Cual si fuera la más reciente entrega de su barato reality show, los seguidores del culto a Donald Trump irrumpieron en el Capitolio para tratar de impedir la confirmación del triunfo del presidente electo Joe Biden en el Colegio Electoral en una elección limpia, legítima y democrática.
La mano —y la voz— del amo se podía percibir en los rostros y los movimientos de los adoradores de la violencia en grupo, describiendo una especie de hipnosis colectiva, mientras que su líder, con sonrisa de oreja a oreja, seguramente contemplaba a través de un monitor y bien protegido el desempeño de sus buenos y obedientes muchachos y muchachas.
Los padres fundadores de la patria, o al menos algunos de ellos, deben estar revolcándose en sus tumbas viendo cómo Trump pisotea la Constitución sostenido por una horda de fanáticos y 150 legisladores republicanos que han antepuesto sus intereses políticos a la democracia y al bienestar de la nación.
Bienvenidos a la nueva locura política estadounidense.
Y no es una película, desafortunadamente. Es, en todo caso, el rostro real de un país dividido, lo aceptemos o no. Se trata de las dos Américas que nacieron separadas, los restos de un país que nunca estuvo unido realmente después de la Guerra Civil. Quizá la unión fuera solamente un mito justificado por el discurso político a través de los años y los siglos. Pero como se ha visto hoy en Washington, ha habido siempre una división real en el campo de los hechos.
Que se produjera semejante espectáculo no era del todo inimaginable, pues el arribo de los fanáticos de Trump a la capital federal no auguraba nada bueno, sobre todo porque su violencia ha sido promovida y condonada por Trump con su febril y falsa idea de que le “robaron” la elección. Lo curioso es que pudieran irrumpir en el edificio con tanta facilidad, a pesar de las capas de seguridad imperantes. Uno que es ágil de mente y proviene de lugares donde los trabajos sucios se hacen desde adentro, se pregunta si los legisladores republicanos leales a Trump y encabezados por el vergonzoso senador de Texas, Ted Cruz, no tuvieron algún papel en facilitar el acceso de la turba al Capitolio.
De tal manera que las imágenes de violencia dicen mucho del temerario hecho de una división aún mayor. No nos sorprende, por supuesto, este ominoso espectáculo, porque hemos visto esta película una y mil veces en otras partes del mundo, sobre todo de donde provenimos, incluso en peores momentos y en no mejores situaciones.
Pero aunque es realmente interesante ser testigos de este nuevo capítulo en la historia de Estados Unidos –en este nuevo momento Americano – al mismo tiempo somos conscientes de la posibilidad de una exacerbación de la violencia contra las minorías, ahora desde diferentes frentes de la sociedad.
Es decir, debemos aceptar que el “trumpismo” no ha muerto.
Porque fue verdaderamente nauseabundo ver cómo al iniciarse el proceso constitucional, Cruz fue aplaudido como si fuera un héroe por escupir la Constitución y oponerse a la tradicional trasferencia democrática y pacífica de poder basándose en mentiras y en falsas denuncias de fraude electoral.
Los 150 republicanos que han promovido esta movida para evitar que se confirme el triunfo legítimo de Biden deben ser tratados como lo que son: unos traidores a la democracia. Y el Partido Republicano que creó el monstruo sin control que es Trump, ya pasará a la historia con esta enorme mancha de haber permitido que el falso libreto de la elección “robada” se saliera de control.
Y Trump, en Twitter, solamente se limitó a decir que se “mantuvieran pacíficos”, cuando ha sido él el principal promotor de la mentira del fraude, con el único fin de sacarle dinero a sus huestes, y el principal promotor de la violencia que caracteriza a sus fanáticos.
Es decir, en todo este zafarrancho se ve el imperioso deseo de un presidente que no quiere dejar el poder, no por defender a sus seguidores, ni mucho menos a su nación, sino por el terror que le debe producir dejar de tener el fuero constitucional y ser, con ello, juzgado por la justicia por los múltiples jucios que enfrentaría como ciudadano común. Ya se sabe que él usa a todos en su propio beneficio.
Con este bochornoso y violento espectáculo la presidencia de Trump ha tocado fondo, y con él una buena parte de la tradición democrática de Estados Unidos, que era considerado el experimento democrático más justo y sofisticado del planeta.
Con todo, hagan lo que hagan, el 20 de enero a mediodía Joe Biden juramentarؘá como el próximo presidente de Estados Unidos. Y si las cosas son como pintan, tendrá un Congreso demócrata.
Trump, sus huestes y la turba de legisladores republicanos que hace años empeñaron la decencia para servirle a un truhán pasarán a la historia como lo que son: malos perdedores capaces de traicionar la democracia si los resultados no los favorecen. Si tanto les disgusta la democracia, deberían considerar mudarse a alguna de las dictaduras que tanto defiende su líder Trump.
Rusia no estaría mal, para empezar.