Hoy, 11 de noviembre, celebramos en Estados Unidos el Día de los Veteranos, honrando a quienes sirvieron al país en las fuerzas armadas, lejos de sus hogares. Para ellos nuestro reconocimiento, solidaridad y apoyo, no porque los objetivos de sus misiones siempre fueron nobles. No. Pero sí porque son parte del pueblo. Son nuestras familias. Son quienes se alejan y ponen en peligro sus vidas porque así se los pide el estado.
Merecen que la sociedad los salude y agradezca.
Sin embargo, un sector de veteranos, no es reconocido ni honrado. Son los indocumentados. Aquellos que una vez terminado su servicio allende los mares, son considerados como menos que merecedores al apoyo del país al que ellos apoyaron como el que más. Son veteranos deportados.
La triste realidad para ellos es queentre los actos antipatrióticos cometidos por la administración Trump, ninguno supera la deportación de veteranos de guerra.
Luchan por este país en las guerras; sirven con doble arrojo y dedicación, porque quieren así expresar su apego a este terruño que reclaman suyo y proclamar su deseo de ser aceptados como parte de una nación con la que se identifican.
Y cuando son expulsados porque no tienen papeles, ellos están en el Sur y su corazón en los confines del Norte, aquí, en Estados Unidos. Quedan en el medio. Ni aquí ni allí.
Como ya no son de allí, aunque hayan nacido en México o en El Salvador o en cualquier otro país de origen, sino de aquí, se quedan lo más cerca posible. Muchos de ellos en Tijuana, México.
Anhelando regresar, volver a sus familias.
Llegaron generalmente a Estados Unidos de niños. Aquí crecieron como “americans”, hablando el inglés como principal lengua y muchos de ellos sin saber que su estadía no había sido sancionada. Luego se ofrecieron para el Ejército. Sirvieron en ultramar. Lucharon. Arriesgaron sus vidas.
Una vez que terminaron su servicio militar, algunos cometieron faltas, violaron las leyes. Cumplieron sus penas como cualquier otro ciudadano, pero luego fueron expulsados como cualquier otro indocumentado. No ayudaron sus años de servicio.
Según activistas, son miles en todo el mundo. En la Casa de Apoyo para Veteranos Deportados en Tijuana contactaron a más de 350, de diversos países.
Los veteranos deportados no pueden recibir los beneficios que legalmente les corresponden, especialmente en materia de salud, porque viven fuera del país.
Los centenares de latinos que sirvieron como soldados y luego fueron deportados por haber cometido faltas se encuentran en una categoría especial de desventaja y discriminación. Un gobierno claramente antiinmigrante aprovecha cualquier intersticio para negarles la legalidad.
Lo justo, lo correcto, lo lógico es lo contrario. Estos veteranos deportados deben ser respetados, especialmente en su día. En virtud de su servicio, su deportación debe ser anulada. Deben poder regresar a sus familias en los lugares en que viven, trabajan y contribuyen a la sociedad. Y debe comenzar un proceso acelerado para su legalización, al término del cual sean cobijados en el seno de la nación, como ciudadanos de Estados Unidos.
Tal como corresponde a quien sirve a su país.
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