El pasajero
Cada tarde, como a las cinco, anunciaba la hora de partida. Su aullar era el lamento del hombre que debía alejarse de su amada. Pero el tlic tlac de las ruedas de acero torturaban las vías como la melancolía el alma de Alejandro. Un beso. Dos besos. Tres besos. Y la culpa cede al deseo. Los vagones han pasado y el cabús despide la oportunidad de volver a casa. Un beso más. Un aullar más. A medio vestir, el hombre no ha opuesto resistencia al candor de la mujer que lo apresa entre caricias. El tren se fue. La moral ha perdido un pasajero. La vida ha ganado un amante.
La misión
La nave se alejaba poco a poco, perdiéndose destellante entre el mar obscuro del universo. Observando cómo aquel punto de luz finalmente se desvanecía, la mujer preguntó a su compañero de misión:
―¿Cuándo volverán por nosotros?
―No lo sé, Eva. Un día. Algún día lo harán.