El senador Bernie Sanders se retiró de la contienda presidencial hace poco más de una semana; dos días atrás, expresó su apoyo (“endorsement”) al candidato Joe Biden. Y a mediados de mes, el expresidente Barack Obama, en un regreso al centro de los acontecimientos, hizo lo propio, alentando a toda la gente de buena voluntad a unirse para la tarea histórica que espera a la nación estadounidense.
Quizás la contribución más importante de Sanders fue su concepto de que Donald Trump no es solo el “peor” presidente: es “el más peligroso”.
Los acontecimientos, cada día, demuestran el porqué. Una barbaridad sigue a la otra, a cual más absurda, más destructiva, más increíble.
Un día, Trump declara que son los estados, individualmente, y no el gobierno federal, quienes deben luchar contra el COVID-19. Así justifica el monumental fracaso de su administración en suministrar exámenes, máscaras, equipo profesional para médicos y enfermeras.
Al día siguiente, insultando a los periodistas que cubren la Casa Blanca, reclama para sí poderes “absolutos”, sí, con esta palabra. Inmediatamente, amenaza Twitter a los gobernadores, acusándolos de insurrección y pretendiendo ser el capitán en la película “Mutiny on the Bounty”.
Menos de 24 horas después, y para sacarse de encima la culpa que puede peligrar su reelección, corta la ayuda a la Organización Mundial de la Salud, crucial para evitar que se expanda el virus, alegando que no él, sino «ellos» fueron quienes despreciaron la importancia de la pandemia fatal.
Por eso es tan importante que los demócratas se hayan afianzado como partido nacional con amplias probabilidades de victoria a siete meses de las elecciones. Que no existan en su seno tantos resquicios y divisiones como en años anteriores. Que todas sus fracciones se hayan unido para derrotar al rival común, Trump.
La tarea es ímproba, porque tenemos como presidente a un ser mezquino sin escrúpulos y con ansias inagotables de poder. Hará todo a su alcance para seguir en él. Todo. Y tenemos un 40% de la nación que se ha dejado llevar por su retórica, por encima de la lógica, que lo ve como una víctima, que fue entrenado a descreer de los medios de información, a darle prioridad a las teorías conspirativas, a parapetarse como un fortín contra el resto del país. A un partido Republicano que debería cambiar su nombre por el de Trumpista, o al menos desaparecer, y que ha forjado una barrera protectora alrededor de su líder indiscutible. Con posiciones cada vez más extremas y actitudes cada vez más agresivas y antidemocráticas.
Como en otros casos históricos, se repite la triste historia de los políticos y personeros republicanos que hace cuatro años se reían de Trump y ponían en evidencia su vacuedad y cinismo o directamente se le oponían, hoy son sumisos e incuestionables.
Quien piensa que la ideología que fomenta Trump es nueva se equivoca.
Esto que sigue pertenece a Isaac Asimov, el famoso escritor de ciencia ficción y por ello con una mirada astuta en lo que sucedía aquí:
«Hay un culto a la ignorancia en los Estados Unidos, y siempre ha habido. El anti-intelectualismo ha sido un hilo constante que se abre paso a través de nuestra vida política y cultural, alimentada por la falsa noción de que la democracia significa que ‘mi ignorancia es tan buena como tu conocimiento».
Lo escribió en 1980.
Recordemos que lo que Trump y sus seguidores harán, entre otras trasgresiones incontables, es tratar de privar del derecho al voto a millones de estadounidenses. Con la ayuda de sus gobernadores, de sus cortes supremas estatales y al final de cuentas de su mayoría estable en la Suprema Corte de Justicia. Y sin dudarlo, intentarán criminalizar la crítica y el libre pensamiento.
Porque lo que tienen es una caja fuerte de campaña casi interminable entre ahora y noviembre. Trump estuvo juntando dinero para su reelección desde el día en que asumió el poder el 21 de enero de 2017. Y aquellos a quienes ha beneficiado con miles de millones de dólares de rapiña en tiempos del coronavirus serán igualmente generosos con su benefactor.
Será la campaña más costosa de la historia, de lejos.
Los oponentes a Trump son mayoría en el país. Deben organizarse y dedicarse a la tarea. Para ello deben apuntar al estadounidense del pueblo, a quien le deben sus puestos y ahora, su supervivencia física.
Para empezar, es necesario avalar y defender a los verdaderos héroes de esta pandemia, cuyo fin aún no está a la vista: los profesionales de la salud, los conductores de camiones de comida, los empleados de almacenes, los limpiadores, los trabajadores del campo y muchos más.
Porque para lograr la recuperación económica después de la crisis es esencial procurar empleos para los 16 millones que los perdieron, cobertura médica para todos los estadounidenses a fin de protegerlos del retorno del virus. Y muchas otras metas que no preocupan ni a Trump ni a los republicanos a menos que sea para que sus negocios funcionen y sigan lucrando. Ellos no lo harán y el país con sus habitantes están a punto de hundirse en una vorágine espantósa.
Porque ellos solo quieren el poder.
La unidad el partido Demócrata y su campaña electoral es un pequeño consuelo a una nación afligida. Le damos la bienvenida.
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