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Un angelino en Buenos Aires: me llevo un poco de la Argentina

Un angelino en buenos aires: me llevo un poco de la argentina

 

Llegado el lunes 9, comenzaría una semana muy activa en la cual no sólo continué mi encuentro con esa ciudad porteña maravillosa sino que pude conocer más cerca otras personas y con ello redondear mejor mis impresiones de los primeros días. En la mañana me alisté para asistir a la primera sesión del Congreso Literario luego de mi paso por la majestuosa Avenida 9 de Julio y mi encuentro con el famoso Obelisco que todos te mencionan.

El Simposio es un evento gigantesco, con cientos de participantes. Fue  desarrollado a través de los años  por la doctora Juana Arancibia, una argentina pequeña en tamaño pero grande en su obra. Ella creó un Instituto Literario Hispanoamericano y éste se fue extendiendo  no sólo por la Universidad californiana adonde trabaja sino también en varios estados, países y sobre todo muchos argentinos. No pude observarla muchas veces porque estaba convaleciente y la inauguración me la perdí por una confusión de horario.

Por la tarde presenté mi novela Las Tres Muertes de Gurrumina Robinson y ya para ese entonces me acompañó el profesor Luján que sería mi compañero durante todo el congreso. Como las decenas de escritores que intercambiábamos nuestra obra, esperaba más de la audiencia, aún cuando tuve buena recepción, principalmente entre los profesores norteamericanos presentes en el evento.

Me llamó la atención la profundidad de las ponencias y la búsqueda de las explicaciones históricas de los argentinos. Al fin y al cabo celebran su bicentenario como país y el evento estaba dedicado a Sábato y la conmemoración patriótica. Noté con cierta tristeza que muchos señalaban el problema de un proyecto nacional inconcluso.  La gente de ese simposio no mostraba esa arrogancia que le endilgan los latinoamericanos a los de la patria de San Martín. Todo lo contrario, me parecieron asequibles, bien informados y humanos.

Luis Alberto Luján y yo decidimos escoger horas para asistir porque resultaban agotadoras las más de diez horas de ponencias, presentaciones de libros y rondas de lecturas poéticas y narrativas. Con emoción recibí el cariño de la audiencia y más de un abrazó confortó mi estrés. Leí poesías y fueron muy bien recibidas. Eso significa mucho en un país adonde la cultura está en todos lados.

Los días se fueron acelerando. Caminé por horas por la calle Lavalle y sus teatros y asistí a sus variedades. Estuve luego  en un lugar parecido al Callejón Santee de Los Ángeles y pude obtener souvenirs de todo tipo. Aunque no creo que se explote allí de manera suficiente todo lo nacional, al final llegué a casa con unos cuantos regalos.

El miércoles tomé un tour por la ciudad por un módico precio de 70 pesos, unos 18 dólares que me permitieron saborear los aires de la ciudad cosmopolita. Las paradas te permitían caminar y retomar el autobús siguiente. Miré con sorpresa toda el área de Caminito y luego me moví alrededor de Boca. En todos los lugares que tomé un café o busqué direcciones, la gente solícita respondió con cariño y buena cara.

Cerca del puerto me saboreé los choripanes y las bebidas locales. Los  kioskos abundaban y los asados invadían el área. Muy bonita la zona de Puerto Madero, y muy citadina y tal vez burguesa, la zona de Palermo. Aun así, allí en el centro de uno de los barrios selectos no sentí tanto el desprecio por mi estampa extranjera. Por todos lados parecía que hablar cubano te abría las puertas.

La gente cuando yo leía o presentaba mis trabajos en el congreso adulaban mi acento caribeño y puedo señalar que no tuve mayores inconvenientes por mi posición disidente con respecto a mi país de origen. Para mi sorpresa, taxistas, gastronómicos, académicos expresaban un gran interés por lo que viene de la gran Isla Caribeña. La mayoría señaló el fracaso del modelo cubano. Otros insinuaban su simpatía por los “logros de la Revolución”. Nadie se me enfrentó para agredirme.

Esa implicación en los procesos de mi país no son extraños para los argentinos. Ellos, como nosotros los cubanos miramos al mundo con ojo abierto y cuestionamos lo que nos gusta y lo que no. La diferencia es que el  de la isla tiene límites porque se discute de todo pero no todo el mundo se atreve a señalar los culpables de sus males por su nombre. Es lo que separa un país que goza de libertad de expresión como Argentina y otro que no la goza como Cuba.

Argentina está muy dividida. La mayoría de los que encontré despreciaban el gobierno pero no se puede negar que los Kischner tienen un determinado apoyo popular en los barrios pobres y entre algunos sindicatos. De lo contrario no hubieran sido electos y la dinámica de la economía de aquel país, a pesar de sus traspiés, así lo demuestra.  Un diario de esa herida aún no cerrada que viene desde el siglo XIX, Perón, pasando por la dictadura de Videla, Menem hasta hoy se enmarca en un proceso público de escrutinio de las debilidades de un proyecto nacional inconcluso como ya mencioné anteriormente.

Hubo más de un taxista, un hombre de a pie que me preguntó: “¿Y vos de qué lado estás?” Yo no sabía qué responder pero les aclaraba mi razón como emigrante y entonces se despotricaban en críticas al sistema cubano, a la presidencia y a todo el estado del país.

Esa misma actitud polémica me la encontré en una cadena de librerías. Buscaba yo alguna selección poética y alguien muy amante de lo tradicional me dijo que la poesía se acabó con los tangos. Claro, le faltó mencionar a Borges y a otros muchos poetas nacidos en el país. En ese caso, me reservé mi opinión.  Nadie que guste de leer puede perderse ese festín de textos en español.
Las noches se repartieron entre tango, música en la calle y las más variadas delicias de la culinaria porteña. Casi muero de apoplejía al pedir un asado para dos. A veces un pescado estilo milanesa se acomodaba al mejor vino de la casa. La gente consume aunque algunos se ven limitados por sus salarios. Piden algo frugal y un vino barato.

Me tomé algunas fotos y visité la Plaza de Mayo. Esta se encuentra abandonada entre el desorden de diferentes grupos que reclaman derechos. La cosa va desde excombatientes de las Malvinas hasta algunos que no saben expresar su mensaje claramente porque no pude comprender de qué protestaban.

El viernes me junté con José Alberto Luján después de presentar versos con inspiración angelina y conocí su familia. Había profesores, policías que no me reprimieron y un tío amable. Mencionamos una conversación el día anterior con unos venezolanos de clase alta. Un sobrino joven admiraba al Ché y los más adultos le pidieron ser objetivo y que si lo admiraba que no fuera por la imagen de héroe comercial sino por lo que él conociera del mismo. Yo compartí mi versión.

Intercambiamos impresiones sobre la educación, la seguridad pública y ahí mismo se formó el desmadre de la crítica. Pasamos unas horas inolvidables y como en el caso de la invitación a la casa de Susana volví a recibir el cariño a través no sólo del trago sino  que incluyeron además abrazos y besos en las mejillas. Con tristeza me despedí de ese amigo que fuera un suboficial retirado con honores, hoy convertido en profesor de Español e Historia.

El frío se convirtió en algo insoportable ya el viernes por la noche, pero eso no impidió que yo forrado de ropajes caminara más horas, conversara con más gente y palpara el centro de la ciudad como si fuera mi propia casa. El sábado anterior a mi partida, asistí a un café Literario del grupo Pretextos que se reúne en la Sociedad de Autores Argentinos.

La calidad  de esa peña, si bien no me sorprendió, puedo decir que supera en mucho lo que nos rodea en Los Ángeles. Lo menos creativo resultaba de nivel. Me ofrecieron un puesto de invitado. Leí por más de quince minutos. Recibí aplausos, elogios y también abrazos de gente solidaria con mi obra.  Una muestra más de la empatía entre dos culturas que yo tuve la oportunidad de disfrutar.

Volví al restaurante para turistas y decidí combinar nuevamente el vino, esta vez con mariscos frescos y deliciosos. Dormí pensando en mi regreso. El domingo volví al aeropuerto con el servicio de Manuel Tienda León. Le dije adiós a la gente de la carpeta del hotel.  En mi despedida de la ciudad sentí como si yo me llevara un poco de Argentina. Volví a la realidad  en el momento mismo que una muchacha de mi línea aérea me señaló como “el yanqui” que necesitaba nuevo vuelo porque mi avión venía retrasado.

¿Volveré algún día a la Argentina? Si fuera por mi corazón regresaría tantas veces como pudiera. Ese país, su gente, su capital los llevo desde entonces conmigo.

Autor

  • Julio Benitez

    Fue asesor literario y profesor de la Universidad Pedagógica de Guantánamo, Cuba, y educador en Los Ángeles, California. Obtuvo premios nacionales como narrador en los concursos Rubén Martínez Villena, Frank País y el Regino E. Boti así como distinciones en poesía y crítica. Ha publicado La Reunión de los Dioses Cuba (cuentos, 1991). En USA, El Rey Mago (poesía 2007) y la novela La Reunión de los Dioses (2007). Su obra crítica se encuentra en publicaciones de Cuba y Los Estados Unidos. Miembro del consejo editorial de la revista electrónica La Luciérnaga.

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