A mediados de 1975 le pregunté a Blas Roca, el líder histórico de los comunistas cubanos desde los años 30, cuál Constitución había sido más trabajosa y difícil de redactar, si la aprobada en 1940 en la que él había participado decisivamente, o la que estaba en sus retoques finales para ser aprobada en breve y cuya comisión de redacción él presidía.
Blas, que estaba acompañado de su esposa Dulce en el salón de protocolo del aeropuerto internacional de La Habana mientras esperábamos la llegada de un alto dignatario de Europa del Este, con su sonrisa ancha y relajada habitual me respondió que las circunstancias de la confección de ambas constituciones habían sido muy diferentes.
Me dijo que en 1940 cada párrafo o punto importante tuvo que ser negociado “larga e intensamente con los miembros burgueses” de la Asamblea Constituyente. “Sin embargo, –agregó– esta de ahora es más trabajosa porque no queremos copiar de nadie, pero a la vez tenemos que tomar en cuenta las constituciones y las experiencias de otros países socialistas; por ejemplo la de Checoslovaquia nos ha sido muy útil.”
Vale aclarar que la Constitución Socialista de Cuba no fue elaborada por una Asamblea Constituyente elegida democráticamente por el pueblo –como se hizo en 1940 y como se hace en todo el mundo–, sino por una comisión nombrada a dedo por Fidel Castro, quien designó a Blas Roca como su presidente.
Esa comisión no democrática redactó secretamente el texto, que aprobado luego en febrero de 1976 en un plebiscito fulminante se convirtió en la única Constitución comunista en la historia de las Américas y estableció un sistema político cuyo presidente no es elegido por el pueblo, sino por un Consejo de Estado controlado por el Partico Comunista (PCC), una práctica copiada de la Unión Soviética y sus satélites. O sea, que el pueblo de Cuba nunca ha votado por Fidel o por Raúl Castro, quienes dirigen el país desde 1959.
Traigo por lo pelos esta anécdota porque Blas Roca no sólo fue el artífice –sin ser jurista– de la actual “Constitución Socialista” de Cuba, sino también el autor del libro por el que fueron adoctrinados masivamente los cubanos: “Fundamentos del socialismo en Cuba”, que escrito en 1943 se convirtió en libro de texto obligado en las llamadas Escuelas Básicas de Instrucción Revolucionaria (EBIR), a la cual tuvieron que asistir más de 600,000 personas –según datos oficiales– desde 1961 hasta 1968 en que fueron disueltas, cuando ya se impartía marxismo en todos los niveles de enseñanza.
Tan pronto Fidel Castro proclamó el carácter comunista de la revolución, el 16 de abril de 1961, emprendió la más impresionante campaña de lavado cerebral de todo un pueblo jamás conocida en Occidente. Ese día, víspera del desembarco de una brigada de cubanos por Bahía de Cochinos, armada por EEUU pero abandonada por el gobierno de John F. Kennedy a la hora del combate, Castro dejó de fingir y admitió el carácter marxista de “su” revolución. Y en caliente, al mes siguiente, se crearon las EBIR.
‘Solución a todos los males…’
“Fundamentos del socialismo en Cuba”, según escribió el propio autor en la introducción del libro, no fue escrito con pretensiones académicas, sino como “arma de combate”.
“Siceramente –explicó Blas–, proclamamos en nuestro programa que defendemos la liberación nacional y que aspiramos al socialismo como fórmula última de solución a todos los males de la patria. Exponiendo las ideas básicas del comunismo aspiramos a eliminar el ‘coco comunista’ de los reaccionarios”.
Con una marcada manipulación de la historia de Cuba, y aprovechando la coalición de la Unión Soviética con Occidente para combatir al nazifascismo, el libro fue un instrumento para difundir en Cuba las ideas marxistas, influir en los sindicatos para controlarlos, y reclutar militantes, tarea clave para la dirigencia estalinista cubana, pues dicha organización no era popular y tenía una membresía muy reducida.
La idea central del libro era que el bienestar económico del pueblo cubano era imposible si no se realizaba una “revolución nacional-liberadora y antimperialista”, y se expropiaba a la “burguesía nacional”, para emprender la construcción del socialismo, régimen “más justo y avanzado” que solucionaría todos los problemas de Cuba y la transformaría en el paraíso en la Tierra que todavía hoy proclama el himno de La Internacional Comunista.
Recuerdo que cuando en marzo de 1962 me “tocó” como trabajador bancario ir a una EBIR, ubicada en la azotea del Capitolio Nacional, el profesor, Leandro Guaty, en la mañana se guiaba por el libro de Blas Roca, el cual en la tarde todos debíamos estudiar y debatirlo en 3 equipos de 10 alumnos cada uno con un “orientador”, uno de los cuales era yo.
El otro texto en las EBIR era “La historia me absolverá”, el proyecto nacionalista escrito por Castro para su autodefensa en el juicio por el asalto al cuartel Moncada en 1953, pero con una reinterpretación socializante y sublimada, para hacer de dicho documento el Génesis bíblico de la revolución castrista.
¿Para qué sirvieron aquellas enseñanzas idílicas? Pues básicamente para inducir a muchos cubanos a apostarle al caballo equivocado y apoyar un sistema inviable, incapaz de generar riquezas y que pisotea los derechos humanos y las libertades individuales tanto o más que los regímenes fascistas.
Hoy Cuba está arruinada y suelta los pedazos poco a poco. Su pueblo está sumido en la pobreza y en el atraso social y tecnológico, como si hubiese regresado a la Edad Media. Una nación que en 1958 tenía un ingreso per cápita que duplicaba al de España, e igualaba al de Italia y al de Chile.
Cuba y Chile ¿qué pasó?
Precisamente Chile es un ejemplo elocuente para Cuba. En 1958 ambos países tenían un Producto Interno Bruto (PIB) casi igual ($2,360 millones Cuba, y $2,580 millones Chile), y un PIB per cápita de $356 en Cuba y $360 en Chile.
Medio siglo después Chile, que no sólo no “expropió a la burguesía”, sino que es el país más neoliberal de Latinoamérica, tuvo en 2009 un PIB de $244,000 millones, y en la Cuba socialista también el año pasado fue de $19,000 millones, o sea, 13 veces inferior, según el Consejo Económico y Social de la ONU (ECOSOC).
El ingreso per cápita de los chilenos en 2009 fue de $14,400 dólares y el de Cuba fue de 1,696 dólares, el más bajo de la región si se excluye a Haití. El año pasado la nación austral exportó bienes y servicios por $54,943 millones y Cuba no llegó a los $4,000 millones, 14 veces menos.
El Chile capitalista y liberal ya fue invitado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) para que ingrese en dicha entidad, que agrupa a las 36 economías más desarrolladas del mundo. La Cuba comunista, en tanto, según el ECOSOC es el país más pobre del continente americano, luego de Haití.
¿Qué pasó en este medio siglo? La respuesta se la dejo a los lectores, que me dirán cuál sistema socioeconómico funciona mejor.
Seguramente muchos de mis estimados colegas de aquellos tiempos del romanticismo revolucionario concuerden conmigo –en forzoso silencio– en que el panfleto de Blas Roca fue la versión cubana de la “Gran Estafa” que plasmara el peruano Eudocio Ravines en su libro homónimo sobre el estalinismo. No fue un soporte teórico para el desarrollo de Cuba, sino para destruirla y erigir sobre sus escombros la primera sociedad medieval en América, afincada en señores feudales y siervos de la gleba tropicales.
Sin duda Blas Roca erró en el título. Debió titularlo “Fundamentos del Feudalismo en Cuba” y hasta podría haber ganado el Premio Nobel de Economía por tan colosal fórmula para retroceder en el tiempo .