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El ‘duro’ trabajo de editar libros

El ‘duro’ trabajo de editar libros

Hay libros que te acompañan toda la vida, que son una bendición y al mismo tiempo una maldición. Recuerdo que un verano, cuando tenía 12 años, mi padre con mucho esfuerzo alquilo por quince días una casa sobre la playa para pasar las vacaciones en familia. Por supuesto que todos se divirtieron mucho… menos yo, porque se me ocurrió llevar tres libros de moda en ese momento: El Túnel de Ernesto Sábato,  El Extranjero de Albert Camus y La Náusea de Jean Paul Sartre, obra cortas, de contenido profundo y mas para mi edad, libros que leí desesperadamente y que marcaron mi vida hasta el día de hoy.

Cumplí casi cinco veces los 12 años, y muchos libros han pasado por mis manos. Comprendo que una obra bien escrita puede cambiar la vida de alguien, puede marcar a las personas para siempre y puede influir no solo en el lector, sino en su grupo de amigos y familiares.

Me he pasado la vida leyendo desde Emilio Salgari y Juan Ramón Jiménez a Borges y Fuentes, desde Góngora y Cervantes a Isabel Allende y Vargas Llosa, desde Shakespeare y Mark Twain a Hemingway, Walt Whitman y Emily Dickinson, porque leer es uno de los inigualables placeres de la vida.

Quienes no leen no saben lo que se pierden. Disfruto las historias sobre las vidas de otras personas, reales o ficticias, vinieran de donde vinieran, aprendiendo formas y modos culturales diferentes, navegando por ríos de palabras que otros tejieron, vivencias que otros soñaron, e incluso aprendiendo palabras desconocidas para mí y usuales en otros países que supuestamente hablan mi mismo idioma.

La revolución tecnológica

Pero no siempre fue así; la revolución tecnológica no comenzó en el siglo XXI, siempre hubo revoluciones tecnológicas que crearon reformas culturales. La más importante fue la iniciada por Gutenberg en el siglo XV, ya que la imprenta creó la masificación de la cultura.

Desde allí nació la industria editorial que posibilitó la impresión masiva de libros, sentando las bases para lo que sería toda una revolución tecnológica que cambiaría para siempre el paradigma cultural de la Europa occidental y el mundo, y traería como consecuencia una clase social nueva, con el conocimiento necesario para cuestionar al poder dominante en ese momento. Esto quiere decir que a través de la imprenta no solo se imprimió la Biblia en diversos idiomas, para hacerla un libro al alcance y entendimiento de más personas, sino que se sentaron las bases para cambiar la estructura del pensamiento que regía en la Europa del siglo XV y XVI.

Así nacieron diversos conceptos propios de la modernidad, la concepción del hombre como individuo pensante e independiente y el concepto de Estado Nacional, rompiendo con los antiguos regímenes medievales, claro aún sin fragmentar la estructura de poder en la que el rey era la cabeza del estado por gracia divina.

Sin embargo es en este periodo cuando se empiezan a construir los cimientos de la modernidad, es aquí cuando la ciencia se vuelve posible, y el cuestionamiento se hace realidad.

Si comprendemos la importancia del libro en los siglos siguientes, comprenderemos la revolución cultural que está ocurriendo ahora, en el siglo XXI en Medio Oriente gracias a Internet.

En suma, podemos pensar que la invención de la imprenta en el siglo XV y de Internet en el siglo XX indican cómo se relacionan las ideas y los adelantos tecnológicos. Las ideas pueden ser las semillas, pero necesitan de algún impulso extra para germinar. En el primer caso fue la imprenta, que fomentó el conocimiento y lo puso a un alcance mayor, lejos de los monasterios y castillos y más cerca de lo que serian las futuras universidades y de la gente. En el segundo caso la computadora derribó las fronteras sociales y culturales.

Los Editores

Soy consciente de que la literatura es un organismo vivo y cambiante. Desde Gutenberg hasta finales del siglo XX, los editores eran dioses, porque tenían el poder de elegir lo que se publicaba y lo que no. Ellos dictaban los gustos del lector y nosotros los simples lectores acatábamos esos gustos. Por esa razón se publicaba, se vendía y se premiaba a los escritores tocados por la varita mágica de un editor. Los demás, excelentes escritores, dejaban sus manuscritos en el último cajón de su altillo o sótano, para que sirvan de alimento de cucarachas o ratas.

Aún hoy, las grandes editoriales se manejan con los parámetros comerciales del siglo XX, es decir para ellas un libro y su autor son buenos si venden, porque así lo impone la necesidad comercial. Pero me pregunto, ¿cómo saber si un autor es comercial, cuando es novel? Sabemos que hay un público ávido de lectura y un grupo de escritores noveles que quieren llegar a ese público, y creo que todas las obras tienen posibilidades de éxito…

Hay un concepto, que es la base del trabajo de editor:  “el editor es el eslabón necesario entre una persona que tiene algo que escribir y muchas personas que desean conocerlo”. Es por eso que el trabajo de editor es tan maravilloso. Cuando los escritores comparan a sus libros con sus hijos, deberíamos asociar al editor con la partera, ya que es quien ayuda a nacer fuerte y robusto a ese niño, para que luego tome su propio vuelo, y que al crecer tenga su propia vida.

Conozco a escritores que dejan en manos del editor casi toda la confección del ropaje de su niño, preocupándose mas por el contenido que por el continente. En cambio otros (en el otro extremo), trabajan con una obsesiva manía de controlar hasta el menor detalle en la edición de sus libros, desde escoger la cubierta, revisar la maquetación sin descanso, contar los renglones de cada página para constatar que en todas sean exactamente iguales, revisar  el interletrado, leer la página de créditos y el colofón varias veces…  por supuesto que los unos y los otros son la minoría. En la mayoría de los escritores existe esa confianza hacia el editor, confianza parecida a la del médico, donde uno va a escuchar y seguir los consejos que lo beneficiaran.

Como director de una editorial, no logro leer todo lo que publicamos, y eso me mortifica. Por supuesto que “espío” los libros, antes, durante y después de publicarlos. Siempre leo el prologo y algunas páginas interiores, y la experiencia y profesión hacen el resto. Tantos años como lector, escritor y editor me enseñaron a sintonizar mis ojos con la sensibilidad del escritor, sabiendo que a pesar de existir temas parecidos éstos se transformarán considerablemente al ser desarrollados por escritores disimiles. Aprendí que un buen escritor vuelca las palabras desde el corazón, sin importar su nivel educativo o social, y que no es igual una novela escrita por un autor ecuatoriano, peruano, chileno, venezolano, dominicano o argentino, porque cada uno involucrara su propia historia, personalidad, imágenes y hasta su idioma, porque no es igual el castellano o español de México, Colombia o España y del resto de países de habla hispana. Cada uno tiene sus modismos y su lenguaje particular.

El “negocio” editorial ha cambiado, hoy todos tienen el derecho y “el deber” de publicar sus obras, porque todos tenemos el derecho y el deber de conocer las historias, ideas y pensamientos de nuestros semejantes, compartiendo o no el mensaje que lleva. Como editor apoyo al escritor en su diseño, edición y distribución, porque sé que todos tienen algo personal y espiritual que contar, a su modo y forma. Por eso no juzgo el contenido de cada obra, ni la forma del autor de expresarla, simplemente lo respeto por sobre todo.

El “trabajo” de editor es una bendición divina, es el “antiguo” trabajo de atar al escritor con el lector, es el “duro” trabajo de confeccionar el ropaje para que esta nueva criatura (el libro) tenga vida propia, en definitiva, es el “difícil” trabajo de reemplazar la espada por la tinta.

Autor

  • Cesar Leo Marcus, nació en Buenos Aires, Argentina. Doctor (PhD) en Logistica Internacional y Comercio Exterior, y Máster (MBA) en Sociología Económica, fue profesor de ambas cátedras en las Universidades de Madrid (España) y Cordoba (Argentina). Periodista, publica en periódicos de California, Miami y New York. Escritor, publico 12 libros, y editor literario, director de Windmills Editions. Actualmente reside en California.

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