Existe en yidish, la lengua vernácula que hablaban los judíos del Este de Europa, una palabra que define al congresista Adam Schiff y que es uno de los vocablos de este dialecto que se incorporó al inglés: mentsch. En mi casa de la infancia se usaba muy poco, en casos especiales, que aún recuerdo.
En español equivale, de la manera más simple, a una persona digna, buena, pero en un alto nivel. Un argentino diría: un gran tipo.
Schiff es candidato a senador federal por el estado de California en las elecciones que culminarán el 5 de noviembre.
Lo encontré una mañana durante un evento social en las calles de Burbank, una de las ciudades que representa en el distrito 30 de California, que también incluye Glendale, Pasadena y de la ciudad de Los Ángeles, los poblados de Atwater Village, Echo Park, Hollywood, Los Feliz, Mid-Wilshire, Silver Lake y West Hollywood, entre otros.
Ahí estaba él, hablando con la gente que se juntaba a su derredor, con una actitud de tranquilidad, la voz baja, la mirada directa. Y me digo: también es un tipo tranquilo.
Mi esposa, que lo ha encontrado en eventos dice que: es dedicado y serio y conoce bien los tópicos que son parte de su trabajo. Veinticinco años de periodismo en Los Ángeles me enseñaron que no todos los funcionarios electos son así.
Adam Schiff es el candidato demócrata para reemplazar a Dianne Feinstein, que falleció en septiembre pasado después de 30 años en el Senado. Como el hecho sucedió en medio del término legislativo de Feinstein, la elección es doble: una determina a quién completará el periplo, hasta enero próximo. La otra establece quién será el senador por seis años más.
El rival republicano de Schiff es Steve Garvey, un famoso ex jugador de béisbol. Tiene 75 años; Schiff, 64. En el endoso a Schiff, a comienzos de octubre, La Opinión dijo: “Garvey es un candidato sin más méritos que su merecido reconocimiento como deportista”.
También en enero, en las elecciones primarias que ganó, La Opinión apoyó a Schiff. Por lo dicho: “Adam Schiff se ha destacado por una cantidad de leyes que promovió y su meticulosa e imparcial labor en investigaciones y juicios políticos”.
En esa ocasión y en entrevista, Schiff “presentó su plan para atender la doble crisis que vive California, la falta de viviendas accesibles y la gran cantidad de personas que viven en las calles”, escribió la reportera Araceli Martínez.
Dijo el congresista: “uno de los segmentos de nuestra sociedad de más rápido crecimiento que se está quedando sin hogar proviene de la comunidad latina y necesitamos acciones dramáticas para atacar el problema”.
Parecería que no podría haber mayor diferencia entre Schiff y Garvey. Pero esta columna es más sobre Schiff y menos un intento de comparación de los candidatos.
Adam Schiff surgió a la atención pública de toda la nación cuando fue gerente (impeachment manager) del primer juicio político de Donald Trump, en 2019. Representó a la acusación por parte de la Cámara Baja en audiencias del Senado, a cuyo término esta sería rechazada por 52 a 48. Fue una mayoría simple, pero la Constitución requiere dos tercios: 67.
Trump era acusado de solicitar del gobierno de Ucrania que investigara a la familia Biden como condición del envío de ayuda ya aprobada por el Congreso.
Posteriormente, como se sabe, Trump fue acusado del intento de golpe de estado del 6 de enero de 2021. Ahí también fue sobreseído.
Parecía que Trump se saldría siempre con la suya. Por eso, cuando un jurado lo halló finalmente culpable de todos los 34 cargos criminales por los pagos secretos por el silencio de una ex amante y actriz porno, Stormy Daniels, Schiff comentó: por largo tiempo, Trump “realmente ha jugado a la cuerda en los tribunales y se ha salido con la suya hasta hoy… creo que la justicia finalmente ha alcanzado a Donald Trump”.
Pero especialmente se recuerda el discurso con el que Schiff finalizó las audiencias.
Allí increpó a los republicanos, tratando de ganarse su apoyo: ‘¿Acaso hay uno entre ustedes que diga, ya basta?” Palabras fuertes, que no fueron suficiente.
Y también fungió como miembro del comité especial que investigó el asalto al Congreso por los fanáticos de Donald Trump en enero de 2021. Después, casi ileso, Trump seguiría su camino hacia la rehabilitación política que culmina en su candidatura presidencial.
Schiff siguió su servicio parlamentario. Cada vez, en el frente del combate por la justicia. El más difícil, el lento, el imperfecto, al que él dedicó su vida pública.
Ahí fue presidente del Comité de Asuntos de Inteligencia de la Cámara de Representantes. mientras los demócratas tenían la mayoría y el control de la misma. El comité, entonces de 13 demócratas y 10 republicanos, supervisa todos los departamentos y agencias del poder ejecutivo que se relacionan con la recopilación de información de valor militar o político.
Ahora, lo dicho: se postula para senador por California.
La campaña electoral está por finalizar. Las encuestas, cuya seriedad fluctúa en estos años, le auguran la victoria. Si así fuera, le esperan años difíciles, independientemente de quien gane la presidencia. Él estará al frente; lo entiende así Trump, por lo que hace un par de meses lo llamó un “enemigo interno” del pueblo. Solamente él y Nancy Pelosi.
Dijo Trump: un «presidente inteligente» podría manejar a los adversarios externos «con bastante facilidad», pero «lo que es más difícil de manejar son estos lunáticos que tenemos dentro, como Adam Schiff”.
Schiff siguió ocupado. En esos días apoyaba la huelga de seis días de los trabajadores del servicio de diálisis en North Hollywood. A comienzos de julio logró una partida de 77 millones de dólares para el Proyecto de Infraestructura de Carga y Autobuses de Cero Emisiones por parte del Departamento de Transporte de Estados Unidos, destinados a la compra de una partida de autobuses eléctricos y sus cargadores.
Es parte del ala pro-inmigrante en la Cámara. En en mayo, los 83 congresistas de ese grupo dirigieron una carta al presidente Biden en la que le pedían aprobar opciones para que millones de indocumentados tuviesen un camino hacia la ciudadanía, algo que, como sabemos, no sucedió.
Y en marzo del mismo año lideró un pedido al gobierno federal, que sí aceptó, para destinar $9.34 millones para la lucha de la ciudad de Los Ángeles por las personas sin hogar.
Siguiendo con los dichos y como decía mi abuela Ana Tolcachier, Schiff “no tiene pelos en la lengua”. No porque insulte o grite, no, sino porque habla con la claridad y la contundencia que se espera de un líder, incluso cuando lo que diga no sea bienvenido. Así, fue uno de los primeros demócratas en solicitar del presidente Biden que se retirara de la contienda y diese lugar a otro candidato para medirse contra Donald Trump, ya el 17 de julio. No es exagerado decir que esa actitud, al comienzo minoritaria, tuvo una influencia considerable en la toma de decisiones de Biden. Porque al día siguiente fue Nancy Pelosi la que se solidarizó con el llamado. Después, ya se vino la avalancha.
Una semana después, estaba denunciando la aseveración de Trump ante una audiencia cristiana de que después de elegirlo “ya no tendrán que votar”. “Este año la democracia está en juego y, si queremos salvarla, debemos votar contra el autoritarismo”, expresó Schiff.
La campaña de Adam Schiff es la culminación de un periplo de once términos consecutivos en la Cámara de Representantes, desde 2001. Antes, fue miembro del Senado estatal de California; antes, trabajó en el despacho jurídico de un juez, y antes, estudió en dos de las universidades más prestigiosas del país: Stanford y Harvard, donde obtuvo el título de doctor en derecho en 1995.
Y quizás sea el comienzo de una nueva etapa en el Senado de Estados Unidos, que se enriquecerá con la experiencia, el tesón y el sentido de justicia de Adam Bennett Schiff. Un líder promisorio.