Cualquier extranjero de visita en Cuba es motivo de un cierto grado de espionaje, pero en el caso de los periodistas, éste llega al extremo. Mejor ocultar el oficio.
Cuarta y última parte
“Aquí ser periodista es como ser el diablo” dice Verónica Rodríguez sin despegar la vista de las tiras de cuero, abalorios, e imágenes del Ché, generosamente distribuidas en las pocas mesitas que hacen las veces de mostrador en una coqueta tienda de subvenir para turistas. Pese a la simpleza aparente de su oficio artesanal, esta “guerrillera” está fichada desde tiempo inmemorial.
“Debe ser por mi naturaleza hasta cierto punto reivindicativa”, añade.
Precisamente por lo inquebrantable de sus ideas, Verónica lee cuanta revista extranjera cae en sus manos “como llovidas del cielo”. Compara lo que se escribe dentro y fuera de la isla y opina que en Cuba la prensa se limita a repetir la verborrea comunista a falta de un mejor guión.
“¿Para qué ser periodista? No merece la pena; ¿de qué serviría si uno nunca puede contar lo que ve y decir lo que piensa?”, comenta con evidente desazón.
En los hoteles, todos los trabajadores tienen la obligación de reportar cualquier detalle fuera de lo habitual que adviertan entre los huéspedes. Cualquier sospecha con o sin motivo, sirve para la instalación de micrófonos y videocámaras en las habitaciones. Le ha pasado a artistas y escritores, algunos muy conocidos y otros anónimos.
Los viajeros incómodos – generalmente periodistas disfrazados de turistas – son víctimas del llamado Método Japonés, una técnica de seguimiento constante empleada con personas consideradas “potencialmente peligrosas”.
“Consiste en una vigilancia donde uno se da cuenta de que allí no se puede dar un paso sin ser observado”, relata en un e-mail uno de los cubanos exiliados en Estados Unidos.
“Si descubren que se trata de un periodista, entonces le arrestan, confiscan lo que tenga, le dan unas palizas y le ponen en un avión rumbo a casa dos días después”, relata otro expatriado. “Si se convierta en un peligro serio, entonces cualquier cosa puede pasar”, agrega el primero de los exiliados.
La prensa extranjera acreditada por el gobierno no tiene libertad de actuación ni fácil acceso a fuentes oficiales; la disidencia queda fuera del alcance. De todas formas, las crónicas que envían no se pueden leer en la isla, sólo la nomenclatura lo hace.
La radio es principalmente folklórica, musical y con noticias todas en la misma onda de retórica revolucionaria y exaltación del espíritu del Ché. La TV tiene cuatro canales en la misma línea. (En los hoteles es distinto. Los extranjeros tienen hasta 20 canales con emisoras como CNN, BBC y otras de España, Francia, Italia, Rusia, algún país árabe, etc. Esta TV no la ven los cubanos).
Los más atrevidos ocultan antenas parabólicas, por ejemplo en un patio interior. El riesgo es doble: el vecino soplón y la autoridad pertinente. La pena puede ser una prolongada condena en la cárcel o en cualquier explotación agropecuaria del país.
Prensa decente
La prensa escrita es tabú, la prensa libre se entiende. En La Habana circulan el Gramma y Juventud Rebelde. En las provincias el Gramma y otro periódico regional. Leer cualquier día el diario es como regresar en el tiempo, surrealista incluso si se hace rodeado de los carros americanos de la década de los 50 del siglo XX. De veras es así.
Fidel no usa sino abusa de los medios. Antes adoctrinaba en público con larguísimos discursos trasmitidos por televisión y radio; ahora lo hace mediante las célebres Reflexiones en Gramma. No es de extrañar que en La Habana casi no haya quioscos de prensa; el periódico se vende por la calle, pero no hay ni muchos vendedores ni tampoco ávidos lectores. La circulación, me dicen, se cae por los suelos.
La prensa decente consiste en unas pocas revistas de manufactura artesanal, publicación irregular, con pocos ejemplares y sin presencia en la red. Las hay de gran calidad literaria y poética, aunque todas deban dejar la crítica para mejor ocasión. Los contenidos, bueno, ya sabe usted cómo están escritos, bajo presión, siempre teniendo en cuenta la intimidante censura de cualquier miembro del Partido, o del Comité, o del Ministerio del Interior, o… GESTAPO, por resumirlo en una palabra.
Dadas las circunstancias, son muchos los periodistas cubanos que han aprendido a vivir con un miedo prudente en el cuerpo para seguir sobreviviendo en un ambiente de incertidumbre y continuas paranoias.
La Internet es prácticamente inexistente. La hay en los hoteles para extranjeros, y está “monitorizada”. Algunos médicos y periodistas tienen Internet en casa, pero también controlada por el Estado; muchas páginas son inaccesibles.
El e-mail no siempre funciona, y todos conocen la serie de palabras y expresiones que disparan la alarma – terrorismo, corrupción, bomba, huelga, explosión, sublevación, insurrección, paliza, represión, cárcel, prisión, presos, disidentes, mitin de repudio, hostigamiento, damas de blanco, Ministerio del Interior, Comité Central, buró político, zona cero, privilegios – son algunas de ellas.
No obstante, hay personas que se arriesgan a comprar alguna extensión de una cuenta e-mail (utilizan el Outlook de Microsoft) y así tener una vía abierta de comunicación que, aunque deficiente e insegura, es mejor que nada. Es otro negocio por la izquierda (lo mismo que las extensiones de una línea de teléfono en el hogar).
Gritos sordos
La censura es una muestra más de la falta de libertad en Cuba. Al tiempo de escribir esta crónica, las cárceles albergan más de cien disidentes a los que hay que añadir miles de personas condenadas a cortar caña de azúcar, recoger hojas de tabaco, o cualquier otro trabajo pesado en auténticas condiciones de esclavitud.
El delito no es otro que denunciar la hambruna o cualquiera de las múltiples fallas de un sistema en el que pocas cosas parecen funcionar. (Me aseguran que hubo muchos casos después de la devastación provocada por los dos últimos ciclones que no azotaron la isla).
Un día, al caer la tarde en alguna parte en el Vedado, cientos de personas se manifestaron contra el régimen. El desafío se originó después de que fuera de Cuba saltara la historia de la blogera Yoani Sánchez, con su e-mail dirigido a Barak Obama y Raúl Castro; el primero respondió, no así el segundo.
Las pintadas “desaparecieron” con la misma rapidez y contundencia con la que el gobierno sofocó el conato de rebelión. No estuve allí, pero me llegaron los ecos de distintas fuentes. Y no fue un episodio aislado.
En días sucesivos la policía entró en las casas buscando personas concretas relacionadas con los hechos. En algunos barrios populares aumentó la presión haciéndose muy visible el grado de ansiedad de los sabuesos del Ministerio del Interior actuando con total impunidad.
“Hacía mucho tiempo que no veía a cuerpos especiales de seguridad con tanta virulencia alrededor de mi casa”, dice con angustia Verónica Rodríguez. Lo mismo que mucha otra gente en circunstancias parecidas, ésta “guerrillera” ha aprendido a soportar con integridad el yugo castrista manteniendo vivo el espíritu que la libertad de pensamiento otorga. Ya son muchos años, pero algún día “todo esto acabará”.
Con aplomo y astucia, en Cuba hay estudiosos dedicados socavar los cimientos intelectuales del régimen, empezando por la doctrina marxista de Fidel. El profesor de matemáticas comentó que de hecho ya hay personas con ansias de libertad y opositores de condición, dedicadas a estudiar los discursos de Fidel palabra por palabra.
Son gente entregada a subrayar las flagrantes contradicciones y notar aquellos temas donde la falacia cubana queda más al descubierto. Gente inmune al desánimo generalizado tras medio siglo de tortura doctrinaria.
“Lo sé y me consta”, afirma Pitágoras con rotundidad.
El Mojito Compay
El pueblo cubano no está desesperado, pero si muy cansado de vivir con miedo en una cárcel que nada tiene que ver con la tristemente célebre en Guantánamo, pero cárcel de todos modos. Es La Habana – Cuba – actual.
Y como esperando “cumplir condena”, los cubanos de La Habana, Santiago o cualquiera de las muchas playas de la isla seguirán recibiendo turistas a golpe de ron, puros y música tropical. Tropicana seguirá con el cartel de “No hay entradas” (“por capacidad”, como diría alguien de ahí). En La Habana Vieja, La bodeguita del Medio continuará regando al turista con mojitos al más puro estilo Hemingway, haciendo lo propio El Floridita a base de daiquiris.
Una tarde imbuido en mis pensamientos, ajeno a las escenas callejeras de alrededor, dí en un lugar que después supe era el bar donde alguna vez Compay II echaba sus tragos mañaneros, un lugar que dicen salió en la famosa película Buenavista Social Club.
“Una vez le preguntaron cómo hacía para tener hijos con más de 80 años”, relata el camarero del bar. “`Gracias al mojito Compay´” dice que respondió.
¡No tenía alcohol!
¡Viva Cuba Libre!
Posdata
“La patria es una noción inasible que se nos escapa fácilmente. Uno no ama a la patria en abstracto. Uno, en cambio, ama al paisaje que contempló durante la infancia y adolescencia… El patriotismo real, el único psicológicamente posible, es el urbano, el citadino.
Cuando llegue el momento final, ese día glorioso de soltar los prisioneros, los once millones de prisioneros que sufren en la cárcel grande, La Habana resurgirá de las ruinas, como resurgieron las ciudades europeas tras los devastadores bombardeos de la Segunda guerra mundial”.
Carlos Alberto Montaner
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Jesús Sanpedro (nombre ficticio) es un periodista que acaba de visitar Cuba y que no puede dar su nombre para no poner en peligro la libertad y la integridad física de aquellos cubanos que cruzaron su camino y se arriesgaron a mostrarle parte de la realidad actual de su país. Esos mismos cubanos tienen nombre y apellido y se podrán reconocer en esta historia, si algún día tienen la dicha de poderla leer sin trabas ni restricciones mediáticas.