La culpa la tiene el Barón Haussmann y sus diagonales con fines defensivos urbanos.
Por más que la forma se vaya presentando en tiempo y espacio mientras uno se desplaza a través de la calle, el sentido de la orientación se pierde, tal vez porque la finalidad sea perder la noción de la realidad y del entorno.
Sentado en mi cómoda silla mientras espero la siguiente carrera veraniega, volteo al cielo y me percato de que una densa nubosidad no me permite ver el astro rey.
Me pregunto hacia dónde serán los cuatro puntos cardinales que me muestran en los mapas.
Si salgo a la calle en este momento, no se cómo orientarme desde esta zona. La altura de los edificios y los grandes árboles no me permiten ubicar el sol, que siempre ha sido mi punto de referencia para orientarme, pero aún cuando lo pueda localizar, me costaría trabajo determinar la trayectoria y por ende, encontrar el norte.
La traza urbana actual me señala la existencia de una trama numerada y dividida en cuatro, que debería ser de fácil comprensión y orientación para cualquier despistado que circula por la urbe.
Pero no es así. El plano me muestra vías torcidas en todas direcciones y me ponen a pensar que deberían utilizar mejor ocho puntos cardinales en lugar de cuatro.
– Si el eje central rige los ejes oriente y poniente, ¿cuál es el eje rector de los ejes norte y sur? – pregunto constantemente a los oriundos.
– ¿Me puedes repetir la pregunta? – me contestan con cara de no saber que les estoy preguntando.
– No existe. ¿Pero a poco el eje central determina los del oriente y el poniente? – me responden otros sin estar convencidos de su respuesta.
– Entonces, ¿no hay eje cero de oriente a poniente como el eje central? – vuelvo a preguntar y sólo recibo un silencio como respuesta.
– Pero, ¿si saben hacia donde está el norte y el sur, verdad? – termino por preguntar antes de que decidan cambiar de tema.
Tomo mi mapa y me quedo atrapado entre el Eje 2 Sur y el Eje 1 Norte. No hay Eje 1 Sur, ni Eje Cero para hacer otra división en dos de la ciudad.
Pero formas simples sobran para orientarme en este monstruo.
Tengo que ubicar desde lo alto de mi nido, un punto de referencia cuya orientación me presente las posiciones buscadas.
Y allí está, entre dos edificios, la Torre Latinoamericana, mostrando sus cuatro caras, ubicando y disparando el eje central hacia el norte y sur.
Así es como puedo sentir por donde sale y entra el sol, saber hacia donde me dirijo y poder establecer mi propio centro.
Costará trabajo aprender toda la trama que compone este mapa gigantesco, pero para todo hay tiempo.
Comienza a llover y suspenden las carreras. Intento girar imaginariamente mi posición en el hipódromo, pero creo que el padre de mi capilla me dirá que eso es del diablo.