Hace ya unos años encontré en el escaparate de una tienda un librito para dar órdenes en español a las empleadas del hogar hispanas. Era en San Diego. Se pretendía que una persona que no hablara español acertara a leer las frases en este idioma y así facilitar la comunicación de las labores propias del empleo. Cuando se adentra uno en la lectura, se observa que el texto carece de frases de ánimo a la empleada o de trato humano en general. El objetivo era enumerar “las órdenes” y su repetición, previendo que estas no se hubieran hecho adecuadamente.
En principio no parece que haya ningún tipo de odio latente en el libro, es una manera de comunicar obligaciones del trabajo del hogar para una empleada que no sabe inglés y para una empleadora que no sabe español. Más en detalle, observamos que el libro no prevé que la trabajadora –el libro está pensado para dirigirse a una mujer– pueda hacer algún comentario sobre algo que no entienda. No hay espacio tampoco para recomendaciones por parte de la trabajadora. Es, en definitivas cuentas, una relación desigual, nunca de ida y vuelta.
Por supuesto, no había en el libro información sobre Seguridad Social ni formularios de Impuestos. Lo decimos por los trámites que hay que seguir para contratar a una ayudante del hogar. La situación genera obediencia y desarrolla parámetros de inferioridad. Hoy se deberían hacer las cosas de otra manera.
Los retos con la propia lengua
Comienzan cuando se siente desplazado e inseguro por el solo hecho de hablarla. Las circunstancias que le han llevado a emigrar, si es el caso, también contribuyen, y no poco. Y lo contrario, por parte del (o de la) que contrata. Dirigirse a una persona que no habla tu lengua te hace sentir que tienes un poder sobre ella.
Oír tu lengua en boca de otros, en cambio, te anima a hablarla. Es muy típico que si te comunicas en español frente a hablantes de tu misma lengua, estos cambien al español desde la lengua en que se encuentren. Es una armonización universal. Como las cuerdas de una guitarra que resuenan por “simpatía”.
El mayor enemigo del español en EE.UU. es el del que deja de hablarlo cuando se siente inferior al hacerlo. La apariencia física es determinante en este juego de decisiones como se ha puesto de relieve en múltiples ocasiones. El color del cristal con que te ven forja prejuicios sobre el fondo de la persona. Recordarán a un expresidente que quería emigrantes de Noruega, pero no de la “dominicana”. ¿Por simpáticos?
Borremos el racismo del lenguaje. Borremos el lenguaje del racismo.
¿Hay un componente racial en este hecho? ¿Alguien lo duda? Se puede demostrar. Cuando una familia de hispanos de apariencia europea habla español “en público” le pueden llegar a preguntar: ¿son ustedes de Canadá? O cuando su acento delata que el inglés no es su lengua nativa, se dice: ¡qué acento tan bonito tienes! En contraposición, si tu aspecto físico es identificado como “distinto” se te hará sentir el rechazo que produce tu presencia. El más leve acento al hablar bastará como señal que activará un mecanismo que dispare un “¿por qué no aprendes inglés?»
Invisibilizar al «otro»
Esto se consigue por distintos medios. Uno de los más comunes es hacerte desaparecer de los “personajes de valor” en las pantallas de la vida pública. Las películas de ciencia ficción, por ejemplo, no tienen hispanos. No hay hispanos en el futuro.
Solo se te acepta, dirán otros, si sabes estar en tu lugar. En estas circunstancias, hay que cumplir con ciertos requisitos de mediocridad. Hay que ser el “tonto poco espabilado” de las películas (Cowboys and Aliens, 2011) o el “simple” (The Big Country, 1958), película del oeste de Gregory Peck. En toda cultura hay el bufón de turno, aquel del que se puede abusar oficialmente. Con la nueva ola de concienciación que nos inunda, me dirán que se han trocado las cosas, toca practicar lo absolutamente correcto. Todo lo controvertido se elimina. ¿Pasaremos a ser nada? ¿O qué?
Los hispanos son molestos para algunos grupos
Se está hablando de compensar a los afroamericanos por el tráfico de personas que antes se llamaba esclavitud. Se busca una cantidad que pueda reparar el daño causado. Pero los africanos llegaron de otro continente. El problema con los hispanos es que no llegaron de otra parte. Estaban aquí. La cultura hispana lo que fundamentalmente hizo fue unificar a muchos con poco.
Pertenecer a un estrato de segunda clase acabará siendo un hecho transitorio, pero hoy todavía se observa en multitud de detalles. Te pueden responder espontáneamente y sin sonrojo a una pregunta demográfica del tipo: “¿Cuántos mexicanos hay en Estados Unidos?” con un “Demasiados”. Nadie se va a llevar las manos a la cabeza.
En una conversación captada inadvertidamente entre anglosajones sobre a dónde mudarse en EE.UU., uno comentaba –mientras señalaba en un mapa un determinado lugar– que veía de ese lugar la ventaja de que “allí no había mexicanos”. Debería saberse que la presencia de emigrantes indica prosperidad. Igual que lo contrario. Si los emigrantes desaparecen, prepara el hato que es hora de irse.
Ser bilingües es nuestro derecho
“Más simple que el mecanismo de una vela que arde». Algunos todavía creen que en Estados Unidos no se debe socializar en público en español porque la gente que no lo habla, y que lo escucha, pudiera pensar que se está hablando mal de ella. Son los crédulos de la “literalidad”. Se piensa que el que habla únicamente se sabe manifestar por medio de comentarios trasparentes, nunca figurativos o irónicos.
Algunos ni siquiera transigen con oír otra lengua en los momentos en que hay descanso en un trabajo. No estamos hablando de mezclar lenguas en el espacio laboral, sino fuera. Decía en una entrevista una abogada hispana que ella hablaría con sus clientes en su lengua cuantas veces fuese necesario: “Es parte del trabajo”. Exigir la mudez es un abuso y se corresponde con una actitud intolerante. En eso estamos todos de acuerdo.
Canto final en pro del bilingüismo. En este país, estamos abocados a ser bilingües. No queremos que ocurra como les pasaba a los emigrantes españoles en Alemania, que después de veinte años en el país no sabían decir en alemán “ni papa”. Aquí estamos y somos parte del tinglado, y para ello hay que ser bilingües. Si no, hablaremos solo en otro idioma. Bye.
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