Han pasado dos meses desde un viaje que hice a Guatemala y México junto a una delegación de observadores, con la intención de conocer la situación migratoria en esa zona. Un tema urgente, sin duda. Pero presenciar de primera mano el drama detrás de cada inmigrante que busca asilo y refugio en los Estados Unidos, sencillamente cambió todos nuestros referentes. Y todavía hoy nos revela que la situación en la frontera, además de ser cada vez peor, está al límite.
A la distancia, creemos tener una idea de las luchas que motivan que miles de personas se desplacen y lo arriesguen todo. Su norte es la frontera, pero más que nada, cruzar al otro lado. Pero no fue hasta que escuchamos de primera mano, y gracias a la ayuda que nos brindaron defensores de derechos humanos que trabajan con estos grupos, que comenzamos a entender por qué huyen de la violencia en sus países y con eso, llegar a la raíz del problema migratorio. Y la triste y urgente realidad sigue siendo que la situación está contrarreloj.
Una madre y sus dos hijos
Soy de El Salvador. Quizás esas realidades no deberían sorprenderme, porque pertenezco a una generación de inmigrantes que conoce muy bien lo que pasa a cada lado de la frontera. Pero el drama humano que trae consigo cada inmigrante no deja de impactarme.
En mi segundo día entre estos grupos, por ejemplo, una familia recién llegaba al Centro del Inmigrante en Guatemala. Según nos dijo el director de la institución, llevan poco más de un año recibiendo familias inmigrantes mayormente. Pero esta que les comparto, me tocó el corazón.
Fue cuestión de segundos aquél cruce de miradas con una madre en uno de los centros para inmigrantes. Solo eso bastó para percibir su dolor y desesperación. Sus dos hijos, de entre 3 y 7 años de edad, iban tomados de la mano. Se veían cansados. Me sentí impotente ante esa recién llegada familia. En silencio elevé una plegaria por ellos, para que pudieran llegar a su destino y que esos hermosos niños sobrevivieran al cruzar el río.
Un haitiano que no habla español
También conocimos a un hombre haitiano inmigrante, quien buscaba desesperadamente que liberaran a su esposa e hijo de un centro de detención en México, pero no lograba mucho porque no hablaba español.
Son escenas perturbadoras y traumáticas, que resumen cómo las políticas anti-migratorias de la administración Trump son un peligro para los inmigrantes de color. No solo para los centroamericanos, sino también para los haitianos negros, quienes protestan las condiciones en los centros de detención.
Todos arriesgan sus vidas en un trayecto peligroso, con un solo propósito: sobrevivir. Su lucha se resumen en las palabras que me dijo uno de los inmigrantes: “si de todas formas enfrentamos la amenaza de morir, prefiero morir tratando de vivir”.
El plan maquiavélico de Trump
La violencia, el desplazamiento y la pobreza están interconectados. Nadie quiere dejar su hogar, a menos que esas condiciones le obliguen a ello. La situación empeora, con las restrictivas normas de asilo y para refugiados que ha implementado el gobierno de Trump: de 110,000 que eran permitidos bajo Obama en el 2017, han disminuido a 50,000 en el 2017; luego a 45,000 en el 2018 y ahora en el 2019, a 30,000. Es la cifra más baja que se ha registrado, la misma que ha creado una crisis y que permite a Trump “demonizar” y criminalizar a refugiados e inmigrantes por igual, con tal de mantenerlos fuera del país.
Pero su plan maquiavélico no se termina ahí. Con un acuerdo realizado a principios del pasado mes de junio, ha involucrado a México -y luego a Guatemala- para que detengan y vigilen a los inmigrantes antes de llegar a la frontera estadounidense. Ninguno de los dos países cuentan con la infraestructura para brindar protecciones a esos inmigrantes. Mientras, la retórica racista y xenofóbica de Trump sigue ganando terreno más al sur de la frontera, donde queda al margen de tener que rendir cuentas.
Soluciones
Aunque han pasado dos meses desde esa visita y encuentro con las realidades de los migrantes, la situación sigue siendo apremiante. Todo norteamericano debe comprender la situación real y juntos actuar para encontrar soluciones reales a esta crisis migratoria que lleva años sin atenderse y que nos ha colocado en el caos que vivimos hoy.
Entendamos que la gente se desplaza: es un derecho humano que se ha ejercido desde siempre, y una realidad que debemos acabar por aceptar.
Tenemos que convertirnos en una nación que le dé la bienvenida al inmigrante y procure que prospere, aquí o en su país de origen. Tenemos que desarrollar políticas que protejan a los refugiados y garanticen asilo a aquellos que huyen de la violencia en sus países. Tenemos que desarrollar vías humanitarias, modernas y que tomen en cuenta las complejas y cambiantes situaciones sociopolíticas, económicas y ambientales que impiden a tantos progresar en sus propios países.
Pero también necesitamos reconocer y entender que la política exterior de Estados Unidos con algunos países ha traído consecuencias negativas con la gente de esas regiones. En vez de endurecer sus posturas, Estados Unidos debería ayudarlos a resolver los factores económicos, comerciales, sociales y de seguridad, que son la verdadera causa de este enorme flujo migratorio. Y debe hacerlo con la sensibilidad de bases comunitarias.
A medida que pasan los días y las semanas, me reafirmo en la urgencia de que Estados Unidos provea una solución legal y segura para todos los inmigrantes, tanto para los que llegan con destrezas de alta tecnología como para el que viene a realizar trabajos manuales y agrícolas. Tenemos que promover la unidad de las familias y elaborar un camino accesible, costo-efectivo y de equidad para que las personas indocumentadas que ya viven en nuestras comunidades puedan hacerse ciudadanos.
Y también urge que nos quitemos la venda del miedo que tanto difunde el Presidente y su administración. Durante mi viaje a Centroamérica, vi la fuerza, resistencia y esperanza de mi gente. Me di cuenta que, a pesar de que han transcurrido 500 años de colonización, seguimos sonriendo, luchando por sobrevivir y moviéndonos para alcanzar un mejor futuro. Es la mejor señal de resistencia que he visto en toda mi vida.
Me reafirmo en la esperanza de que vamos a ganar esta batalla que trasciende la frontera, y que algún día alcanzaremos soluciones de justicia y libertad que son las que se merecen nuestros hermanos en las Américas.