En el ámbito del cambio climático, sabemos que las malas noticias se suceden unas tras otras.
El pasado fue el mes de junio más caliente en todo el planeta desde que comenzó el registro en 1850, con sus consecuencias de calor mortal, sequías, inundaciones e incendios forestales. Como vemos, julio es aún peor y cada día es un récord de alta temperatura.
Ningún país puede ignorar ya la urgencia de reducir drásticamente las emisiones causadas por combustibles fósiles y otros causantes de la crisis.
Afortunadamente, en el último par de años, hay señales de que estamos cambiando, que el mundo se ha unido de maneras sin precedentes para mitigar la emergencia climática y que quizás, a último momento, la humanidad pueda evitar las peores consecuencias de esta crisis.
Así, en el mundo, las energías renovables se convertirán en la principal fuente de electricidad del mundo para 2025 y el 90 % de la nueva demanda de electricidad estará cubierta por fuentes de energía limpia como la eólica y la solar, junto con la energía nuclear
Después de los acuerdos clave como el Protocolo de Montreal, el Protocolo de Kioto y el Acuerdo de París en el que casi todas las naciones acordaron controlar las emisiones y evitar el peligroso aumento de la temperatura global, el Plan de Implementación de Sharm el-Sheikh, resultado del evento celebrado en la península de Sinaí, en Egipto, en noviembre de 2022, estableció entre otras decisiones un fondo de compensación para que los países en desarrollo que son los principales damnificados, prevengan sus peores consecuencias. En noviembre tendrá lugar una cumbre climática de Naciones Unidas en Dubái, una reunión capaz de intensificar las medidas a escala mundial para resolver la crisis climática.
Y en Brasil, la deforestación en la selva amazónica disminuyó 68 % en abril comparado con el año anterior, una muestra de la abismal diferencia entre el presidente Lula da Silva y su predecesor, Jair Bolsonaro, quien estimuló la explotación salvaje del pulmón del planeta.
Por otra parte, las nuevas tecnologías, capaces de acelerar la transición a una economía no contaminante, se multiplican. En nuestro país, en 2022 se vendieron 982,000 autos eléctricos, 50% más que el año anterior. Son más populares y cuestan menos que antes. Cada semana anuncian un nuevo modelo y algunos de ellos muestran verdaderos avances, especialmente en la batería, que reemplazó al motor. Los gigantes automotrices anuncian su abandono del motor a combustión. Plantas generadoras de electricidad solar y eólica surgen por doquier. Hasta se construyen estructuras solares flotantes en océanos, lagos, presas o pantanos y paneles solares desmontables a lo largo de las vías de ferrocarril.
Y usando tecnologías ya existentes, se quiere reducir la contaminación del plástico en 80 % para 2040. Tecnológicamente, es posible; depende de si hay o no buena voluntad. Y hace mucho que sabemos que en esta economía de mercado, la buena voluntad se crea con las ganancias. Sin esa perspectiva, todo estaría en manos de gobiernos más o menos distantes de los intereses de la gente.
En Estados Unidos, las fuentes de energía libres de carbono producen ya el 40% de la electricidad del país.
Finalmente, John Kerry, el enviado especial del presidente Biden para el cambio climático, llegaba esta semana a Beijing para tres días de conversaciones para desarrollar modos de cooperación en el plano climático.
Algo crucial ya que son los dos mayores contaminadores – con el 40% del total global – y también quienes más invierten en energía renovable. Ambos se comprometieron a dejar de agregar emisiones a la atmósfera entre 2050 y 2060.
Pero el cambio más significativo se da en los corazones de la gente: el porcentaje de negacionistas del cambio climático en el país ha disminuido a su nivel más bajo, un 6%, según YouGov.
Parecería poco, pero es todavía tres veces más que en cualquier otro país donde se midió esta actitud.
Todo esto converge en un rayo de esperanza de que el mundo que dejamos a nuestros hijos no será peor que el que vivimos hoy. O al menos, no será tan malo, tan inhabitable, tan tóxico como pensamos que será.