Mientras limpio el cuarto de visitas pienso en lo mucho que acumulamos con el tiempo. Esta recámara tiene más de un año y medio convertida en una oficina improvisada, con una mesa plegable como escritorio y una cama a medio tender que cumple la función de archivero de los documentos por guardar y los que no sabemos dónde poner. Hoy nos sacudimos 19 meses de soledad.
Nos emocionamos por las fiestas decembrinas y las visitas, nos imaginamos la sala llena en el Día de Acción de Gracias y nos sentimos un poco más cerca de la normalidad. Qué bonito se siente el anhelo y no la nostalgia. Nos pinta sonrisas en el rostro, de esas que salen al natural, con los recuerdos y con las ganas. Los nuestros podrán venir a casa y nosotros estamos ansiosos por recibirlos.
El gobierno de Estados Unidos anunció que en noviembre se eliminarán las restricciones de viajes no esenciales para los extranjeros que estén vacunados. Hay poco detalles aún. Los funcionarios de la Casa Blanca dejaron cabos sueltos: qué vacunas serán permitidas, qué tipo de comprobantes serán aceptados como válidos, cuándo exactamente se reabrirá la frontera, qué pasará con los menores que aún no están vacunados, si se necesitará prueba negativa y muchas otras cuestiones más. Ya vendrán las respuestas.
Los que somos fronterizos entendemos la magnitud de un cierre que se prolongó hasta parecer no tener fin. Primero fue la desesperación y luego llegó la resignación. Ahora, con el anuncio de la Casa Blanca, se revive la esperanza.
Las ciudades fronterizas del lado estadounidense se volvieron opacas y silenciosas; las del lado mexicano, vibrantes. Se desajustó la balanza. Para que la frontera vuelva a su estado natural tiene que retomar el cauce turístico. Unos van y otros vienen, unos gastan y otros invierten, pesos y dólares, ida y vuelta. Y es en ese estira y afloja que algunos comercios estadounidense podrán librar la crisis en la que están ahogados desde que cerró la frontera. Pronto, los turistas sonorenses, en el caso de Arizona, serán la vacuna a la depresión que se siente del otro lado. Ellos vienen a convertirse en el motor económico de un vehículo que estuvo tirado, sin moverse, por más de un año.
En marzo de 2021, cuando el presidente Trump anunció las restricciones fronterizas por la pandemia, pensamos que sería temporal. Yo creí que se trataría solo de un par de semanas, que los niños regresarían a la escuela y nosotros a la oficina. No me imaginé el encierro, la soledad, la falta de abrazos, las calles desiertas y las luchas sociales que vendrían en el aislamiento. Juré que no duraría tanto y me equivoqué.
Con el tiempo fui aceptando las prórrogas y hasta cierto punto justificándolas. Compensé la carencia de visitas con viajes a México, para estar cerca de los míos. Ahora ellos podrán venir también. Será como intentar recuperar la vida que intentamos poner en pausa por un año y medio. No pudimos. El tiempo y la pandemia nos atropellaron. Pero aquí estuvimos, estamos y estaremos. ¡Estamos listos!
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