La aparición de un nuevo libro de Edith Vera es siempre un hecho espiritual en el mundo. Como el nacimiento de un niño, como una procesión de gente humilde tras la imagen de la Virgen, como una nueva exposición de cuadros de Van Gogh. Es a este tipo de acontecimientos con los que debe emparentarse la voz poética de Edith emergiendo del silencio; o la aparición pública de su cuerpo saliendo de su claustro al mundo después de tanto tiempo. El claustro en el que se convirtió su casa desde que la dictadura militar la allanara de manera brutal; haciendo que ya no pudiera ser más habitable por un alma ni pudiera cubrir la vulnerabilidad de un cuerpo.
“Me he puesto/ un vestido de grandes rosas rojas/ Pero no confíen en él” había escrito, quizás porque estaba más desnuda que nunca. Y acaso también como una visión de la intemperie que vendría. Unos años antes de ese allanamiento, en 1973, Edith había terminado su segundo libro de poemas, “La casa azul”.
“Yo vivo en una casa dibujada/ con un lápiz azul/ Tiene puertas, ventanas,/ y un sol que juega siempre/ con mi perro y la flor./ La imaginé también con los azules/ nacidos en el agua, las canciones,/ y en el tímido olor de la violeta”.
Y es que Edith había imaginado y dibujado esa casa azul en la que viviría durante los últimos 30 años en superposición a la otra, la “casa real” que se había ido tapando de cosas hasta dejarle apenas espacio en una parte de su cama para recostarse. Aquella casa que era el espejo de las habitaciones clausuradas de su propio corazón, la constatación diaria de su imposibilidad de vivir poéticamente en la Tierra, bajo el techo de un refugio donde no parirá la crueldad. Y en esa casa azul vivió Edith Vera mientras que la otra se tornaba negra, se iba despoblando. O peor aún, poblándose de ausencias. La partida de su esposo algunos años atrás, la expulsión de su cargo en el jardín de infantes que nunca más le restituyeron (ni siquiera con la vuelta de la democracia), o el fantasma de los hijos que nunca tuvo y la llamaban desde el patio.
“Sin hijos siento a veces,/ que un día de neblina/ se instala en mi corazón”.
Edith dibujó su casa azul con el lápiz de esos niños sin nacer, para no hacerle mal a nadie y no tener que soportar fricción alguna con el mundo, con esos hombres y mujeres del afuera que no necesitaron dibujar nunca una casa azul para meterse a vivir.
“Cuando me conoció el azul/ estrechó mis manos fuertemente/ y tuve miedo/ Se dice de él/ que tiñe todo lo que se va/ lo distante/ lo ausente”.
Quizás por eso sus ansias de vivir, su jardín, sus pájaros y sus naranjas se fueron tornando azules también.
Dos naranjas en el árbol de la vida
Edith sólo había publicado hasta ese entonces un libro cuando aún habitaba su casa en la Tierra: “Las dos naranjas”, en 1969. Y le valió el primer premio del Fondo Nacional de las Artes. Luego y con toda justicia, el poemario se volvió una suerte de “clásico clandestino para niños”, no sólo en el país sino en Latinoamérica. Y hasta se cuenta que, en un barco, una señora leía esos poemas de Edith a una niña; y que esa señora era Violeta Parra.
En los años ´90, aparecieron algunos opúsculos de su vasta obra en bellas ediciones artesanales, muchas de ellas, ilustradas con sus propios dibujos. Y en 1996 el monumental “Con trébol en los ojos” de Marta Parodi, acaso el único acto de justicia poética que hubo en una ciudad prosaica; la maravillosa prueba de admiración y lealtad que una profesora (del mismo colegio que la había expulsado) concretó en formato de antología y biografía.
Pero ahora, en el año 2002, uno de esos textos esenciales tiene forma de libro en gran tiraje, como el alcance de sus palabras lo merece. Y más aún, cuando levantan otra vez una casa del más puro azul para que la habiten quienes así lo quieran.
Y a propósito de la edición del libro, le dijo Edith por aquellos días a este cronista en la única entrevista que le diera: “La casa azul, más que una descripción, es lo que yo siento por mi casa, pero también por todas esas casas en las que uno entra y que podrían ser la propia. El azul es lo que está lejos del alcance de la mano, lo que se va, la evasión. He querido tener mi casa y al final no la he tenido. Yo no vivo como los demás; y estoy acá circunstancialmente aquí hasta que la Municipalidad me prepare un departamento. Porque yo le doné mi casa para que sirva de teatro para niños, biblioteca y casa del poeta. Porque los poetas somos pobres y siempre nos hace falta un albergue”.
Ahora se sabe por qué cada nuevo libro de Edith Vera que aparece en el mundo es un hecho espiritual antes que cualquier otra cosa. Porque es muy poca la gente que da su casa cuando no la tiene; y paga con su intemperie las cuotas de esa casa azul para todos; nacida de la necesidad y del tímido olor de las violetas.
Veinte años después
Escribí la nota que antecede en 2002, para la revista cordobesa en la que trabajaba por aquel entonces. Hubiera querido darle un ejemplar a Edith cuando salió, pero me dijeron que ya no vivía en su casa; que la habían internado en un geriátrico y que estaba (según decían) muy sola y perdida.
Edith moriría al año siguiente, en 2003, a los 78 años. Y de su “casa azul en la tierra”, al poco tiempo apenas si hubo escombros. Ni casa del poeta ni posada para los artistas pobres ni refugio. Hoy, en ese solar se levanta un anónimo edificio gris donde viven familias y estudiantes. Sin embargo, “su otra casa azul” aún sigue dando vueltas por las librerías del mundo.
El año pasado y casi en sintonía con el 2002, apareció por primera vez su obra completa en un mismo volumen: “El silbido de vientos lejanos –Poesía reunida. Edith Vera”, por la editorial villamariense Eduvim y el sello cordobés Caballo Negro. Y fue otro de los hitos de la cultura nacional; otro “meteoro” de la naturaleza.
“La idea de reunir la poesía completa de Edith nació hace muchos años –comenta Silvia Giambroni, una de las principales colaboradoras del nuevo libro y una de las más entusiastas difusoras de la poesía de Edith- Yo me estaba jubilando de la docencia secundaria y un día, hablando con la profe Beatriz Vottero, de la UNVM (Universidad Nacional de Villa María), pensamos proponerle la idea a Eduvim. Al principio no se pudo porque los herederos y familiares no nos decían sus derechos. Pero más tarde, el director de la editorial, Carlos Gazzera, lo consiguió. Y entonces empezamos a trabajar. Lo primero que se hizo fue la edición facsimilar en 2018 de “Las dos naranjas”. Luego empezamos a pensar un libro que reuniera toda la obra editada hasta hoy. Y entonces empezaron a aparecer, mágicamente, un montón de textos que desconocíamos. En la Biblioteca Mariano Moreno, por ejemplo, conseguimos muchos originales. Eran textos y cuadernos que la directora Anabella Gill había ayudado a recuperar y conservar, cuando al poco tiempo de la muerte de Edith se incendiara su casa. Todas sus pertenencias habían ido a parar a un conteiner pero la biblioteca sirvió de refugio. Había muchos cuadernos tiznados o quemados, pero encontramos un tesoro; el original de “La casa azul”, el libro que ella publicó muy poco tiempo antes de morir. Había versiones distintas de algunos poemas y otros que ella misma no incluyó. A estos los publicamos también. Luego, Mariano Medina del Cedilij (Centro de Estudios e Investigación de Literatura Infanto Juvenil, de Córdoba) y la bibliotecaria cordobesa Soledad Rebelles, aportaron material de las redes; poemas de Edith que circularon por internet y que nunca habían sido impresos. Y a esto se sumó el entusiasmo de Alejo Carbonel, editor cordobés, que conoció hace poco la obra de Edith, gracias a la presentación que Normand Argarate hizo de su obra, “El libro de Edith”, en la Feria del Libro”.
Tras la charla con Silvia recibo de su mano “El silbido de vientos lejanos”. Y como si de repente soplara algo en mi oído (el caracol de mar de su oralidad) me acuerdo de la única vez que hablé con ella. “Aquí también está su voz”, me digo. Entonces abro el libro al azar, como si fuera un oráculo. E increíblemente leo, una vez más, esta canción para los días de la vida. Esta poética en versos. Este breve testamento de quien ha dejado a los artistas pobres algo más que una casa.
“Que tenga el oído atento a la injusticia/ Que no tenga los ojos cerrados ante el horror/ Que mis hombros sean fuertes para ayudar al débil/ Y que tenga el corazón de abejas para que mi lenguaje sea sustancioso panal/ Eso nomás, vida, eso nomás”.
VIDA Y OBRA
Edith Vera nació en Villa María, Córdoba, en 1925. Fue maestra y directora de Nivel Inicial en la Escuela Normal “Víctor Mercante”, fundada por Antonio Sobral, y su primer hito poético data de 1960, ganando el primer premio de la “Campaña para una buena literatura para niños”, organizado por el Fondo Nacional de las Artes. Esos poemas conformarían su primer libro: “Las dos naranjas”, publicado recién en 1969.
Ex esposa de un hombre considerado comunista e hija de un simpatizante del socialismo, Edith Vera fue “marcada” por la dictadura cívico-militar. En 1979 y tras varios allanamientos, fue inhabilitada para trabajar en Educación y Cultura del país. En 1983 y con la vuelta de la democracia, el Ministerio de Educación le prohibió su reingreso. A partir de entonces, la escritora optó por el aislamiento en su hogar, al que desde 1985 ya nadie pudo volver a entrar.
Hasta mediados de los ’80, Edith había escrito otros tres libros; “La Casa Azul”; “La palabra verde y los caracoles” y “El conventillo verde”, todos inéditos. En los ’90 retomó la escritura, abandonada por unos años, y compuso otros seis poemarios, dos de ellos, publicados por la editorial villamariense Radamanto: “Pajarito de agua” y “El libro de las dos versiones”. En 1996 ve la luz su única biografía, “Con Trébol en los ojos”, de la profesora villamariense Marta Parodi (Ediciones Plus Ultra, Buenos Aires), concentrando al final una maravillosa antología. En 2001 se edita “La casa azul”, de 1972.
Edith Vera falleció en 2003, internada en un hogar geriátrico de su ciudad.
Amante del mar y del color azul, acaso el poema que le dedicara a un amigo tras su muerte, el doctor Walter Frutos, sea el mejor epitafio para su alma.
No crean que aquí descansa
mi corazón entero.
Hace tiempo que dejé
atado con hilo azul
en una playa
la mitad de mi corazón.
Por eso, no crean
que aquí descansa
mi corazón entero.