factible que nunca, con el uso de las nuevas tecnologías que nos permiten ver el espectáculo desde casa, y en el anonimato total. La prohibición, como vemos, hace que se oculte el sentimiento, no que desaparezca.

Este tema en cuestión tiene su similitud con el resto de problemas que afrontamos a diario. “El capitalismo ha fallado”, decimos, “necesitamos otro sistema”; pero en realidad, no son los sistemas los que fallan, sino los hombres y su forma de utilizarlos. Cualquier sistema económico sería válido de no existir la terrible avaricia del hombre. Pero el hombre no se detiene a enfrentarse a su avaricia, a acabar con ella, sino que la acepta y la alimenta, y cuando el sistema falla, pide otro sistema, que al final se convierte en lo mismo contra lo que antes luchó.

No “queremos perder tiempo” en meditar sobre este tipo de cosas, pero nuestros pensamientos, son la base de nuestros actos, y éstos componen el mundo que hoy tenemos.

Creo en un hombre “más humano”, creo que es posible, y en ese tipo de hombre no hay cabida para convertir la muerte y el sufrimiento en un espectáculo. Sin embargo, ese tipo de hombre, no es lo que somos hoy en día (no hay más que leer los periódicos) y tenemos que aceptar lo que somos, enfrentarnos a ello, cada uno de nosotros, y ver en qué medida aportamos nuestro grano de arena a esta sociedad que se ve tan injusta y en algún punto, tan terrible.

Con esa simple observación personal de cada uno de nosotros, podremos generar una mirada más “humana”, no sólo frente al animal, sino frente a todo aquello que nos rodea.

Mi intención, con estas palabras, no pasa por generar controversia, o un debate a favor o en contra de los Toros, porque no podemos basarnos en opiniones para definir este asunto. Lo esencial, es que examinemos en nuestro interior si es cierto o no que guardamos esa emoción ancestral que nos lleva a “observar” , en privado o en público, la destrucción de otros, y en este caso concreto, del animal. Lo que pretendo es, simplemente, que nos detengamos a observar unos minutos de qué forma habitan en nosotros estas emociones; si son o no producto de la tradición recibida; y entonces, una vez observada esta circunstancia, analizar si las quiero mantener dentro de mi, o bien eliminarlas, porque repito, la tradición no puede ser nunca justificación para mantener un comportamiento, sino que es nuestro pensamiento, libre, el que debe decidir.

Laura Fernández Campillo. Ávila, España, 07/10/1976. Licenciada en Economía por la Universidad de Salamanca. Combina su búsqueda literaria con el trabajo en la empresa privada y la participación en Asociaciones no lucrativas. Sus primeros poemas se publicaron en el Centro de Estudios Poéticos de Madrid en 1999. En Las Palabras Indígenas del Tao (2008) recopila su poesía más destacada, trabajo este que es continuación de Cambalache, en el que también se exponen algunos de sus relatos cortos. Su relación con la novela se inicia con Mateo, dulce compañía (2008), y más tarde en Eludimus (2009), un ensayo novelado acerca del comportamiento humano.

3 comentarios

  1. Es que ya la naturaleza es cruda, por sí misma, por pura supervivencia, y no hay más que fijarse en cómo se comportan los animales. Tú observaste con ojos humanos, y en ellos viven las emociones; tanto la del dolor que surgió en ti al ver el documental, como la del disfrute y la diversión que surge en muchos otros.
    Tengo la sensación, que observando un poco más, precisamente esa naturaleza de la que hablamos, y siendo más conscientes de que somos parte de ella y que nos alimenta, quizás ese sentimiento tan atroz de destrucción iría desapareciendo.
    Gracias por leer y por tu emocionante comentario
    Un abrazo
    Laura

  2. Ayer vi un documental en el que un grupo de leones, iba buscando alimentarse y se acercó a una cría de búfalo a la que acudieron a ayudar el resto de búfalos grandes, con lo que los leones tuvieron que retroceder. Al rato, hambrientos, vieron que se acercaba una cría de elefante herida y moribunda a la que sus padres habían abandonado por débil y enferma. No tardaron en acercarse y cuando cayó al suelo empezaron a comérsela. Se veía a los leones con sus fauces llenas de sangre mordisqueando al animal y el pequeño elefante mientras tanto parpadeaba despacito. Esto duró varias horas hasta que el elefante murió. No puedo describir lo que sentí, pero sí puedo decir, que cualquier ser humano que vea estas imágenes se quedaría helado. No siento lo mismo cuando veo una corrida de toros, pero algo parecido. Hay una diferencia, y es que los leones se morían de hambre, y el hombre lo hace por placer y divirtiéndose.
    Estupenda reflexión Laura. Besos

Comenta aquí / Comment here

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Botón volver arriba

Descubre más desde HispanicLA: la vida latina desde Los Ángeles

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo