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El fallido intento de golpe de estado de Trump

Manifestantes frente al Congreso Nacional de EE.UU. FOTO: NS

Durante la Guerra de 1812, los ingleses invadieron Washington, DC, e incendiaron el Congreso Nacional. Ahora fue el turno de Donald Trump quien en un discurso incendiario incitó a huestes de ultraderechistas a que continuaran protestando las elecciones de noviembre que el presidente insiste, sin evidencia alguna, fueron fraudulentas.

“Marcharemos hasta el Congreso…”, les dijo Trump a sus simpatizantes en una gran concentración en el National Mall. “Nunca podrán recuperar nuestro país con debilidad. Deben mostrar fortaleza”.

Terroristas domésticos

Los insurreccionalistas, que incluyen grupos de supremacía racial, nacionalistas y republicanos conservadores, treparon paredes e irrumpieron en el histórico edificio del Congreso en el que los legisladores se encontraban en sesión con la misión constitucional de certificar los resultados de la elección. Un proceso que tradicionalmente ha sido una simple reunión ceremonial, pero que con las incesantes acusaciones de Trump se transformó en la última trinchera de la derecha para evitar la confirmación del triunfo electoral de Joe Biden.  Inicialmente, alrededor de 140 representantes y 14 senadores, incluyendo a Ted Cruz y Josh Hawley, se sumaron al fútil esfuerzo de cuestionar los votos.

Pero a no confundirnos, en el momento en que los manifestantes trumpistas entraron al Congreso por la fuerza, en ese preciso momento, dejaron de ser ciudadanos ejercitando sus derechos constitucionales y se transformaron en terroristas domésticos.

Los extremistas, a los gritos y con sus banderas de odio flameando, avanzaron por la Rotonda de las Estatuas y tomaron control de escalinatas y balcones. Atacaron a policías, dejaron paquetes con explosivos y fueron responsables de destrozos en numerosas oficinas. Algunos fueron filmados rompiendo ventanas y otros aparecen en fotos sentados payasescamente en el asiento de la presidenta de la Cámara de Representantes.

Los extremistas de Make America Great Again (MAGA) lograron interrumpir las sesiones del Congreso. Y los legisladores, protegidos por personal de seguridad, tuvieron que escapar a un área segura y prepararse para lo peor.

Pero los disturbios sediciosos de los terroristas domésticos no evitaron, una vez que las fuerzas de seguridad recuperaron control de la situación, que el Congreso continuara con la sesión y concluyera el conteo de los votos electorales y, finalmente, reafirmara la victoria de Joe Biden y Kamala Harris. Una conclusión indeseable para estos criminales que horas antes habían recibido otro duro golpe cuando se confirmó que los dos candidatos demócratas, Raphael Warnock y Jon Ossoff, habían ganado en las elecciones senatoriales de Georgia. Un resultado que le da mayoría en el Senado Nacional a los demócratas y más espacio político para implementar la agenda legislativa de la Administración Biden.

Daño institucional

No importa los colores partidarios y cómo se analice lo ocurrido ese 6 de enero de 2021. Todos los caminos de razonamiento llevan a que el daño causado a las instituciones democráticas estadounidenses es de dimensiones históricas.

“Esto es como se disputan resultados en una república bananera, no en nuestra república democrática”, dijo el ex presidente George W. Bush.

Y así es como concluye la presidencia de Donald Trump. Como en una república bananera. Con caos. Con declaraciones sediciosas.

A esta altura de los acontecimientos y con los antecedentes de este presidente racista, misógino e intelectualmente incompetente, no puede quedar duda que Donald Trump fomentó esta insurrección con la intención de interrumpir el proceso constitucional y, en su mundo de realidades alternativas, falsedades y proyectos fantasiosos, crear las condiciones para tratar de perpetuarse en el poder. O sea que fuimos testigos, el mundo fue testigo, de un intento de golpe de estado. Irónicamente, un intento de golpe en la nación que se precia ser la cuna de la democracia moderna.

Pero la ideología política y la criminalidad de Trump no es lo más peligroso. Lo peor es que algunos sospechan que el presidente está desquiciado. La presión de perder el poder y encaminarse a un futuro incierto, lo tendría en un estado mental dudoso. De acuerdo a reportes, esto habría motivado a consultas entre Mike Pence, miembros del gabinete y legisladores para explorar la posibilidad de invocar la Enmienda 25 a la Constitución Nacional que involucraría la remoción del presidente. Un presidente que dejó de ser presidente hace mucho.

Aunque queden solo dos semanas antes que concluya su término, tal vez esta sea la solución ante la posibilidad de que un Trump descontrolado, enfermo, empuje al país y al mundo a una catástrofe inimaginable.

Nestor Fantini
Co-editor de hispanicla.com

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