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Trump: los mitos de la democracia y del voto latino

Trump: mitos de la democracia y del voto latino
Durante las primarias del Partido Republicano de 2016, Donald Trump era visto casi como una broma. Pero después del 8 de noviembre del 2016 esa broma se convirtió en pesadilla y Trump es el 45 presidente de Estados Unidos. ¿Y el voto latino?
Aunque las propuestas económicas de Trump no son claras, estamos viendo que su gabinete estará integrado por personas ultra conservadoras, racistas y machistas, lo que implica un serio retroceso en materia de derechos humanos y civiles de nuestra sociedad.
Con el control de la Casa Blanca, del Congreso y la posibilidad de elegir un nuevo juez a la Suprema Corte, los conservadores intentarán imponer su agenda que, en resumen, puede describirse como un retorno a la época anterior a la lucha por los derechos civiles de los 1960s.
Porque esto es lo que significa el tema de campaña de Trump, “Hagamos América grande otra vez” (“Make America great again”)
Es decir, los grandes perdedores de estas elecciones no son los Demócratas, sino los trabajadores, los sindicatos, las minorías, especialmente los inmigrantes, las personas de color, mujeres, judios, musulmanes, y la comunidad LGBTQ.
El Poder Blanco está de regreso. Y con ánimos de venganza.

Causas del triunfo de Trump

Según los medios masivos de comunicación del país, las causas del triunfo del candidato Republicano son: la frustración de los blancos pobres, la falta de conexión de la candidata demócrata Hillary Clinton con los votantes jóvenes, leyes destinadas a evitar la participación de votantes minoritarios en varios estados gobernados por Republicanos, etc.
Pero sin dudas, la causa más importante del triunfo de Trump fue su mensaje racista, anti-inmigrante, misógino y aislacionista que cautivó a una amplia audiencia.
Este mensaje debe obligarnos a considerar el nivel de conciencia de una amplia parte de la población del país —no solamente de los trabajadores blancos despedidos por la migración de empresas a China, como dicen algunos analistas de izquierda.
Muchos de estos simpatizantes de Trump viven en ciudades pequeñas o zonas rurales, de ingresos medios o bajos, e incluye tanto a blancos como latinos, según veremos más adelante en el análisis del voto latino.
O sea, “no es la economía, es la ideología, estúpido!”
Y para muestra basta un botón: a pesar de los comentarios machistas de Trump, casi el 50% de las mujeres blancas votaron por él. La ideología feminista no parece haber llegado a cientos de miles de mujeres que apoyaron a un candidato que se burla de la dignidad de las mujeres y ataca sus derechos —la casi totalidad de los integrantes del gabinete Trump son partidarios de eliminar el derecho al aborto.
Obviamente, la influencia religiosa es aquí crucial. En este aspecto, casi todas las iglesias participan del constante ataque a los derechos de las mujeres y en querer mantenerlas sometidas al dominio masculino.

¿Democracia?

Mucho se ha hablado de la “rebeldía” de la población que en gran parte simpatizó más con los candidatos radicales de los partidos Demócrata y Republicano: Bernie Sanders y Donald Trump.
Esta posible rebeldía se debe, según estos mismos comentaristas, a un rechazo a la situación sociopolítica actual y a la estructura de poder.
Es difícil determinar si realmente existió o existe este rechazo. Pero en todo caso, durante las discusiones políticas generadas durante la campaña electoral, si bien se evidenciaron críticas a ambos partidos y a los medios de comunicación, éstas no han llegado demasiado lejos.
Es decir, la gente es consciente de que la situación actual no es positiva, pero no entiende el funcionamiento de la sociedad, del poder, y por lo tanto no puede articular una crítica a la estructura de poder que la asfixia, que la manipula y que solo le ofrece entretenimiento para que no piense de manera crítica. Más “Black Friday” y menos conciencia.
Esta población entonces se conforma con promesas “diferentes”, como las de Trump, quien en realidad no cambiará el sistema sino que profundizará las diferencias sociales.
Si no existe conciencia ciudadana, si los medios de comunicación se dedican a entretener y distraer, entonces dónde está la llamada democracia en nuestra sociedad? Es más una ilusión que realidad.

El voto, el gran mito de la democracia del dinero

En las elecciones presidenciales de 2016, de los 231.550.000 votantes elegibles, solo votaron 135.650.000 —cifras “redondas”. O sea, el 58.6%, según datos de heavy.com, que coincide en general con otras fuentes. Unos 90 millones de votantes elegibles no votaron.
EE.UU. tiene una población de 325 millones de personas, de las cuales 135.650.000 votaron. Y por Trump votaron 62 millones de personas. Esto quiere decir que un poco menos de la quinta parte de la población seleccionó al próximo presidente del país!
En una sociedad donde una persona de cada cinco elige al presidente es difícil llamarla “democracia” en sentido amplio.
Pero hay más.
EE.UU es un país donde solo existen dos partidos políticos. Aunque en teoría —y en las boletas electorales— también hay al menos otros dos partidos, el Partido Verde y el Partido Libertario. Pero curiosamente, con excepción de los partidos Demócrata y Republicano, ningún otro partido obtiene asientos (o curules) en el Congreso.
Este duopolio pone a los otros partidos menores en calidad de comparsa y sin duda desilusiona a muchos votantes, particularmente a los más jóvenes o a los “sin partido”. Y más aún si comprendemos la influencia del dinero en las elecciones, donde los mayores donantes ejercen más influencia que el ciudadano común y corriente.
Aunque no se lo quiera reconocer, el cabildeo de las poderosas empresas tiene gran influencia en comparación con las presiones de la ciudadanía. Un empresario que dona millones a una campaña electoral es escuchado y sus propuestas son atendidas.
Existe un sentimiento de rechazo a este sistema, a pesar de que este malestar no se transforme en una fuerte corriente de cambio.
Además, los partidos Demócrata y Republicano, verdaderas máquinas de recaudación de fondos, tienen un común denominador: ambos sostienen una sociedad dividida en clases y los privilegios de los más poderosos.
La diferencia radica en el estilo con que practican esta política: mientras que los Republicanos son aliados incondicionales de las empresas —llegando al extremos de ser prácticamente los ejecutores de los intereses corporativos—, los Demócratas tienen un compromiso con los sindicatos y minorías que “suavizan” sus tendencias autoritarias.
O sea que las opciones políticas tradicionales son muy limitadas y los jóvenes no se sienten representados por los partidos políticos, particularmente desde las últimas décadas, cuando la sociedad se ha diversificado y la economía experimento cambios profundos.
Y si cada vez menos personas sienten simpatías por los partidos dominantes (Demócrata y Republicano), el hecho de que los otros partidos más pequeños no puedan tener influencia en el proceso político, aleja aún más a posibles votantes.
La “apatía” política no expresa solo la falta de interés por votar sino que muchos votantes consideran inútil votar ya que solo hay dos opciones —y bien conocidas.
Otro claro ejemplo de esta fallida democracia es el reparto de distritos electorales en cada estado. Este proceso, que se realiza cada 10 años y después de cada censo, permite al partido que controla un estado, establecer los límites de esos distritos electorales sin necesidad de consultar a la ciudadanía.
Un caso que ha sido ampliamente documentado es el de Texas, donde los Republicanos en el poder han trazado los límites de esos distritos dividiendo a las minorías étnicas, especialmente negros y latinos, ya que habitualmente votan Demócrata.
De esta manera, los Republicanos pueden controlar el congreso estatal y mandar a Washington a diputados de su partido.

El Colegio Electoral decide, no el voto popular

Para profundizar aún más la desconfianza o desinterés respecto al voto, en las elecciones presidenciales de 2016 comprobamos hasta que punto el sistema está preparado para controlar la voluntad popular.
Por ejemplo, la candidata Demócrata, Hillary Clinton obtuvo casi 3 millones más de votos que su oponente Republicano, Donald Trump. Sin embargo, gracias al sistema ideado por los “padres fundadores” del país, es en realidad el Colegio Electoral quien decide quién será el presidente, no los votos.
Entonces, ¿para qué votar?
Y por cierto, ¿qué es el Colegio Electoral?
Es un colegio sin edificios y los delegados se reúnen en cada estado cada cuatro años para designar al nuevo presidente del país.
Este colegio tiene 538 delegados, y se requieren 270 delegados para obtener la presidencia. Cada estado tiene un número determinado de electores, que es igual al número de diputados federales y de los dos senadores. Por ejemplo, California tiene 55 delegados al Colegio Electoral.
Los electores son designados por los partidos políticos o por la campaña de cada uno de los candidatos. O sea que al votar, y sin saberlo, también estamos eligiendo a los electores del Colegio Electoral.
La mayoría de los estados tiene reglamentos que otorgan al ganador de las elecciones en ese estado la totalidad de los electores. Siguiendo el mismo ejemplo, los 55 electores de California votaron por Clinton ya que ella ganó en ese estado. Solo dos estados tienen un sistema proporcional.
Esto quiere decir que las elecciones son un juego de estrategias de los dos partidos que comparten el poder para lograr el número mágico de 270 electores al Colegio Electoral, sin importar el voto popular.
Trump recibió muchos menos votos que Clinton, pero ganó en estados claves que en total le dieron esa mayoría de electores.
Pero si es difícil entender este paso adicional para llegar a la presidencia, más difícil es comprender porqué ciertos estados tienen más representación que otros.
Por ejemplo, California tiene 55 electores y su población total es de 38 millones de habitantes. Esto significa, un elector cada 690.000 personas.
Por su parte, Wisconsin, con 5.7 millones de habitantes, tiene 10 electores. O sea, un elector por cada 570.000 personas. Algo similar ocurre con otros estados, incluyendo Minnesota y Kentucky.
Quiere decir que estados menos poblados tienen una ligera ventaja en el número de electores al Colegio Electoral. Curiosamente, estos estados son en su mayoría conservadores. En conjunto, fueron estos estados donde se decidieron las elecciones, incluso en muchos de estos estados la diferencia a favor del ganador, Donald Trump, fue insignificante.
Aparentemente, este sistema se creó — ¡hace más de 200 años!— para controlar la posibilidad del surgimiento de candidatos “demagogos», o de representantes de “intereses extranjeros”.
Pero curiosamente este año el Colegio Electoral eligió a un demagogo y con intereses comerciales en países extranjeros. Pero gobernará a favor de las empresas y por lo tanto no asusta al poder, al contrario. Solo molesta un poco su estilo. Pero para eso los medios de comunicación se encargarán de que Trump nos parezca “simpático” poco a poco.

El asalto a la democracia por la extrema derecha

No se puede criticar a los ciudadanos por la falta de interés en votar. La sensación de que “votar no sirve” para cambiar algo, este año recibió un fuerte apoyo cuando la población tomó conciencia de que el voto popular no cuenta.
Pero tampoco cuenta la falsa opción entre dos partidos que defienden la misma estructura de poder a pesar de sus diferencias de estilo.
Votar por el “mal menor” es la lógica que lleva a miles de votantes a las urnas, en lugar de ser parte de un proceso amplio, democrático y participativo. Votamos por el menos malo en lugar de votar por el mejor candidato y por su mejor propuesta de gobierno.
Este año 2016 las opciones fueron incluso peores.
Pero hay algo más que contribuye a la indiferencia de los ciudadanos.
Las campañas se hacen por medio de los medios de (in)comunicación. Difícilmente una persona tiene la oportunidad de reunirse con candidatos, o de leer y discutir sus propuestas.  Y no se diga de que un candidato le pregunte a un ciudadano cuales son los temas que le preocupan —y tenga en cuenta su opinión si llega al poder.
Los ciudadanos ven el proceso electoral como un filme que transcurre frente a ellos, como algo alejado de sus vidas cotidianas.
Se hacen campañas de registro de votantes pero no hay campañas de educación política o de discusión de temas políticos.
O sea, el sistema de poder político no está interesado en que los ciudadanos sean educados y conscientes políticamente. Como en la mayoría de los países del mundo, en EE.UU. los ciudadanos son simplemente la “masa” a la que se puede manipular, tarea en la cual participan alegremente los medios de comunicación masiva, las iglesias y otras instituciones que sirven al sistema de poder.
Pero lo sorprendente es que en los 60s tuvo lugar el Movimiento de Derechos Civiles, que ayudó a concientizar y movilizar a millones de personas, en su mayoría marginados del sistema, que irrumpieron con gran valor y dignidad en el mapa político de la sociedad estadounidense.
Como parte de este Movimiento, el Movimiento Chicano, o La Causa, realizó una gran contribución al despegue de la comunidad latina.
En ese periodo de tiempo surgió el Sindicato de Campesino (UFW, por sus siglas en inglés) en California, que trajo notables mejoras en las condiciones de trabajo y de vida de los jornaleros agrícolas.
Este amplio movimiento “de abajo” generó cambios en la estructura de poder, aunque no llegó a la raíz de los problemas. O sea, no se eliminó el sistema social de las clases sociales ni el privilegio de una sobre las demás clases.
El sistema de poder realizó concesiones por temor a un estallido social que exigiera cambios más radicales.
La democratización de la sociedad fue más bien un maquillaje para calmar a los ciudadanos que presionaban por cambios.
Y surgió la “Guerra contra la Pobreza (en 1964). El gobierno reconoció la gran disparidad social y volcó millones de dólares en crear nuevos empleos y subsidios sociales para los más desprotegidos.
Estas medidas resultaron exitosas y parte del movimiento fue calmando sus demandas.
Pero la derecha no descansa ni olvida.
Después de años de aparente calma, en los 80s la derecha retoma con nuevos brios el poder.
Durante la presidencia del conservador Ronald Reagan (1980-1984 y 1984-1988) se acelera la concentración de capital en pocas manos, aumenta la pobreza, mientras se reduce la ayuda social a los menos favorecidos.
Pero paralelamente se consolida el poder de la ultra derecha. La llamada “Derecha Cristiana” toma el control del Partido Republicano, tal como actualmente ocurre con el Tea Party.
Esta derecha fanática incorpora la religión a la política, la hace parte de ella y una de sus prioridades es eliminar los derechos reproductivos de la mujer, algo en lo que coinciden casi todas las religiones, incluyendo la Iglesia Católica, de gran influencia sobre los latinos.
Simultáneamente, surgen más DJs de extrema derecha que propagan por cientos de radioemisoras del país su discurso radical contra los logros del Movimiento de Derechos Civiles, contra los inmigrantes y las minorías étnicas.
Esta combinación de religión-propaganda radial es fundamental para entender parte del fenómeno Trump. Ellos demandaban desde hace mucho tiempo el regreso al privilegio total de los blancos y la eliminación de cualquier tipo de asistencia social, incluyendo Medi-Care y el Seguro Social.
Durante años, esta propaganda racista y xenófoba penetró la mente de millones de estadounidenses.
A esto hay que sumarle las decenas de emisoras radiales religiosas que también predican valores similares, especialmente en contra de la comunidad LGBT y contra los derechos de las mujeres. Estas radios religiosas no solo hablan de religión sino de valores sociales y de política. Su influencia es notable, aunque no lo parezca.
Estos son valores que observamos en la agenda de Trump y su gabinete de millonarios que, gracias al control de los tres poderes del estado, podrán imponer su agenda sin preocuparse por la tibia oposición Demócrata.
Y agreguemos que también los medios de comunicación masivos aportan su cuota de confusión y des-politización de la ciudadanía. Las grandes cadenas de radio y TV —en inglés y en español— solo buscan entretener, no educar.
En contrapartida, los medios más analíticos carecen de recursos y solo llegan a una audiencia más limitada.

El poder del voto latino, ¿existe?

Hace años se llamó a la comunidad latina “el gigante dormido” para expresar su potencial poder político. Se decía que si casi todos los latinos votaran, sería una fuerza política formidable.
Hasta hace pocos años, los latinos eran el grupo étnico de crecimiento más rápido en el país.
Hoy los asiáticos superan a los latinos en este sentido.
Según una investigación del Pew Hispanic Center, entre los años 2000 y 2007, los latinos crecian 4.4% por año. Pero entre 2007 y 2014, ese porcentaje se redujo a 2.8%.
Aunque la población de origen latino ya no crezca con tanta rapidez, sigue siendo la minoría étnica más grande con 57 millones de personas, o 17.6% del total de la población de EE.UU.
Esta población no se distribuye equitativamente. Algunos estados, como California y Texas, suman la mayor cantidad de latinos: 15 millones y 10.4 millones respectivamente. Además, el 53% de los latinos se concentran en 15 áreas metropolitanas, según la misma fuente.
O sea que esta población está en condiciones de ejercer poder político solamente en determinadas áreas. Muchas veces se ha dicho que el voto latino es importante en estados como Colorado, Florida, Nuevo Mexico, Arizona, Nevada, California y Florida. Pero incluso en estos estados el poder latino no es parejo.
Por ejemplo, en California, en el área de Los Angeles dicho poder es evidente, mientras que en las zonas agrícolas el voto latino es menos influyente y la participación cívica de esta comunidad en muy limitada a pesar del alto porcentaje de latinos en la población.
Las razones de esta baja influencia política a pesar de la gran cantidad de latinos puede atribuirse a su condición migratoria —sea porque no son residentes legales o a que aún no son ciudadanos—, o a su indiferencia política.
Por ejemplo, 27.3 millones de latinos en el país eran elegibles para votar este año, 4 millones más que en 2012. De estos, 13.1 millones votaron, en comparación con los 11.2 millones de latinos que lo hicieron cuatro años antes.
Un aumento considerable pero aún lejos de ser crucial ya que esto significa que solo la cuarta parte de la población de origen latino realmente vota.
Debemos considerar además que los latinos no son un grupo homogéneo, compacto, con una ideología política clara y común.
Y a qué partido votan los latinos? Mayoritariamente por el partido Demócrata. Sin embargo… Este año (2016), los latinos votaron 66% Demócrata y 28% Republicano. Aunque la diferencia parece amplia, tenemos que considerar que 4 años antes, el 71% de los latinos apoyaron a los Demócratas.
Aclaración: otras fuentes ofrecen cifras diferentes. Por ejemplo, The Washington Post afirma que 79% del voto latino fue para Hillary Clinton y solo el 18% para Donald Trump.
Resulta muy interesante observar que en varias zonas rurales del país, incluso en condados donde predomina la población latina, el voto de esta comunidad no fue decididamente Demócrata. Incluso en algunos casos fue a favor de Trump.
Esto indica que los votantes latinos también tienen opiniones y simpatías políticas amplias y diferentes.
Al margen de estas diferencias, la realidad es que en general el voto latino sigue siendo a favor del Partido Demócrata.
Pero esto no significa que las personas de origen latino tengan la misma ideología. Según el Washington Post, en el artículo citado más arriba, muchos latinos votaron por Clinton por temor a Trump. Y esta es una razón poco democrática en una sociedad que pretende presentarse como modelo democrático ante el mundo.
El voto del miedo es lo que dominó las elecciones presidenciales de 2016.
Y de dónde proviene la percepción de que los latinos tienen una agenda definida y que todos votan por el mismo partido?
En la década de los 80s, el concepto de “Mercado Latino” fue muy bien promocionado por Univisión, la televisión en español por entonces monopólica.
El concepto era hacer creer a los posibles compradores de anuncios comerciales que era fácil llegar a toda la comunidad latina ya que ésta era igualitaria en su cultura, con apenas unas sutiles diferencias: puertorriqueños en el área de Nueva York, cubanos en la Florida y mexicanos en el suroeste (desde California hasta Texas). Y estas diferencias se arreglaban con algunos cambios de acento a la hora de grabar los anuncios.
El concepto prendió. Y aún hoy se considera que los latinos son un grupo compacto con algunas pequeñas diferencias de acento, concepto que es más de relaciones públicas que real.
Sin embargo existen diferencias culturales entre sudamericanos y mexicanos, entre cubanos y mexico-americanos, o entre grupos rurales y urbanos. Y por supuesto, hay serias diferencias de clase entre los latinos.
Por ejemplo, muchas familias inmigrantes se oponen a la llegada de más inmigrantes por temor a la competencia laboral. Son muchos los latinos que se oponen a una reforma migratoria por la misma razón.
En cuanto al apoyo a los Demócratas, seguramente si hubiera otras opciones electorales, los votantes latinos votarían de manera más diversa.
Una vez más nos encontramos ante la falsa opción de votar por el “mal menor”. De ahí el apoyo a los Demócratas, quienes desde hace años presumen de dicho apoyo.
En parte tiene que ver con que los Demócratas buscan mantener el apoyo a las personas de menos recursos, en comparación con los Republicanos, partidarios de cancelarlos y asignar esos presupuestos para apoyos a la empresa privada.
Esta es la mayor diferencia entre ambos partidos.
Pero los Demócratas han usado el apoyo hispano para bloquear su crecimiento político e impedir la concientización política latina, reemplazándola con el paternalismo. Es decir, “no te preocupes, deja que yo te represente”.
Este compartimiento se comprobó durante las marchas pro-inmigrante de los años 2006 y 2007. Debido a la falta de líderes y de organizaciones capaces de liderar las negociaciones con el gobierno en representación real de los inmigrantes, los Demócratas asumieron ese papel y junto a ciertas organizaciones comunitarias y sindicatos “negociaron” con los congresistas y el gobierno. Los resultados están a la vista: no hubo reforma migratoria.
Aunque es cierto que los Republicanos bloquearon cualquier intento en este sentido, el comportamiento de los Demócratas y sus aliados impidió el desarrollo político del movimiento inmigrante. Lo vaciaron, lo convirtieron en simple comparsa de apoyo electoralero a su partido.
Y lo peor es que ese mismo grupo de Demócratas, organizaciones y sindicatos aplaudieron las migajas que el presidente Obama, a manera de consuelo, le dió a los inmigrantes: la orden ejecutiva llamada DACA (Deferred Action for Childhood Arrivals), de 2012, que permite a los indocumentados elegibles y que llegaron siendo menores puedan obtener algo parecido a la residencia —pero que no lo es— y que además es temporal.

¿Qué hacer?

La única manera de cambiar una situación política y social adversa es organizarse, establecer una agenda y luchar. Para los latinos, sería volver a los 60s, época de triunfos gracias a las luchas y a los objetivos establecidos.
Los latinos deben dejar de sentirse únicos y solitarios en esta situación.
Deben forjar alianzas con otras comunidades.
Y trabajar con “los de abajo”, educar políticamente y no confiar en los cantos de sirena y promesas de los partidos políticos, particularmente de los Demócratas, aunque durante elecciones se tenga que negociar apoyos. Pero es distinto negociar desde una perspectiva de poder a simplemente votar por el “menos malo”.
Crear medios de comunicación alternativos, alejados de la superficialidad de la mayoría de medios en español.
En fin, empezar de nuevo. O casi de nuevo.
Nada se pierde.

En resumen

Autor

  • Vive latino 2010: tres días de música en méxico

    Eduardo Stanley se graduó de la Escuela de Cine de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Realizó estudios de post grado en Semiótica en la Universidad de Bucarest, Rumanía, y trabajó tres años como profesor de Logica y Teoría del Lenguaje en la Universidad Autónoma de Sinaloa, México. En Estados Unidos desarrolló una amplia carrera periodística, incluyendo Univisión, Telemundo, varias publicaciones comunitarias del Valle Central de California, y también como free lance para publicaciones nacionales e internacionales, como La Opinión (Los Angeles) y La Insignia (España). Actualmente es editor del periódico mensual Community Alliance y produce in show radial en español en KFCF 88.1FM, de Fresno. 

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