La persistente complacencia de una parte de la izquierda latinoamericana con la dictadura castrista, que automáticamente deviene menosprecio por el pueblo de Cuba y sus disidentes internos, tiene un sello ideológico tan desfasado como ilusorio.
El anticapitalismo de los Castro
Diría que una mayoría, sobre todo la “carnívora” –que es diferente a la “vegetariana” socialdemócrata– considera que el anticapitalismo de los hermanos Castro –que en dos semanas cumplirán 52 años en el poder– es suficiente para perdonarles todo lo que hagan, y piensa que quienes nos marchamos al exilio somos resentidos ingratos que sangramos por la herida.
Hay casos asombrosos como el de Lula da Silva de Brasil, quien se comporta como presidente de Brasil como un demócrata, pero luego viaja a Cuba a abrazarse con los Castro. En su última visita, mientras se desternillaba de la risa con ambos tiranos era sepultado en el oriente del país un prisionero político negro y pobre, que murió en la huelga de hambre que hizo en protesta por las palizas que recibía en la cárcel.
Pero no se trata de evaluar a Lula, sino la corriente socializante que anida aún en una parte de la intelectualidad y sectores políticos latinoamericanos de izquierda, y otros no tan socialistas pero que siguen sonriéndole a los Castro. Por ejemplo, Gabriel García Márquez, el uruguayo Eduardo Galeano, la guatemalteca Rigoberta Menchu, los argentinos Hebe “Kika” de Bonafini y Adolfo Pérez Esquivel, el cantante boricua Ricky Martin, o ciertos diputados del Partido de la Revolución Democrática (PRD) de México, del FMLN de El Salvador, o el gobierno en pleno de España.
Eso sin contar a chavistas, evistas, correístas, sandinistas y otros istas.
Todo anhelo de justicia social es plausible. Y creo coherente rechazar el “capitalismo salvaje”, que el ex presidente del Banco de Reserva Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan, denomina la “exuberancia irracional de los mercados” y que provocó la burbuja hipotecaria y bursátil que al explotar causó la crisis económica que aún padecemos .
Lo que pasa es que rechazo con más fuerza el socialismo (léase comunismo), no porque me disgustara teóricamente, sino porque viví 36 años en el comunismo y me consta que lejos de ser solución para los problemas socioeconómicos es lo peor que le puede pasar a un país, en un tú a tú con el fascismo.
En todo caso, los complacientes con el socialismo castrista deberían más bien echarle un vistazo antes al modelo social escandinavo, el mismo que rechazaron Lenin y los bolcheviques en 1903 en un congreso en Londres en el que se separaron de los socialdemócratas moderados (mencheviques) encabezados por Julius Martov, lo que dividió en dos al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso.
Un siglo después el socialismo marxista y bolchevique yace en su sepulcro del Kremlin y el menchevique goza de excelente salud en Escandinavia y en otros países de Europa. Llámese “Estado del Bienestar General”, “Capitalismo de Estado” o “ Capitalismo Popular”, lo cierto es que los 5 países nórdicos (Suecia, Finlandia, Noruega, Dinamarca e Islandia) han alcanzado un alto nivel de desarrollo sin grandes contrastes sociales y económicos, algo inédito en el resto del mundo, con excepción de Suiza, Holanda y Luxemburgo.
Pero ojo, no estamos hablando de socialismo, ni de “capitalismo salvaje”, ni tampoco de una hibridación de ambos sistemas como dicen algunos.
Se trata de un régimen capitalista que cuenta con un Estado grande y regulador que tiene una extensa agenda social gracias a los elevados impuestos que recauda de los “burgueses”.
O sea, no impera allí el liberalismo económico tipo estadounidense, sino lo que podríamos llamar una socialdemocracia “pura” que sin renunciar al libre mercado y con las reglas del juego de la pluralidad democrática –como le insistía Ferdinand Lasalle a su amigo Carlos Marx y por eso el segundo rompió dicha amistad–, ha echado raíces en Escandinavia desde la II Guerra Mundial.
Prisioneros de utopías
A decir verdad, los apologistas del socialismo marxista y el castrismo son prisioneros de proyectos sociales idílicos, utopías que aunque ya se sabe son inviables muchos continúan soñando con ellas.
Durante milenios los seres humanos de buena voluntad han soñado con una sociedad perfecta. ¿Pero es el socialismo esa sociedad perfecta?
Tales sueños son entendibles cuando no se sabe cómo se comportan esas utopías al ser llevadas a la práctica. En Latinoamérica esa ingenuidad “onírica” podría comprenderse si aún pudiera creerse que el fracaso del socialismo real ocurrió en Europa y en Asia (China y Vietnam lo están desmontando poco a poco) debido a «errores» y «aberraciones” de sus dirigentes. En ese caso podría considerarse a nuestra región como una doncella virginal que sigue soñando con su príncipe azul, en este caso encarnado por el socialismo marxista.
Pero Latinoamérica ya no es virgen. Ahí está Cuba soltando los pedazos por el Caribe, en la ruina total. En 1958 duplicaba el ingreso per cápita de España y hoy según la ONU es el país más pobre y tecnológicamente atrasado de la región luego de Haití, con un régimen represivo, corrupto e inepto, que sólo sobrevive por los subsidios que le envía el morón de Hugo Chávez.
Semejante cataclismo en Cuba no fue causado por “errores” al aplicar la doctrina marxista-leninista, ni su fracaso en Europa fue por “desviaciones”. El “invento” de Marx al ser llevado a la práctica durante casi un siglo mostró que no funciona y que además es inhumano, pues costó la vida, por hambre o ejecutados –documentadamente–, a unos 100 millones de personas. Tanta sangre no se la imaginó nunca ningún utopista. Ni siquiera los jacobinos durante el período del Terror en la Revolución Francesa.
O sea, en Latinoamérica el himen ideológico socialista pasó a mejor vida al iniciarse las nacionalizaciones en Cuba en octubre de 1960 e instaurarse la “dictadura del proletariado” y del partido único poseedor de la verdad absoluta, que Marx juraba no existe.
Qué fue bueno del castrismo
¿Encontrar algo positivo al castrismo? Lo único en 52 años ha sido la Campaña de Alfabetización en 1961 y las represas en los ríos. Porque la educación, la salud y el deporte anda ahora sumergido en una crisis pavorosa. Y para alfabetizar y construir embalses no hacía falta un régimen comunista.
¿Qué de positivo tuvo Pol Pot?
¿Es razonable destacar algo positivo en medio del tsunami provocado por la tiranía castrista?. ¿Qué de positivo puede encontrarle un judío al nazifascismo, o un cambodiano a Pol Pot? Seguramente algo deben haber tenido, pero ¿viene al caso mencionarlo?
Aunque estén saturados de propaganda castrista y verdades a medias recibidas de los corresponsales rigurosamente censurados en La Habana, pienso que en el mundo se debiera dar credibilidad al menos al hecho de que el 99% de los casi dos millones de cubanos que han tenido que abandonar la isla –y que le expropiaron todo lo que poseían por irse del país– son categóricos en calificar de infierno al “paraíso socialista” isleño.
Más de medio siglo
Pero con honrosas excepciones, en Latinoamérica, Estados Unidos, el Vaticano, Europa o la comunidad mundial en general no interesa mucho la desgracia cubana, o que los Castro sean los únicos dictadores en la historia moderna que han tiranizado un país por más de medio siglo.
Por eso los cubanos nos sentimos solos, muy solos. Tanto como los 16 millones de kurdos que viven en pedazos de Turquía, Iraq, Siria, e Irán, soñando con su Kurdistán perdido y sin que nadie se acuerde de ellos.