Es curioso venir al Hipódromo de México a ver carreras de caballos. Esos mismos animales que nos sirven para transportarnos, forman parte del entretenimiento ocioso de nuestras vidas.
Para un norteño foráneo como yo, resulta de lo más práctico tener sólo un caballo para moverse de un punto a otro, apartado de las complejidades de los vehículos de tiro, de la pomposidad de las carrozas, carruajes, diligencias, carretas y calandrias.
Me pregunto como se moverá la Condesa de Miravalle dentro y fuera de la ciudad.
No hay ciudadano de esta capital que si te ve cara de foráneo, no te pregunte si ya te subiste al metro de la ciudad.
Afortunadamente a unas cuantas calles de mi casa tengo la estación Chilpancingo de la línea 9, que me pone al alcance de la mano el sistema.
Al adentrarme a la estación veo el mapa del sistema para ver llegar a mi destino. Desde la línea color chocolate en que me encuentro es fácil acceder a muchos de los puntos a los que me muevo regularmente.
Me entero que el sistema acaba de cumplir 41 años el pasado día 4, así que pongo a color naranja, chilango, chocolate, metro, hipódromo, Chilpancingo, trabajar un rato mi lado creativo y alucino algunas palabras rimbombantes para el simbólico metro chilango.
Arterias color naranja entretejen la ciudad.
Torrentes de vidas que te atraen.
El de la circulación constante.
Donde eres uno o nada.
Aliento cálido que va y viene.
De voces enmudecidas por nuestro pasos.
Del andén expectante o del riel vacío.
De la cara que está pero su mente vuela.
Aviso de llegada, de salida y entrada.
Contacto sutil del compañero de espacio.
Del instante congelado por la mirada.
Antes de perderse en su propio mundo.
El silencio se rompe en cualquier momento.
Con la voz que vende o la música de moda.
La del ingenio que palpita acelerado.
El mercado de los segundos entre estación.
Tren del tiempo y del espacio.
Vagones de almas que palpitan.
Irrigando con gran fuerza.
Al verdadero corazón de la ciudad.
Llego a mi destino antes de lo planeado, así que tengo tiempo de revisar y corregir, antes de regresar a la realidad después de ese pequeño escape, a gran velocidad.
Mejor dejo de pensar en las formas de transportarse, porque me pierdo pensando en cómo se moverá la gente de estas tierras en el futuro. Sólo espero no sea en aurigas, como en mi pueblo, tiradas más por burros que por caballos.