El 19 de junio, las comunidades afroamericanas de los Estados Unidos conmemoran el fin de la esclavitud. Contrario a lo que el inquilino temporal de la Casa Blanca diga («piense» no sería un verbo adecuado aquí) esta fecha es recordada en numerosos estados del país desde el 19 de junio de 1865, cuando el General Granger, de los ejércitos de la Unión, informó de esta decisión en Texas. Más de dos años antes, el 1 de enero de 1863, el Presidente Lincoln había declarado el Acta de Emancipación de los Esclavos, pero en su momento, en plena Guerra Civil, no tuvo ningún efecto real por la poca influencia de Lincoln en los estados sureños.
La realidad de esa libertad ha sido cuestionada siempre. Aunque algunas leyes los protegen en la letra, en la práctica las condiciones en que han seguido viviendo las comunidades afroamericanas siguen siendo muy parecidas a las de la esclavitud: explotación laboral, discriminación generalizada en todas las áreas (salud, educación, vivienda, oportunidades de trabajo). El encarcelamiento masivo de la población negra (y latina) constituye uno de los sistemas criminales más infames en el mundo, alimentado por toda una industria de opresión que se lucra de estos presos.
Que no seamos engañados ni distraídos de esta realidad porque hay jugadores de baloncesto y fútbol y cantantes negros multimillonarios. Esta es la cuota del sistema en la industria del entretenimiento. En la actualidad la población negra de los Estados Unidos es de alrededor de 43 millones de personas (el censo del 2010 indica un poco más de 42 millones), más del 15% de la población del país. Y ese número enorme, parecido, digamos, al de la población de Argentina, sigue siendo el sector más empobrecido y marginado de los Estados Unidos. Es tiempo de nombrar, describir y desmantelar este horror. Es tiempo de reivindicar a George Floyd y a los miles que como él han sido y siguen siendo linchados por un sistema racista que se pasa por la faja las proclamas del fin de la esclavitud. Más que un motivo de celebración, fechas como estas apuntan sobre todo a la atrocidad y el crimen histórico y presente del supremacismo blanco.