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Cuadernos de la Pandemia: La violencia armada nuestra de cada día

Manifestación anti racista. FOTO: Flickr

“Jamás penséis que una guerra, por necesaria o justificada que parezca, deja de ser un crimen” —Ernest Hemingway

La masacre en la Escuela Primaria Robb, en Uvalde, al suroeste de Texas, el pasado 24 de mayo de 2022, pareció ser la infinita gota de sangre que rebosó el vaso. El país se vio conmovido una vez más por una tragedia más allá del horror, cuando un joven de 18 años quitó la vida a 19 niños y niñas de entre 8 a 11 años, a dos maestras, e hirió a 17 personas más. Pero es evidente que a pesar de esta nueva tragedia el vaso todavía no se ha rebosado. Nada puede garantizarnos que no habrá más ataques y más víctimas de genocidas que saldrán a acabar la vida de inocentes desprevenidos en las escuelas, en los clubes nocturnos, en los conciertos, en los centros comerciales, en las iglesias, en las maratones, en los desfiles. En cualquier parte. Sin razón aparente. O con razones desquiciadas, promovidas por una cultura de la violencia que se ofrece a bajo precio en las tiendas legales de armas de fuego y en el comercio de las armas fantasmas.

Los Estados Unidos han estado siempre en guerra. Desde el tiempo cuando no era todavía un país sino una colonia, y luego desde el primer día de su independencia en 1776. En esa extensa cadena de violencia ha mantenido al menos tres frentes de guerra, que como todas las guerras es una sola y una misma guerra: la que ejecuta el estado, la que adelantan las milicias armadas, y la guerra de lobos solitarios que asaltan y destruyen vidas sin que les tiemble la mano. En sus 246 años como nación, el país ha pasado 227 años en guerras internas y externas. Esto es, más del noventa y dos por ciento de su historia: genocidios contra los indígenas para despojarlos de sus tierras y confinar a los sobrevivientes en reservaciones. Masacres de afroestadounidenses. Guerra en Texas contra México para apoderarse de ese estado mexicano, que terminó en una invasión militar a México hasta despojarlo de más del cincuenta por ciento de su territorio nacional (el actual suroeste de los Estados Unidos) a través de guerra y de la firma forzada del Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848. Guerra contra España en 1898, supuestamente para ayudar a liberar a Cuba. Al final de una guerra rápida, que ganaron los Estados Unidos, Cuba quedó por cinco años intervenida por los Estados Unidos, mientras Puerto Rico, Filipinas y Guam terminaron siendo colonias de los Estados Unidos.

A este casual inventario hay que agregar las guerras auspiciadas o promovidas en América Latina con la excusa de atajar el avance del comunismo en Centroamérica y en los países del Cono Sur (en estos últimos imponiendo dictaduras militares de derecha a través de la sangrienta Operación Cóndor), o para proteger los intereses de compañías privadas norteamericanas que han explotado la región desde la segunda mitad del siglo 19, como la United Fruit Company en Centroamérica, Colombia y Ecuador. Y las innumerables guerras alrededor del mundo, hasta el día de hoy en que el gobierno está involucrado en diversos conflictos armados; entre ellos, en Ucrania, Siria, Yemén y Somalia. La función de Estados Unidos como policía del mundo se expresa muy bien en el hecho de que este país posee más de 750 bases militares en más de 80 países (1). Tan solo para este año 2022, el presupuesto militar es de $760 billones de dólares, muy por encima del presupuesto total anual de la mayoría de naciones. En contraste, después de meses de debate, el Congreso finalmente aprobó la última semana de julio la suma de $369 billones de dólares para combatir el cambio climático en los próximos años. Una cantidad significativa. La mayor en la historia de esta nación. Sin embargo, como puede verse, representa menos de la mitad de lo que este país gastará en su enorme estructura militar en tan solo un año.

Pero este espíritu militarista no se manifiesta solamente en las guerras federales expansionistas o de control geopolítico, sino también entre vastos sectores de la población civil. Amparados en la Segunda Enmienda de la Constitución existen hoy al menos 165 grupos paramilitares fuertemente armados a nivel nacional y estatal. La casi totalidad de estos grupos beligerantes están formados por hombres blancos de clase obrera que sienten que la población estadounidense de ascendencia noreuropea está perdiendo su rol dominante ante otros grupos. En una entrevista con la BBC, Carol Gallaher, autora del libro On the Fault Line: Race, Class and the American Patriot Movement (En la falla geológica: raza, clase y el movimiento patriota estadounidense), señala que milicias semejantes han existido desde la colonia y que su razón de ser entonces tenía “que ver con la forma como la gente llegó aquí [los colonos ingleses], cuando no había fuerzas de policía ni militares establecidas, así que la gente tuvo que crear sus propias milicias para protegerse” (2). Y no solo para defenderse. También, y sobre todo, para apoderarse del territorio de los nativos y expandir la conquista territorial con el pretexto religioso del destino manifiesto.

Ese paradigma fronterizo y tribal de las milicias fue reafirmado en la Constitución como “el derecho del pueblo a poseer y portar armas”, y ha seguido presente hasta nuestros días. Entre las 165 milicias activas están los survivalistas: grupos milicianos que se preparan para un mundo distópico y violento; creen que el gobierno es responsable de llevar al país hacia un abismo apocalíptico y se ven como los mesías responsables de salvarlo. La arenga antigubernamental de Trump representó un impulso para estos grupos, junto a otras milicias como los Minutemen, que se enfocan en el odio y hostigamiento contra los inmigrantes y operan en la ancha frontera con México. A estas se suman también milicias antisemitas y de acoso violento contra los afrodescendientes, latinos, asiáticos y otras comunidades racializadas.

El asalto al capitolio el 6 de enero del 2021 fue una muestra burda pero clara de la actividad de estos grupos violentos y de hasta dónde están dispuestos a llegar. Las teorías conspiratorias de grupos como QAnon no son otra cosa que la manifestación de estos grupos extremistas, listos para promover una retórica que estimule la división social y la lucha de quienes se creen predestinados a perpetuarse en el poder.

Al final de esta violencia endémica están los lobos solitarios, mayormente jóvenes, que tienen fácil acceso a la compra de armas de fuego y atacan a feligreses judíos en las sinagogas, o a congregantes en iglesias de afrodescendientes, o a escuelas y universidades, o a supermercados donde la mayor parte de los clientes son latinos, o negocios de personas asiáticas. En un artículo reciente en The Atlantic, Ryan Busse se pregunta sobre los motivos que impulsan a estos jóvenes a cometer estos asesinatos masivos.  “Parece que estamos buscando respuestas a tientas: ¿es el racismo y la radicalización, o una enfermedad mental no tratada, o videojuegos tóxicos, o un acceso demasiado fácil a las armas? Todos estos pueden ser partes del problema, pero igualmente ninguno de ellos tiene sentido completo fuera del contexto más amplio: el esfuerzo de marketing moderno de la industria de las armas no solo armó a estos tiradores; en un sentido muy real, los creó” (3). Y esa misma industria ha facilitado la tasa cada vez más elevada de suicidios y violencia doméstica, que constituyen también otros frentes donde las armas de fuego tienen un papel central. Según datos gubernamentales, el suicidio es la segunda causa de muerte entre personas de 10 a 34 años. Solo “en el año 2019 se reportaron un total de 47.511 muertes por suicidio” y el método más utilizado fueron las armas de fuego (4).

Después de siglos de alimentarse de una dinámica imparable de guerra, es evidente que la violencia ha llegado a ser parte orgánica de la vida nacional. El negocio de producción y venta de armas ha crecido hasta ser una industria de más de $30 billones de dólares anuales y nada parece detenerlo porque está ligado a una visión supremacista de poder y dominación. El problema parece más allá del control de cualquier forma de restricción de las leyes, generando una industria de defensa, prevención y vigilancia que ha llegado incluso a ser más lucrativa que la producción y venta de armas. La espiral de destrucción no tendrá límites mientras las armas sean el único lenguaje entendible y la Segunda Enmienda continúe siendo la maquinaria que la sustenta. Una violencia que, como siempre, seguirán padeciendo ante todo los más vulnerables de la sociedad.

Obras citadas:

1) “U.S. Military Bases Overseas.” Overseas Base Realignment and Closure Coalition. July 30, 2022.
2) “Odio organizado”: quiénes son y qué buscan los 165 grupos paramilitares que operan en Estados Unidos. Por María Elena Navas, BBC Mundo, 13 diciembre 2017.
3) Comisión para la Prevención del Suicidio, Departamento de Salud de Puerto Rico, 29 de abril, 2022.
4) “The Gun Industry Created a New Consumer. Now It’s Killing Us.” The Atlantic, By Ryan Busse, Julio 25, 2022.

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Este artículo fue apoyado en su totalidad, o en parte, por fondos proporcionados por el Estado de California y administrados por la Biblioteca del Estado de California.

Autor

  • Valentin González-Bohórquez es columnista de HispanicLA. Es un periodista cultural, poeta y profesor colombiano radicado en Los Ángeles, California. En su país natal escribió sobre temas culturales (literatura, arte, teatro, música) en el diario El Espectador, de Bogotá. Fue editor en Barcelona, España, de la revista literaria Página Abierta. Es autor, entre otros libros, de Exilio en Babilonia y otros cuentos; Historia de un rechazo; la colección de poemas Árbol temprano; La palabra en el camino; Patricio Symes, vida y obra de un pionero; y Una audiencia con el rey, publicados por distintas editoriales de Colombia, España y los Estados Unidos. Ha publicado numerosos ensayos sobre literatura y es co-autor, entre otros libros, de Otras voces. Nuevas identidades en la frontera sur de California (Editorial A Contracorriente, North Carolina State University, 2011), The Reptant Eagle. Essays on Carlos Fuentes and the Art of the Novel (Cambridge Scholars Publishing, 2015) y A History of Colombian Literature (Cambridge University Press, 2017). Es profesor de lengua y literaturas hispánicas en Pasadena City College, Calif.

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