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Cuadernos de la Pandemia / EE UU: La pobreza y la falacia del “sueño americano”

¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí la sed,
hasta aquí el agua?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el aire,
hasta aquí el fuego?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el amor
hasta aquí el odio?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre,
hasta aquí no?
Sólo la esperanza tiene las rodillas nítidas.
Sangran.
              —Juan Gelman, poeta argentino

Lo último que puede imaginarse un espectador foráneo y poco informado es que en los Estados Unidos, la tierra de la abundancia y la prosperidad, haya más de 40 millones de personas viviendo en la pobreza, de las cuales 20 por ciento viven en extrema pobreza. En general, las únicas noticias e imágenes ocasionales de este drama en los medios de comunicación y las redes sociales son las que se refieren a los habitantes de la calle, los sin techo, que en el país suman más de medio millón de personas. Es una realidad que no se puede ocultar. Ocurre a plena luz del día y bajo los faros de la noche en los centros y autopistas de las grandes ciudades. Pero estos habitantes de la calle son apenas la cara más visible y descarnada de la lucha por la supervivencia diaria que se agazapa en más de 51 millones de hogares (1) en barrios, edificios de apartamentos y zonas rurales, donde la mirada pública no tiene entrada o tiende a ser indiferente y ciega. En esos espacios conviven la pobreza crónica, el hambre, las dificultades para obtener servicios médicos asequibles, la falta de condiciones para evitar ser empujado fuera del sistema escolar, el enorme costo de la vivienda, el temor al desalojo, y el masivo e impagable endeudamiento de decenas de millones de personas con los bancos e instituciones financieras.

No es que la pobreza de millones de personas en los Estados Unidos sea algo nuevo o solo el producto de las actuales políticas neoliberales, así estas hayan magnificado aún más el impacto devastador para muchos del capitalismo caníbal. El despojamiento físico y territorial y la consecuente marginación a que han sido sometidos millones de personas desde los orígenes de la nación, están reseñados en estudios que se inician a partir de finales del siglo 19, como lo recogen en parte los sociólogos William J. Wilson y Robert Aponte en su extensa bibliografía anotada “Pobreza urbana: Una revisión histórica actualizada”(2). Este, junto a otros trabajos editados por Wilson en The truly disadvantated: The inner-city, the underclass, and public policy (Los verdaderos desaventajados: El centro de la ciudad, la clase baja y la política pública), exponen el rol que juega la raza en las oportunidades de educación, empleo y vivienda en las ciudades estadounidenses. Entre esos estudios pioneros se destaca el realizado entre 1896 y 1897 por el historiador, sociólogo y escritor afroestadounidense W.E.B. Du Bois. En él, Du Bois hace una detallada descripción de la alienación y pobreza de la población negra en el Distrito Séptimo de la ciudad de Filadelfia, con estadísticas puntuales del número de personas, lugares de vivienda, negocios, actividades e ingresos. El estudio se convirtió desde entonces en una referencia para las ciencias sociales y los sucesivos censos gubernamentales (3).

Uno de los primeros presidentes en reconocer las profundas desigualdades en la sociedad norteamericana fue John F. Kennedy, aunque en la práctica fue su sucesor, Lyndon B. Johnson, quien en su célebre discurso sobre el estado de la nación el 8 de enero de 1962 declaró la guerra frontal contra la pobreza. Johnson propuso e implementó la Ley de Oportunidades Económicas a través de la cual se establecieron diversos programas, entre ellos Voluntarios al Servicio de los Estados Unidos (VISTA), que ha funcionado como una versión nacional de los Cuerpos de Paz. Dos años después se empezó la distribución de cupones de alimentos y al año siguiente se estableció el seguro de salud federal Medicare para la atención médica de personas de ciudadanos o residentes mayores de 65 años y el seguro estatal Medicaid para dar acceso a los servicios de salud a individuos y familias de bajos ingresos. Estos y otros programas federales y estatales, a la par con numerosas organizaciones humanitarias sin ánimo de lucro, han estado al frente de esta batalla contra la pobreza.

Sin embargo, pese a todo este esfuerzo, la disminución efectiva de la pobreza no ha tenido efectos significativos en muchos de los sectores más necesitados, por diversas razones de fondo. Una de ellas es que, a semejanza del Nuevo Pacto (New Deal) de Roosevelt de la década de los 30, siguió privilegiando primariamente a las poblaciones blancas empobrecidas de las zonas rurales y luego de los centros urbanos. Además de este sesgo racial, la inmensa mayoría de estas leyes e iniciativas parten de un patrón asistencialista/paternalista, de arriba hacia abajo, que se muestra resistente a la hora de producir cambios estructurales. Por el contrario, han acentuado la perpetuación de un modelo de dependencia y subalternidad, con ausencia de condiciones de progreso para la inmensa mayoría de personas que provienen de sectores históricamente marginados y racializados como los afroestadounidenses, los latinos, indígenas y minorías blancas no hispanas de estratos sociales bajos.

La pobreza de vastos sectores poblacionales de Estados Unidos resulta doblemente repudiable por ser el país con mayor riqueza acumulada en la historia y porque ni las iniciativas del gobierno ni de las organizaciones privadas se dirigen a resolverla integralmente. El término “sueño americano” (American Dream), acuñado en 1931 por el historiador James Truslow Adams en su libro La épica de América, significó originalmente distintas cosas, incluyendo de manera vital los valores espirituales, llegó a ser entendido como el progreso personal, resultado del esfuerzo en el trabajo, el agenciamiento individual y la meritocracia, definidos ante todo como prosperidad económica. Pero, como se demuestra a través de estudios, libros y la vida diaria, tal sueño no es concebido como una aspiración inclusiva para todos. La historia del tejido social, político y económico nacional revelan, en cambio, un sistema de racialización y subyugación que desde sus orígenes ha favorecido a los que son percibidos o considerados como eurodescendientes, y en particular a los noreuropeos (esto es, los “verdaderos” estadounidenses), en contraste con las comunidades racializadas.

La deconstrucción de la fantasía del sueño americano (prosperidad económica e inclusión social gracias a “las habilidades y hazañas” de cada uno, como dijo Truslow Adams), empieza por entender que los Estados Unidos no llegó a ser la nación más rica del mundo debido al esfuerzo y al trabajo honesto y honorable de los colonos ingleses y sus descendientes. Por el contrario, ocurre por la invasión del territorio, saqueo y genocidio de la población indígena, el esclavizamiento de personas africanas, la usurpación de más del 50 por ciento del territorio mexicano y la subsecuente mano de obra barata de los mexicanos convertidos en inmigrantes en su propia tierra. Como apunta el historiador Edward E. Baptist, de la Universidad de Cornell, la enorme e infame maquinaria esclavista fue la que dio origen a las primeras grandes fortunas desde finales del siglo 18 hasta el comienzo de la Guerra Civil, tiempo en el que EE UU dejó de ser una economía local, colonial, para convertirse, después de Inglaterra, en la segunda potencia industrial del mundo (4).

Baptist destaca cómo los hijos de los primeros esclavos africanos fueron trasladados de las colonias de Maryland y Virginia a Louisiana y Mississippi donde se les forzó a plantar y cosechar centenares de miles de libras de algodón, el primer gran producto de exportación de los Estados Unidos, dando origen a las grandes riquezas del Valle del Río Mississippi y al mayor número de ricos de cualquier otra región de los Estados Unidos. El expansionismo y el intervencionismo militar, económico y político más allá de sus fronteras en el siglo 19 y la segunda guerra mundial, establecieron la primacía de los EE UU en la escena global y fomentaron la imagen de un país exitoso, paradigma de fuerza y progreso. Como indica en ese sentido el investigador social Marcus Dovigi, “con demasiada frecuencia, las narrativas de nuestra riqueza no dan cuenta de a) el internacionalismo de la historia y b) la violencia con la que se desarrolló. El ejercicio del poder es la base ineludible de la riqueza, que debe informar nuestra política en todo momento” (5).

El predominio de esta riqueza antigua (old money) y el poder se han mantenido en manos de un pequeño porcentaje del total de la población, donde el 1 por ciento de los multibillonarios, todos ellos hombres blancos, controla cerca del 40 por ciento de la riqueza del país, gracias en buena parte a los beneficios que el propio estado les otorga, como la exención de impuestos y el control que tienen en la bolsa de valores y el mercado internacional. Paul Kiel, periodista de Propública, elaboró una lista tentativa donde enumera las estrategias financieras que siguen los más ricos, entre las que se incluyen pedir prestado contra su propia riqueza, ya que los préstamos no pagan impuestos. Mantener billones de dólares en cuentas IRA Roth, cuya verdadera finalidad es proteger a la clase media para la jubilación. Comprar clubes deportivos en los que pueden deducir impuestos a través de los contratos con los jugadores. Mantener negocios de bienes inmuebles o acciones en la explotación de pozos petroleros que son auténticos paraísos para la evasión legal de impuestos. Involucrarse en actividades como las carreras de caballos o en la adquisición de hoteles de lujo. Y la joya de la corona que son los fideicomisos, por medio de los cuales la riqueza se hereda a la siguiente generación familiar y de esa manera tanto el dinero como las posesiones quedan amparados por las leyes de exención tributaria. El clásico ejemplo de la riqueza antigua. Como si fuera poco, Kiel encontró que en medio de la pandemia del Covid-19 “al menos 18 multimillonarios recibieron cheques de estímulo en 2020 porque sus declaraciones de impuestos los colocaron por debajo del límite de ingresos ($150.000 para una pareja casada)” (6).

Por supuesto, esta minoría absoluta y otra porción de ricos del país están viviendo el sueño “americano”, mientras una vasta porción de la clase media a duras penas se mantiene a flote mes a mes por el altísimo costo de vida en los centros urbanos. Al mismo tiempo, millones bajo el índice de pobreza luchan por su más básica supervivencia cada día, de los cuales los niños y las mujeres, y en especial las madres solteras, son sus víctimas más directas. No es de extrañar entonces que la brecha en la desigualdad de ingresos sea la más grande entre los países desarrollados y que “muchos expertos atribuyen al legado de esclavitud y políticas económicas racistas del país” (7).

Mark R. Rank, profesor de Bienestar Social de la Universidad de Washington en St. Louis, argumenta en contra del mito del sueño “americano” indicando que el problema de esta aspiración e ideal es que está fundamentado en la falsa noción de que todos los estadounidenses tienen las mismas oportunidades para subir la escalera hacia una vida próspera, “porque el campo de juego está nivelado”, y que por tanto “la pobreza se puede evitar a través de la motivación y la habilidad” (8). En la realidad, dice Rank, el campo de juego está todo menos nivelado, ya que el lugar y las oportunidades de las personas en la sociedad está determinado por los recursos financieros de los padres, el entorno en el que crecen, la calidad de educación que reciben, y el trabajo o actividad a que se dedican. Sumado a esto, la posibilidad a largo plazo de tener acceso a un buen sistema de salud y a las provisiones con los que se prepara para los años de jubilación. A esta perspectiva de Rank, hay que añadir, por supuesto, el papel que juega la identidad racial y étnica en un país tan autoconsciente y estratificado en sus roles de poder, y en su noción de quién es un ciudadano pleno y sin guiones que marquen su origen o procedencia.

A casi 60 años desde que el presidente Johnson declarara la guerra contra la pobreza, esta sigue siendo uno de los males endémicos de la nación. Hay quienes señalan que al fin y al cabo la pobreza en los Estados Unidos no es tan grande como la de los países empobrecidos y subdesarrollados. Por supuesto es verdad si se observa sin matices. Pero más valdría tener en cuenta que comparado con los 26 países más desarrollados del mundo, el índice de pobreza de los Estados Unidos es el peor de todos, según destaca el profesor Rank en la fuente mencionada. Para tratar de contrarrestar esta crisis, agravada aún más por la pandemia, el presidente Biden lanzó en marzo del 2021 un plan de alivio económico, en lo que su administración llamó el plan más ambicioso desde los años de Johnson, consistente en distribuir anualmente entre familias de bajos ingresos la cantidad de $3.600 dólares para niños menores de seis años y de $3.000 para menores de 18. El gobierno ha afirmado que la ayuda incluye a familias con miembros indocumentados, aunque existe el temor entre esta población (de 10 a 12 millones de personas) por tener que proveer información personal que pueda exponerles a la deportación.

No hay duda de que cualquier ayuda es bienvenida. Pero no hay que perder de vista que el gobierno no da nada gratis, ya que la mayoría de las personas, sean ciudadanos, residentes o inmigrantes indocumentados, pagan impuestos y en general invierten mucho más en este país de lo que pueden terminar recibiendo del estado. Los esfuerzos para combatir el hambre, la desnutrición y la pobreza son meritorios porque dan atención a una emergencia que no puede esperar. Pero no son suficientes. Son remedios transitorios al problema central que debe pasar por la transformación radical política y económica en la práctica de la distribución de los recursos, la inclusión social y racial y su sentido de prioridades en el manejo de su capital cultural humano. En un país que solo este año ha gastado $760.000 millones de dólares en su presupuesto militar, y que envía sin pestañear billones de dólares en armas para la guerra en Ucrania (creándole un endeudamiento impagable a ese país), deberíamos ser capaces de proveer una vida digna para cada uno de sus habitantes. Mientras tanto, las rodillas de millones de vidas siguen sangrando en una sociedad que contempla desde la orilla una versión muy distinta de lo que es el sueño “americano” y el progreso infinito.

Fuentes citadas:

1)“The Poverty Line Matters, But It Isn’t Capturing Everyone It Should” (La línea de pobreza importa, pero no está capturando a todos los que debería). Por Areeba Haider y Justin Schweitzer. CAP Action, 5 marzo, 2020.
2) “Urban poverty: A state-of-the-art review of the literature” (Pobreza urbana: Una revisión histórica actualizada), por William J. Wilson y Roberto Aponte, en el libro The truly disadvantated. The inner-city, the underclass, and public policy(Los verdaderos desaventajados: El centro de la ciudad, la clase baja y la política pública). The University of Chicago Press, 1987, 2012.
3) The Philadelphia Negro, por William E.B. Du Bois. Publications of the University of Pennsylvania, 1899 (re-edición, Millwood, N.Y: Kraus-Thompson, 1978).
4) The Half Has Never Been Told: Slavery and the Making of American Capitalism (Nunca se ha contado la mitad: la esclavitud y la creación del capitalismo estadounidense), por Edward E. Baptist. Basic Books, NY, 2016.
5) “How America Became Rich. The story of American wealth is a tale of conquest” (Cómo se hicieron los ricos los Estados Unidos. La historia de la riqueza estadounidense es un historia de conquista), por Marcus Dovigi. Medium, noviembre 27, 2018.
6) “Ten Ways Billionaires Avoid Taxes on an Epic Scale” (Diez maneras como los superricos evaden impuestos en una escala épica), por Paul Kiel. Propublica, June 24, 2022.
7) “The U.S. Inequality Debate” (El debate sobre la desigualdad en los EE UU), por Anshu Siripurapu. Council on Foreign Relations, 22 abril 2022.
8) “Confronting Poverty. Tools for Understanding Economic Hardship and Risk” (Confrontando la Pobreza. Herramientas para entender las dificultades económicas y el riesgo), por Mark R. Rank. Confronting Poverty Project. Consultado el 20 noviembre, 2022.

Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.

Autor

  • Valentin González-Bohórquez es columnista de HispanicLA. Es un periodista cultural, poeta y profesor colombiano radicado en Los Ángeles, California. En su país natal escribió sobre temas culturales (literatura, arte, teatro, música) en el diario El Espectador, de Bogotá. Fue editor en Barcelona, España, de la revista literaria Página Abierta. Es autor, entre otros libros, de Exilio en Babilonia y otros cuentos; Historia de un rechazo; la colección de poemas Árbol temprano; La palabra en el camino; Patricio Symes, vida y obra de un pionero; y Una audiencia con el rey, publicados por distintas editoriales de Colombia, España y los Estados Unidos. Ha publicado numerosos ensayos sobre literatura y es co-autor, entre otros libros, de Otras voces. Nuevas identidades en la frontera sur de California (Editorial A Contracorriente, North Carolina State University, 2011), The Reptant Eagle. Essays on Carlos Fuentes and the Art of the Novel (Cambridge Scholars Publishing, 2015) y A History of Colombian Literature (Cambridge University Press, 2017). Es profesor de lengua y literaturas hispánicas en Pasadena City College, Calif.

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