La expresión: “Quien siembra vientos, cosecha tempestades” bien podría acomodarle a Felipe Calderón. Desde su campaña electoral en el año 2006, comenzó la división de este país con una lamentable guerra sucia en los medios de comunicación.
Hoy, a cuatro años de distancia, México enfrenta nuevamente una crisis más de inseguridad, pero sobre todo, una división política e ideológica entre sus ciudadanos. Lo anterior, se ve reflejado en los ánimos encontrados de quienes sí quieren celebrar los doscientos años de independencia y cien años de la revolución mexicana y quienes no le ven sentido alguno a dicha celebración, ante la creciente ola de violencia y criminalidad en diversos estados del país.
En este sentido, las voces de muchos toman forma de un reclamo legítimo de frenar de una vez por todas, la muerte de inocentes en la guerra necia y torpe que sostiene Calderón junto con su gobierno desorganizado en contra del crimen organizado. Sin embargo, la respuesta es un silencio sordo que lejos de aminorar el clima de tempestad, lo incrementa con negativas sistemáticas a todas las acciones del gobierno federal mexicano. Por ello es que muchos prefieren destinar los recursos invertidos en los festejos bicentenarios, en ayuda a quienes más lo necesitan.
No obstante, Felipe Calderón quiere darle a los mexicanos una celebración digna de doscientos años de vida independiente, sin reparar en los estragos e inconformidad que su administración ha dejado en materia de crecimiento económico, retroceso político, nula atención a la vida cultural, desprecio al desarrollo científico y tecnológico, pero sobre todo, el enmudecimiento de las voces críticas.
Así, la vida democrática de México se ve en peligro de romperse por lo más fino, en tanto se mantenga la actitud del gobierno federal de tensar cada vez más la cuerda que nos sostiene con plante para sacar al país adelante. Mientras tanto, el país se revuelve en sus conflictos internos y cotidianos y hay cada vez más problemas que soluciones. El gobierno de Calderón no ha sabido plantear una estrategia o rumbo de gobierno que sustente el estado de derecho y un modelo que aspire al bienestar social.
Realmente, lo que los mexicanos observamos es que cada día hay menos oportunidades de crecimiento y desarrollo. Los empleos son tan escasos que obligan a buena parte de nuestros ciudadanos a emigrar a Estados Unidos, no sólo para buscar el sueño americano, sino para fugarse del clima de violencia e inseguridad en México. Por más que el gobierno federal ha propuesto estímulos fiscales a los empresarios que den empleo por primera vez, éstos no han sido ni suficientes ni atractivos (ni para empleadores, ni para empleados), de tal manera que exportamos inteligencias y mano de obra mexicana, porque simplemente no existen las condiciones que hagan que nuestros compatriotas decidan quedarse.
En materia de educación el diagnóstico no es tan distante, lo que se ha demostrado en estos cuatro años de gobierno, es que no hay el mínimo interés por asear las prácticas corruptas en la contratación de profesores y por ende, el sistema educativo nacional continúa y continuará secuestrado por el poder casi fáctico concentrado en una sola lideresa sindical como es el caso de Elba Esther Gordillo, quien desde la administración del expresidente Carlos Salinas de Gortari mantiene secuestrado al sindicato magisterial y específicamente mantiene controladas las contribuciones económicas de sus miembros activos.
De esta manera, nuestra educación y crecimiento económico continúan dependientes de los caprichos de unos cuantos y no de la participación colectiva ciudadana. Quizá también por esa razón es que los mexicanos no ven sentido a la celebración bicentenaria ante el clima tan abrumador de torpeza política e impericia económica.
En el discurso y desde luego en la epidermis social, es un gran orgullo celebrar doscientos años de vida independiente; pero en la realidad, la miopía es tan grave, que no queremos darnos cuenta, que aún dependemos de las grandes potencias, la tecnología, la transferencia del conocimiento científico, el fortalecimiento de la identidad cultural, la agricultura, la industria, etcétera, seguimos trayéndola de diversos lugares del mundo, porque no somos capaces de desarrollar nuestra propia infraestructura de crecimiento.
Para muchos, quizá la celebración de 200 y 100 años de revoluciones en nuestro país, dure apenas dos o tres días; después nos veremos en la irremediable y penosa necesidad de volver a la realidad, que en otras palabras es reconocer que a doscientos años de distancia, seguimos siendo un país dependiente.
twitter: @juanjosesolis