“¡LIBEREN MINNESOTA!”, exhortó el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a sus millones de seguidores a través de Twitter. “¡LIBEREN MICHIGAN! ¡LIBEREN VIRGINIA!» (todo en mayúsculas, el equivalente de internet a gritar) «y salven su Segunda Enmienda, que está bajo asedio”.
Incitación a la violencia
Trump se refería al derecho a portar armas, como algo que hay que defender contra… contra el gobierno. Que él, en teoría, preside. Y efectivamente, sus seguidores no tardaron en volcarse a las calles, siguiendo su llamado, y concentrarse para protestar frente a las residencias de los gobernadores de estos tres estados y varios más. Fuertemente armados, pertrechados como un ejército de juguete que juega a los soldaditos. Solo que no son de juguete.
[bctt tweet=»Trump llama a la insubordinación y hará todo para seguir en el poder después de enero próximo. Impedir que ello suceda, por la vía electoral, se convierte rápidamente en una cuestión de salvación nacional » username=»hispanicla»]
Las imágenes de los boletines de noticias los muestran portando armas de grueso calibre y enarbolando, entre efigies de Trump, la bandera de la Confederación, los rebeldes.
¿Qué protestaban estos miles de ciudadanos? ¿Por qué los incitaba Trump?
Porque demandan un fin a las medidas de cautela civiles con las que los gobiernos locales tratan de proteger a la población de la pandemia mortífera, el coronavirus.
“Me hago responsable de mí mismo”, argumentó un manifestante cuyo cartel rezaba Fin a la tiranía; “si enfermo será por mi culpa”, continuó, ignorando que si se enferma, llevará consigo al hospital y quizás a la tumba a muchos más de sus familiares y entorno cercano, porque el COVID-19 es una de las enfermedades más contagiosas conocidas. Y cuando eso suceda será cálidamente atendido por médicos y enfermeras que correrán peligro mortal por ayudarle y que además no podrán encargarse de otros enfermos.
Falta la estrategia nacional
Además, el COVID-19 es un mal que no conoce fronteras. Especialmente las fronteras entre estados o provincias dentro de un mismo país. Por eso, si Estados Unidos quiere detener el avance del coronavirus, tiene que formular una estrategia nacional, liderada por Washington.
En lugar de eso, quien debería encargarse de la respuesta nacional a la peor tragedia que nos ha tocado vivir en medio siglo no lo hace. No se da por aludido. Se presenta todos los días en conferencias de prensa alucinantes en donde hablar por horas de sí mismo y sus ininterrumpidos éxitos. Su estrategia consiste en repartir culpas, evadir responsabilidades y sembrar la confusión con declaraciones contradictorias.
Dos semanas atrás había reclamado una autoridad “absoluta” (e inexistente) para cancelar la voluntad de los estados. La semana siguiente, Trump había declarado que “los estados son quienes tomarán las decisiones (“call the shots”).
Simultáneamente, ha disparado en todas las direcciones, difundiendo información falsa y dañina. El sitio de su cancha de golf publicó una entrevista en la que un famoso golfista aseguró que el coronavirus se cura con whisky… una botella cada día, dijo, sin que nadie lo corrigiese.
Mensajes de odio e insurrección
Ahora está incitando, seguramente ilegalmente pero nadie se lo dirá, a la insubordinación en contra de esas decisiones. Divide a un país horrorizado por la magnitud de la pandemia. Resta fuerzas en lugar de sumarlas.
Insiste en sus mensajes de odio e insurrección pese a que cae en las encuestas. Es más, pareciera que cuanto más lo desprecia el público general, más violenta es su retórica, para no perder al segmento más fanático e incondicional que lo apoya. Porque las encuestas muestran su caída. El aumento en popularidad del que gozó y que pregonó desfachatadamente se debió al apoyo que la gente da a sus gobiernos – cualquier gobierno – en momentos de crisis. Pero ya se olvidó, gracias a la boca abierta de Trump, quien volvió a los números previos y un poco más abajo.
Hay en el gobierno una persona que por él solo mantiene cierto flujo de información verdadera sobre lo que está sucediendo. Es el Dr. Anthony Fauci. Es la voz de la ciencia, la conciencia y la serenidad dentro y fuera de la administración. Y Fauci argumenta que las protestas van a conseguir el efecto contrario al deseado y ralentizar la recuperación económica.
«Claramente eso es algo que va a hacer daño desde el punto de vista de la economía y de cosas que no tienen nada que ver con el virus, pero a menos que tengamos al virus bajo control, la verdadera recuperación económica no va a suceder», dijo en «Good Morning America» el médico de 79 años.
Trump, como se ha dicho en esta columna repetidamente, lo hará todo para seguir en el poder después de enero próximo. Impedir que ello por la vía electoral suceda se convierte rápidamente en una cuestión de salvación nacional.
Trump juega con fuego, incitando a la desobediencia y caldeando los ánimos en uno de los momentos más trágicos para el pueblo estadounidense. Otras naciones están emergiendo de la pandemia gracias a la resolución de sus gobiernos y la unidad de su gente. La nuestra tiene delante de sí un largo camino hasta que pueda emerger de la crisis.
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