Una amiga escribe una columna sobre Tijuana donde muestra la otra, la de los tijuanenses, la bella y propia, su terruño, la casa.
Para que no pensemos que TJ es solamente lo que le sucede ahora.
Es importante. Los Ángeles está pegada a Tijuana por mil vínculos. Esa puerta de México, donde «empieza la patria», es para el 72% de los latinos de California el acceso inmediato al país de origen. Muchos de los inmigrantes de aquí llegaron cruzando por esa ciudad, recorriéndola, conociéndola, viviendo en ella.
Quienes pueden volver lo hacen a menudo: para hacer ciertas compras; porque los de allá dentistas son mucho más baratos; por el restaurante La Querencia…
Mi antiguo colega y amigo Irving Roffe, nacido en Tijuana, la describía décadas atrás… como cualquier otra gran ciudad del mundo: única.
Y lo es: con sus múltiples universidades, museos y bibliotecas públicas, su población original y vibrante, su lugar de privilegio.
Cuento esto por la acumulación de actos de horror concatenados provenientes de allí. Tijuana empezó el 1 de enero su año más sangriento imaginable.
El lunes 4 hallaron el cuerpo decapitado de un hombre adulto en un barrio popular.
El martes 5 emboscaron a tres chicos de 16 años y los asesinaron cobardemente cuando salían del Colegio de Bachilleres.
El mismo día le tiraron 60 veces, con rifles AK-47 y AR-15 a José Fernando Labastida, un chico de 17 años que era ciudadano estadounidense y estudiaba en Chula Vista, California, matándolo. Un año antes, otro miembro de su familia propietaria de la cadena de tiendas Calimax fue asesinado frente al consulado estadounidense.
También el 5 y en otro atentado similar murió Julio López Jiménez, de 23, mientras esperaba en su SUV fuera de un restaurante. Y lo mismo cada día.
«Van prácticamente 24 ejecutados en los primeros días del año. Estamos hablando de cuatro ejecutados por día», dijo en entrevista un antiguo jefe de la policía local.
Eso fue el día 6 ; el 8 ya eran 38: un «comando armado» – un nombre pretencioso que quiere comparar a miserables matones cobardes con una unidad de élite militar – mató a Gloria Jacqueline Ledesma e hirió entre otros a Alexis, un chico de cinco años. Un ataque similar contra la misma casa había ocurrido 24 horas antes, sin que desde entonces y según los vecinos se detectara presencia policial alguna.
En la colonia Libertad Parte Alta fueron ejecutados dos hombres y al rato otro más en el bulevar Fundadores, cerca de El Rubí.
Dicen analistas que esta es una guerra entre «El Ingeniero» por el cártel de los Arellano Félix y «El Teo» por el de Sinaloa.
De pronto las fotos de «El Teo» arrestado ayer por un comando de enmascarados (y creo ver una enmascarada también) en un operativo con cinco helicópteros cinco llenan el aire. Duró cinco meses localizarlo, dice un jefe policial llamado Pequeño. ¿Dónde lo encontraron? ¿En la selva? ¿En una isla? No, en su casa, en un fraccionamiento para ricos. En fin.
La situación en Tijuana está fuera de control. Eso es.
Es acertado entonces que, ante tanto horror, mi amiga recuerde y recalque sus bondades.
Pero eso, lo bonito peligra, colapsa, se desvanece ante la marea del terror.
Nos importa, y mucho, porque el terror se está acercando: hay secuestros e intentos de asesinatos que se filtran a este lado de la frontera; presencia de cárteles mexicanos en Los Ángeles; el narcotráfico controlado desde allí crece.
Dejemos de pensar que Tijuana es otro país, que está lejos, que su sufrimiento no nos incumbe, porque no es cierto. Aquí también Tijuana duele.