Agárrate con fuerza a los sueños / Porque si los sueños mueren
La vida es como un pájaro de alas rotas / Que no puede volar
Agárrate con fuerza a los sueños / Porque cuando los sueños se esfuman
La vida es un campo estéril / Helado por la nieve…
—Langston Hughes, poeta afroestadounidense
Hace muchos inviernos nuestros sabios ancestros predijeron:
el monstruo de ojos blancos llegará del oriente. /
Al avanzar consumirá la tierra.
Este monstruo es la raza blanca. La profecía está a punto de cumplirse.
-Profecía de los iroqueses, confederación de tribus en NY
Mientras se escuchan los estallidos y se ven los espléndidos fuegos artificiales del 4 de julio no hay que olvidar que el Día de la Independencia no celebra la libertad ni el fin de la opresión para todos los que vivían en los Estados Unidos en 1776. Los esclavos siguieron siendo esclavos y los indígenas siguieron siendo exterminados y los que sobrevivieron fueron sometidos a vivir décadas más tarde en reservaciones asignadas por los invasores europeos. La independencia de los Estados Unidos fue diseñada y ganada por y para que los colonos ingleses pudieran tener autonomía para perpetuarse como los nuevos amos de estas tierras usurpadas.
La independencia fue, sobre todo, para los hombres ingleses. Porque las mujeres siguieron siendo sometidas, sin voz ni derecho al voto hasta 1920 (y todavía, cien años después, con un largo camino por recorrer para obtener plenos derechos). Como dice Howard Zinn sobre los tiempos de la independencia, “Si leemos los libros de historia más ortodoxos, es posible que nos olvidemos de la mitad de la población del país. Los exploradores fueron hombres, los terratenientes y comerciantes fueron hombres, los líderes políticos eran hombres, y también lo eran las figuras militares. La propia invisibilidad de las mujeres y el olvido a que eran sometidas, señalan su condición sumergida” (La otra historia de los Estados Unidos, 2001, 81). La libertad no fue para ellas.
Tampoco lo fue para los negros que siguieron siendo esclavos hasta la Proclama de Emancipación de los esclavos de 1862 por Lincoln, durante la Guerra Civil. Esta proclama en realidad nunca representó una completa libertad, ni en la práctica ni legalmente, como lo muestran las leyes Jim Crow (vigentes en diversos estados entre 1876 y 1965) que legalizaban la segregación y cuyos efectos se sienten palmariamente en la absoluta desigualdad social y falta de oportunidades de la población afroestadounidense actual. O la ominosa Enmienda 13 de 1865 que autoriza constitucionalmente hasta el día de hoy la continuación de la esclavitud dentro del sistema carcelario: “Ni en los Estados Unidos ni en ningún lugar sujeto a su jurisdicción habrá esclavitud ni trabajo forzado, excepto como castigo de un delito del que el responsable haya quedado debidamente convicto”. La aplicación de esta enmienda se manifiesta en el criminal encarcelamiento masivo en los Estados Unidos, el país con más presos en el mundo, la gran mayoría de ellos afroestadounidenses (e indígenas y latinos en segundo y tercer lugar), sometidos a realizar trabajos forzados con poquísima o ninguna paga para corporaciones que se lucran de su encarcelamiento y de su trabajo (aquí puede verse, en inglés, un informe sobre dichas corporaciones: “Post Meek Mill: Report Discloses Companies Profiting from Prison”, 7 May, 2018).
La población afroestadounidense nunca ha sido pasiva; siempre ha luchado de manera enormemente desigual contra las iniquidades a que ha sido sometida hasta el presente, como lo seguimos viendo con el Movimiento Black Lives Matter, que quizás, si se mantiene en la lucha de manera permanente, llegue a producir el cambio más decisivo en la historia contra el racismo en los Estados Unidos.
Tampoco los indígenas pueden celebrar el Día de la Independencia como una victoria para sus pueblos. La independencia para ellos sería haberse librado de los invasores de sus territorios. De modo que los indígenas de este país, como los de todo el continente, siguen viviendo en estado de no-libertad dentro de su propia tierra. Los indígenas siempre han ofrecido una feroz resistencia a la invasión de sus territorios. Cuando se dieron cuenta que la llegada de los europeos a sus tierras era en realidad una invasión que terminó despojándolos de sus tierras, pelearon primero como tribus independientes y luego como confederaciones de grupos indígenas. Tuvieron un papel activo subalterno durante la guerra de independencia de los 13 estados, ya fuera al lado del imperio inglés o de los colonos ingleses (aliados con los franceses), conforme estos poderes les ofrecían alternativamente ser sus protectores. En cualquier bando nada resultó para su beneficio.
En 1851 el Congreso aprobó el Acta de Apropiaciones Indígenas (´The Indian Appropriations Act´) por medio de la cual se creó el sistema de reservaciones para los indígenas como una manera de mantenerlos bajo control: los nativos no podían salir de allí sin permiso del gobierno. Esta y otras leyes posteriores sobre el control de las comunidades nativas por el gobierno federal fueron reemplazadas por el Acta de Reorganización Indígena (´The Indian Reorganization Act´) de 1934 que les dio mayor autonomía a las 567 tribus indígenas del país reconocidas federalmente, incluyendo el tener su propia constitución y no pagar impuestos federales. Pero los problemas de marginalización, pobreza, falta de servicios de salud y el drama del alcoholismo y las drogas, ocasionados por siglos de colonialismo, son rampantes dentro de una economía que depende del turismo y de los casinos, un sistema en el que están sujetos al constante saqueo y explotación de su identidad y cultura.
Evidentemente lo que se celebra cada 4 de julio es la victoria de los colonos ingleses para obtener la libertad de seguir al mando de un gobierno creado meticulosamente a la medida del supremacismo blanco. Otro tanto habría de ocurrir, con sus propios matices y variantes, con los criollos españoles que avanzaron las independencias de los países de habla hispana. Lo que se celebra es, como de costumbre, la historia de los vencedores. En este caso, los vencidos siguen luchando, porque no están vencidos. Como cantaba el poeta afroestadounidense Hugues, están “agarrados con fuerza a los sueños” de un mundo que les sea propio y que sea la norma y no la excepción en la historia.