¿Invertir en Cuba? ‘Yo, extranjero, maestra’
Cuando leí las primeras informaciones sobre la nueva ley cubana para la inversión extranjera me acordé de un cuento de Pepito. La maestra le pregunta a varios alumnos qué quieren ser cuando sean adultos.
“Médico”, dice uno. “Ingeniero”, responde otro. “A ver Pepito, ¿y tú qué quieres ser? “; “Yo, extranjero, maestra.”
Y es que en Cuba rinde más beneficios ser extranjero que cubano. Kafka no pudo imaginarse algo así. Un forastero en la isla tiene todos los derechos del mundo, incluidos los de invertir capital, importar y exportar mercancías y servicios, y hacerse muy rico. Todos los nacidos fuera del país viven en residencias magníficas y personal de servicio, disponen de clínicas, tiendas y talleres automotores, clubes y muchos otros privilegios.
El cubano de a pie, con un salario promedio de 25 dólares mensuales y una cartilla de racionamiento de alimentos cada vez más reducida, no tiene derecho a nada. Ni siquiera a decir lo que piensa de dicho contraste. Antes de 1959, los inmigrantes españoles adquirían enseguida la ciudadanía cubana, pues obtenían muchas ventajas.
Hoy, los cubanos quieren ser españoles.
Lo peor es la hipocresía con la que el régimen justifica esa ausencia de derechos ciudadanos, sobre todo en materia económica y empresarial. Según el Ministerio del Comercio Exterior y la Inversión Extranjera, los cubanos residentes en la isla no pueden invertir en el país porque carecen de capital.
¿Y por qué no tienen capital? La sahariana sequía financiera se precipitó sobre la isla el 13 de octubre de 1960, cuando el mismo gobierno marxista-leninista actual confiscó y estatizó todas las empresas privadas y los bancos de la nación. Y se tornó químicamente pura desde el 13 de marzo de 1968 con la estatización o desaparición de los 57,280 pequeños negocios que aún funcionaban.
No obstante, si nos atenemos a la semántica de la lengua española la explicación del ministerio citado significa que ahora con la nueva ley de inversiones si los cubanos en la isla tuviesen capital, o lo consiguiesen, podrían invertirlo.
¿Puede un cubano residente en Marianao, por ejemplo, montar una pequeña fábrica de hacer muebles, o de zapatos, o adquirir camiones para transportar productos agrícolas si tiene familiares en España, digamos, que le puedan prestar dinero o conseguirle un préstamo bancario?
No puede. Los “Lineamientos” del VI Congreso del Partido Comunista establecen: «No se permitirá la concentración de la propiedad en personas jurídicas (negocios privados) o naturales» (individuos). O sea, en Cuba está prohibido crear capital. Excluyendo al de Corea del Norte, no hay en la Tierra otro gobierno que impida a sus ciudadanos crear riquezas, acumular capital y progresar.
Uno de los factores que hizo inviable el experimento social diseñado por Carlos Marx fue que éste ignoró a Adam Smith, el fundador de la economía política moderna. En “La riqueza de las naciones” (1776), el economista escocés precisó: “Es sólo por su propio provecho que un hombre emplea su capital en apoyo a la industria (…) En esto está, como en otros muchos casos, guiado por una mano invisible para alcanzar un fin que no formaba parte de su intención (…) Al buscar su propio interés, el hombre a menudo favorece el de la sociedad mejor que cuando realmente desea hacerlo”.
O sea, por instinto natural todos los seres humanos buscamos un claro beneficio personal, pero a medida que lo logramos automáticamente se beneficia toda la sociedad. La riqueza material de una nación no es más que la sumatoria de las riquezas creadas por los individuos. Para decirlo con palabras del sabio griego Arquímedes, el sector privado es la palanca que mueve la economía, al menos en este planeta.
¿Tan cubana como las palmas?
Al prohibir a los cubanos crear riquezas libremente, la revolución “ tan cubana como las palmas”, como la calificaba Fidel Castro (y me acuerdo bien de eso), es lo más anticubano y antipatriótico que ha existido nunca en la historia de la república.
El ministro cubano del ramo, Rodrigo Malmierca, hizo aún más evidente el desprecio castrista por el pueblo cubano y su bienestar al declarar: “Cuba no irá a buscar inversión extranjera a Miami. La ley no lo prohíbe, la política no lo promueve».
Lo primero que hicieron China y Vietnam cuando se despojaron de sus dogmas y musarañas ideológicas e iniciaron reformas económicas de mercado fue no sólo abrir las puertas sin trucos al capital foráneo, sino estimular la inversión directa de sus ciudadanos residentes en el extranjero.
Y en ambos países ha mejorado ostensiblemente el nivel de vida. China es hoy la segunda economía mayor del mundo. Y la de Vietnam se expande a un ritmo superior al del resto de las naciones asiáticas, gracias a que ya no sigue las “enseñanzas del Tío Ho” ( Ho Chi Minh). En 2013 ese país recibió más de 20,000 millones de dólares en inversiones extranjeras directas (IED). Solo Japón invirtió $5,000 millones, y $4,000 millones Corea del Sur.
El régimen cubano dice que quiere captar entre 2,000 y 2,500 millones de dólares anuales. Pienso que esa cifra surgió de un vistazo a las estadísticas de la CEPAL sobre la IED que captaron los países latinoamericanos más pequeños que Cuba en población. Panamá en 2012 recibió $3,020 millones, Costa Rica, $2,265 millones; y Uruguay, $2,710 millones. El promedio para esos tres países fue de $2,665 millones, cosa que encaja con el deseo castrista.
Pero no se fijaron en un “detalle”: Venezuela, con 30 millones de habitantes, recibió $3,216 millones, para un per cápita de $107, en vez de los casi $800 de Panamá. Y Perú, con igual población que la venezolana, captó $12,240 millones, cuatro veces más que Venezuela con su populismo socializante.
Por cierto, Chile en 2012 obtuvo $30,323 millones de IED, para un per cápita de $1,742. Y los empresarios chilenos invirtieron en el extranjero $21,090 millones. Es decir, el país más liberal de Latinoamérica ya es gran exportador de capitales. Y ojo, Cuba y Chile en 1958 tenían economías de igual tamaño y un ingreso per cápita casi idéntico.
No captará mucho capital
No creo que Cuba pueda obtener siquiera la décima parte de los capitales captados por Panamá mientras gobiernen los Castro. El capital no tiene ideología y va a donde se cumplen al menos tres condiciones: garantías legales a la propiedad y la operatividad de la compañía, seguridad de que obtendrá un rápido retorno en ingresos que cubran el monto de la inversión realizada, y la existencia de un mercado, interno o externo, que prometa buenas ganancias . El régimen no ofrece ninguna de ellas.
Además, el mayor emisor de IED en Latinoamérica es Estados Unidos y mientras el castrismo continúe pisoteando los derechos humanos y no conceda libertad económica y política a sus ciudadanos, el embargo de EE.UU seguirá vigente. Ni capitales estadounidenses, ni cubanoamericanos, irán a la isla.
Ante el peligro de perder los subsidios venezolanos, nada hace La Habana con reducir los impuestos al capital extranjero si el país no tiene credibilidad alguna en el mundo financiero y empresarial internacional. Cuba desde mediados de los años 80 no paga siquiera los intereses de su descomunal deuda externa de más de $60,000 millones, mayormente contraída como créditos para importar mercancías que nunca pagó. Y hoy cada bebé que nace en la isla le debe al mundo 5,357 dólares, con mucho el mayor per cápita deudor de América Latina.
Por otra parte, el Estado periódicamente deja de pagar sus compromisos comerciales con los inversionistas y empresarios que radican en territorio cubano, por “falta de liquidez”. Por tal historia clínica financiera Cuba hace rato no recibe créditos de la banca internacional.
La credibilidad financiera sólo se logra jugando limpio y con leyes que protejan al capital extranjero contra las arbitrariedades de la nomenklatura comunista y el generalato empresarial, a los cuales, para colmo, está obligado a asociarse todo inversionista foráneo.
Por último, Cuba no tiene un mercado interno y encima cuenta con dos monedas. Una de ellas, con la que se pagan los salarios, no vale nada, y la masa circulante de pesos convertibles (CUC) es insuficiente. O sea, si un inversionista extranjero produjese arroz sólo obtendría ganancias suficientes si lo exporta, o se lo vende al Estado en moneda extranjera. ¿Qué gana el país con este reciclaje, salvo quizás pagar un precio más bajo que si lo importa de Vietnam o China?
Y, sobre todo, cuánto pierde el país por no aprovechar las energías creadoras de los cubanos y sus ansias de dejar atrás la pobreza ya cincuentenaria.
¿Invertir en Cuba? ‘Yo, extranjero, maestra’.